Hay que plantear el remedio a largo plazo: recuperar las humanidades, donde se explica y se reconoce la naturaleza humana; recuperar el periodismo y el contacto con lo real, más pringoso que lo virtual, pero verdadero
Veo la proliferación de noticias falsas y bulos como un problema de fe. Con la fe ocurre un fenómeno paradójico: el que cree en todo no cree en nada y quien no cree en nada cree cualquier cosa. Lo primero me lo explicó una alumna hace muchísimo. Lo conté entonces: la chica me dio una larga explicación de por qué no había acudido a la práctica anterior. Ella misma parecía consciente de que la excusa resultaba inverosímil, así que ya se estaba preparando para mostrarse ofendida por mi incredulidad cuando le dije que muy bien, que yo los creía siempre. Rompió a llorar con estrépito y lo soltó: «Con eso de que nos cree siempre, no nos cree nunca».
Lo otro, lo de que quien no cree en nada termina creyendo cualquier cosa, lo repetía Chesterton con palabras más contundentes. La increencia suele producir superstición, de tal manera que las sociedades, como la nuestra, que más presumen de incredulidad terminan siendo las más ridículamente crédulas. Lo digo porque noticias falsas ha habido siempre y muchas. Basta con leer cómo se construyó nuestra leyenda negra a lo largo de los siglos. Los bulos crecían con facilidad en el caldo de cultivo de una ignorancia masiva. Ahora también.
La tecnología agranda la ignorancia de hoy, la multiplica en vez de remediarla. Proliferan los centros especializados en verificar noticias. Bien. No solucionan casi nada, pero tampoco estorban… normalmente. Hay que plantear el remedio a largo plazo: recuperar las humanidades, donde se explica y se reconoce la naturaleza humana; recuperar el periodismo y el contacto con lo real, más pringoso que lo virtual, pero verdadero. Salvo que prefiramos este mundo de crédulos expertos en interruptores.