Es imposible negar la alegría de aquellas mujeres al conocer a esas personas que, durante una semana, serían como su familia
Quince alumnas de UIC Barcelona y tres coordinadoras. Diciembre de 2018. La aventura las llevó hasta Chabrouh: al noroeste de Beirut, capital del Líbano. Allí hay unas mujeres con discapacidades físicas y/o psíquicas que son atendidas con cariño y cuidados intensivos. “Es un espacio de desconexión dentro del caos”, explica Celia Soto, alumna de segundo de Comunicación Audiovisual. Ella, junto con Júlia Maench, de primero de Enfermería, y Mar Martínez, de segundo de Periodismo, me explicaron esta experiencia “transformadora”, como la definieron. Fueron a hacer un voluntariado y, sin esperarlo, algo les cambió su forma de ver la vida. A más de 4.000 kilómetros de su casa.
Líbano −en Oriente Próximo− es un país limítrofe con Siria (por el norte y el este), Palestina e Israel (por el sur), y el mar Mediterráneo. Durante muchos años se ha caracterizado por la inestabilidad debido a las guerras: las que hubo en el propio territorio, y las de los países vecinos, causantes de una llegada masiva de inmigrantes. “Es un país que sigue alborotado, nada tranquilo”, asegura Celia.
A pesar de todo, en Chabrouh es posible encontrar la tranquilidad inexistente de los países vecinos. “Ahí desconectas del caos; es un lugar donde, por unos días, encuentras la paz”, sigue contando Celia.
Al aterrizar, Celia, Júlia y Mar, junto al resto de sus compañeras, recorrieron en autocar varios kilómetros hasta llegar a aquel lugar apartado de todo. Montañas elevadas con las cimas cubiertas en un manto de nieve, y campos sin sembrar, con algunos humildes edificios: era al paisaje que divisaba este grupo de chicas, mientras se dirigían a su destino.
Sonrisas, abrazos y algún que otro tímido beso; eso fue lo que se encontraron las chicas al llegar al recinto. Mientras me entero de su historia, voy mirando las fotografías y los vídeos del viaje. Inevitablemente, a mí también me aparece una sonrisa en mi rostro. Es imposible negar la alegría de aquellas mujeres al conocer a esas personas que, durante una semana, serían como su familia.
“En este increíble lugar estuvimos cuidando a catorce mujeres con distintas discapacidades físicas y psíquicas”, explica Júlia; “las ayudábamos a ducharse, vestirse, comer…”. Mar Martínez afirma que “sobre todo les dábamos amor, y creo que, en ese momento, era lo que más necesitaban”.
Al ir pasando las imágenes que me van mostrando, surgen miradas perdidas que esconden muchos secretos. En algunas ocasiones se las ve pensativas mirando más allá del objetivo, y en otras se las ve radiantes con sus nuevas amigas.
Mientras contemplo esas pequeñas escenas, una pregunta me viene a la mente: ¿Cómo describiríais a esas mujeres? “Luchadoras. Sin dudarlo”, asegura Celia: “Muy fuertes e inteligentes, a pesar de las discapacidades que puedan padecer”. “Humildes, valientes, únicas, amables…”. Júlia es incapaz de encontrar una sola palabra. “Bondadosas, dulces, cordiales, educadas…”. Mar las describe como “heroínas”: “Aprendimos muchísimo de ellas”, asegura la futura periodista.
“Al principio tenía miedo de no ser capaz de poder ayudarlas −confiesa Júlia−, pero luego me sentí muy segura y muy feliz de lo que estaba haciendo. Creo que me han marcado para bien, y, como estudiante de Enfermería, me han hecho darme cuenta de que de verdad valgo para esto”.
Esa es la primera sensación que tienen y que, a pesar de que pueda sonar a tópico, es muy real: te cambia la concepción al darte cuenta que recibes mucho más de lo que das.
Es la recompensa de los voluntariados al final de todo. Una recompensa inmaterial más valiosa que cualquier riqueza del mundo. Los valores y las enseñanzas adquiridas de esa gran experiencia. Un pequeño tesoro. Esto es algo visible en todas las voluntarias de UIC Barcelona, que viajaron hasta Chabrouh para cuidar de mujeres necesitadas de amor y compañía.
“Gracias a ellas he valorado mucho más lo que es estar con la gente. Sobre todo, lo que es estar conectado de verdad y no mediante teléfonos móviles”, asegura Mar. “Sin hablar su lengua, estaba más conectada con ellas que con gente con la que había compartido miles de horas, pero estábamos todo el rato con el móvil”, afirma la estudiante de periodismo.
Sus testimonios me erizan la piel. No puedo evitar emocionarme al ver con qué sinceridad se expresan y con qué naturalidad me cuentan su gran aventura. Cualquiera que hable con ellas, y les pregunte por su viaje, notará que están sintiendo todas las palabras que hoy me están contando a mí.
“Lo que sentí allí no creo que se pueda explicar con palabras”, confiesa Celia. “A veces necesitas un ‘algo’ en tu vida cuando te ves hundida. Necesitas una especie de cambio sin saber exactamente el qué, y eso fue lo que a mí me pasó. El Líbano fue justo lo que necesitaba sin ni siquiera estar buscándolo”.
La estudiante de Comunicación Audiovisual me cuenta varias vivencias que tuvo en Chabrouh, pero de todas ellas hay una que hace que el corazón se me desboque: “Recuerdo cuando la mujer a la que yo cuidaba me sonrió de verdad por primera vez. Sin lugar a dudas, es uno de los recuerdos que me llevo de allí. Es increíble que con un pequeño gesto me hiciera sentir la persona más feliz del mundo. Me hizo sentir valorada y querida, y al mismo tiempo me enseñó a querer”.
Sin dudarlo, esta es una experiencia que ninguna de las tres, ni el resto de sus compañeras, van a olvidar en sus vidas. “Lo que más echo de menos del lugar son las mujeres, ya que no podemos establecer ningún contacto con ellas”, afirma Mar. Y Júlia: “Yo añoro su esencia, sus sonrisas, sus gracias, sus besos… Te hacen crecer como persona y te aportan nuevos valores”. “Yo echo de menos cómo me hizo sentir Chabrouh”, confiesa Celia: “Poder ayudar a personas que, sin dar mucho, te agradecen todo, hacer feliz por mí misma a una persona y la sensación de agradecimiento que aquellas mujeres me transmitían”.
Las imágenes que las alumnas me muestran de los sitios visitados me hablan de una realidad muy distinta a la de España. Hay motos relucientes al lado de otras medio desmontadas. Edificios prácticamente recién estrenados, pegados a los más desgastados, a causa de las guerras y el paso del tiempo. Muchos de los edificios no tienen ventanas, y si las tienen están destrozadas. Además, los ladrillos de la construcción salen a la luz por los estragos de los conflictos armados.
Pero no es que esos edificios estén abandonados, los libaneses viven así. En una de las fotografías hay cuatro hombres hablando, animadamente, en los restos de lo que era una terraza de un bloque de pisos.
“Lo que más nos llamó la atención fueron los contrastes entre pobreza y riqueza”, concuerdan Júlia y Mar. “A mí me sorprendió pasar de ver coches de lujo en pleno Beirut, a campos de refugiados en la montaña”, asegura Celia, “es todo tan diferente a España…”.
Sin embargo, eso no es lo único que destaca la estudiante de Comunicación: “En el Líbano todo es muy caótico. Sin lugar a dudas tienen una cultura distinta a la nuestra, pero su estilo de vida también lo es. Creo que eso es algo que lo hace único y ha hecho que me haya quedado maravillada con el país. Quiero volver y recorrerme el país entero”.
Estos testimonios solo han sido unos pocos de los muchos que ya han vivido esta experiencia. Y es que, desde 2016, este voluntariado se hace dos veces cada año: el primero en diciembre, colaborando con la Orden de Malta en Chabrouh, y otro en junio, junto con la Asociación Cultural Gausac en el ámbito social y educativo.
“Este voluntariado es, sin lugar a dudas, una experiencia muy transformadora”, afirma Júlia Maench. “Yo recomendaría a todo el mundo que lo hiciera porque es realmente increíble”.
Al final de la entrevista, Mar me confiesa que esos días le cambiaron muchísimo la forma de ver el mundo y a las personas. “Creo que podemos aprender mucho de gente que, a lo mejor, pensamos que no nos pueden enseñar nada, y es todo lo contrario”, expresa la estudiante.
“Si queréis algo que os remueva por dentro y que os cambie la vida, haced este voluntariado”, anima Celia. “Ha sido una experiencia asombrosa para crecer como persona y para conocer otro país y otra cultura. Gracias a él he encontrado muchos momentos de paz y he podido dar todo mi cariño, pero, sobre todo, gracias a esas mujeres, lo que más he recibido ha sido amor”.
Selena del Carmen Ramos es alumna de 2º del Grado en Periodismo en la UIC.
Fuente: sumandohistorias.com.
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