La reafirmación de las raíces de Europa en la realidad de la política diaria es una condición absolutamente necesaria para que los políticos europeos persigan sin descanso el bien común, y así Europa pueda volver a ser un faro en el concierto de las naciones
¿Qué es lo que está en juego con las elecciones al Parlamento Europeo? El curso de la política europea de los próximos cinco años. Pero también se harán más visibles los cambios que están experimentando nuestras sociedades. Vivimos claramente en un momento de profunda transición. Lo difícil es discernir los elementos positivos de entre el aparente mar de confusión en el que nos movemos.
Por ejemplo, es previsible que se produzca una mayor fragmentación del voto y por tanto más partidos con representación parlamentaria. Es el resultado de una Europa cada vez más pluralista, y donde hay un fantasma que recorre todos los países de una u otra forma: el desencanto y la frustración con lo establecido, con las “élites”, la sensación de miedo y angustia ante situaciones que no se comprenden.
La política europea de los próximos años debería también dar respuestas a esos ciudadanos europeos que se sienten desplazados, carentes de recursos morales e intelectuales ante las consecuencias negativas de la globalización, el desarraigo, la pérdida de las seguridades que daba un trabajo continuado, la familia, un entorno conocido. La inmigración, la aceleración tecnológica, o las incertidumbres sobre el futuro, unidas al vértigo que produce la desaparición de referentes de autoridad, son algunas de las causas de ese malestar. Es un malestar más que de la civilización, de los civilizados. Una falta de fe ante la que todo el enorme potencial que esconden la idea y las raíces de Europa parece quedar oculto. Los líderes políticos no lo pueden todo, muchas veces se ven muy limitados en su actuación, pero también es cierto que convicciones claras y habilidad para tejer alianzas con la sociedad civil pueden tener una enorme eficacia.
¿Hacia dónde va Europa? Europa ha perdido en el siglo XX la posición dominante que tuvo en el mundo durante los últimos cinco siglos. En términos relativos, su población, su producto interior bruto, su influencia en el planeta van a seguir reduciéndose. Hay que contar con un G-2, con dos países muy poderosos compitiendo entre sí, Estados Unidos y China. Es preciso rehacer el orden internacional con la inclusión de continentes y países, como la India, Asia, o Brasil, cuya influencia aumenta, y de otras regiones, como el África Subsahariana, que estaban marginadas. El cristianismo, como afirmó tantas veces san Juan Pablo II, no depende de una determinada forma cultural, pero qué duda cabe que Europa históricamente ha llevado a la realidad muchas de las aspiraciones de la fe cristiana.
José María Beneyto Instituto de Estudios Europeos. Universidad San Pablo CEU