Ante las dificultades, vale la pena acudir, especialmente en la fiesta de María Auxiliadora el próximo día 24, con palabras de la oración que compuso Benedicto XVI para que el Pueblo de Dios sea siempre fermento de convivencia armónica entre todos los ciudadanos
La solemne beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri en el palacio Vista Alegre de Madrid, ha tenido como fondo gráfico una original y bella representación de la imagen de la Virgen Patrona de México y de las Américas. No sé por qué −tal vez por la presencia de rostros orientales entre los asistentes a las ceremonias−, me vino a la mente el recuerdo de Benedicto XVI, que compartió su devoción a la Virgen con la decisión de establecer en 2007, en la fiesta de María Auxiliadora, el 24 de mayo, una jornada mundial de oración por la Iglesia en China.
La nueva beata comenzó hacia 1950 el trabajo del Opus Dei en México, una tierra que sufrió una de las grandes persecuciones anticristianas al comienzo del siglo XX. Dio lugar, incluso, a la guerra de los cristeros, no siempre bien comprendida ni siquiera entre los creyentes de otros países. Pero, ya en la segunda mitad de ese siglo, se fue decantando una praxis que admitía con normalidad la no aplicación de la intolerancia religiosa del ordenamiento jurídico, con base en la Constitución de Querétaro (por lo demás, importante en la historia del constitucionalismo, por ser la primera −cito de memoria− que distinguió formalmente la parte dogmática de la orgánica).
No voy a destrozar en unas líneas la historia de las magnalia Dei que los mexicanos agradecen a diario a la Virgen de Guadalupe en su Villa. Si fue gran protagonista de la primera evangelización, no podía abandonar a su pueblo siglos después. Pero pienso que una protección semejante de María se condensa en la devoción popular que recibe en el santuario de Sheshan, de la diócesis de Shanghái. Benedicto XVI compuso su “Oración a Nuestra Señora de Sheshan”, cuando instituyó en su fiesta la jornada de oración por la Iglesia en China.
El papa emérito manifestó un particular afecto hacia el pueblo chino, especialmente hacia los creyentes que vivían su fe en circunstancias muy difíciles. Es conocido su intenso esfuerzo para impulsar la reconciliación en todos los campos, dentro y fuera de la Iglesia, incluidas las relaciones con el Estado. Proseguía los trabajos realizados por Juan Pablo II, con la inestimable colaboración durante años del Cardenal Roger Etchegaray, que protagonizó una específica legación del Romano Pontífice en sus viajes a Pekín. Dirigió por aquellos días de 2007 una extensa carta a los católicos de China, que sigue siendo punto esencial de referencia para entender la solicitud actual del papa Francisco y el trabajo concretado en el acuerdo provisional sobre nombramiento de obispos.
Aunque no contenten a todos, se han dado pasos adelante, como la readmisión a la plena comunión eclesial de los obispos “patrióticos” ordenados sin mandato pontificio, y el nombramiento de los primeros prelados previo consenso entre autoridades civiles y religiosas. Ciertamente, no es fácil armonizar la libertad de la Iglesia con el proceso de chinización, lanzado por el presidente Xi Jinping: intenta la completa subordinación al partido comunista de cualquier realidad social, incluidas las organizaciones religiosas. La cuestión de fondo es cómo hacer compatible esa tendencia con la clásica inculturación inseparable de la tarea evangelizadora.
El Secretario de Estado, Cardenal Pietro Parolin, acaba de conceder una larga entrevista al Global Times, periódico en inglés del partido comunista, sobre el futuro de las relaciones entre la Santa Sede y el Vaticano. Ha tenido más eco en los medios occidentales que en la propia República Popular, según informaciones de la agencia Asia News. Pero, en mayo, dos obispos chinos han participado en un evento fuera de su país, organizado por la Universidad Católica de Milán: “1919-2019. Esperanzas de paz entre Oriente y Occidente”. Allí, el obispo de Pekín subrayó que, en el plano de la fe, la Iglesia en China “es la misma que la Iglesia católica de cualquier otro país del mundo: la misma fe, el mismo bautismo, fiel a la ‘una, santa, católica y apostólica’, en comunión con la Iglesia universal”.
Por otra parte, el cardenal Parolin declaró recientemente al diario italiano La Repubblica que “los sufrimientos de los católicos chinos están muy presentes y nos preocupan mucho. Y prestamos una atenta consideración a las voces de quienes los recuerdan. La Iglesia es madre y no puede permanecer indiferente ante sus hijos que se encuentran en dificultades. Y ésta es la razón de haber promovido el diálogo”. Su esperanza es que contribuya a eliminar las tensiones entre los “clandestinos” y “patrióticos”, que provoca mucho sufrimiento. Ante las dificultades, vale la pena acudir, especialmente en la fiesta de María Auxiliadora el próximo día 24, con palabras de la oración que compuso Benedicto XVI para que el Pueblo de Dios sea siempre fermento de convivencia armónica entre todos los ciudadanos: “Señora nuestra de Sheshan, alienta el compromiso de quienes en China, en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo, esperando y amando, para que nunca teman hablar de Jesús al mundo y del mundo a Jesús. En la estatua que corona el Santuario tú muestras a tu Hijo al mundo con los brazos abiertos en un gesto de amor. Ayuda a los católicos a ser siempre testigos creíbles de este amor, manteniéndose unidos a la roca de Pedro sobre la que está edificada la Iglesia. Madre de China y de Asia, ruega por nosotros ahora y siempre. Amén".