El Papa explica en su catequesis, durante la Audiencia general de hoy, la quinta petición del Padrenuestro: perdonar
Queridos hermanos y hermanas:
Seguimos con nuestra catequesis sobre la quinta petición del Padrenuestro que dice: «como nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
Dios ama infinitamente a cada uno de nosotros.
Dependemos totalmente de Él, de quien recibimos todo, la vida del cuerpo y la de la gracia. Y porque sabemos que nos ama, tenemos también la seguridad de que nos perdona, pues somos pecadores y con necesidad de pedirle siempre perdón.
De este perdón de Dios nace, necesariamente, el perdón que debemos a nuestro prójimo: Y Dios que es bueno, nos invita a ser buenos con los demás. Si «amor con amor se paga», también el perdón que recibimos del Señor nos compromete a perdonar a los demás, porque si no nos esforzamos en perdonar, no seremos perdonados; y si no nos esforzamos en amar, tampoco seremos amados.
En la vida no todo se resuelve con la justicia, es necesario el amor, por eso Jesús introduce en las relaciones humanas la fuerza del perdón, para que podamos amar «más allá de lo necesario» y no permitir a la venganza del mal propagarse hasta asfixiar al mundo entero. Jesús sustituye «la ley del talión» con la ley del amor: Lo que Dios ha hecho por nosotros, nosotros lo hacemos por nuestro prójimo.
Hoy completamos la catequesis sobre la quinta petición del “Padrenuestro”, deteniéndonos en la expresión «como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12). Hemos visto que es propio del hombre ser deudor ante Dios: de Él hemos recibido todo, en términos de naturaleza y de gracia. Nuestra vida no solo fue querida, sino amada por Dios. Realmente no hay lugar a la presunción cuando nos unimos para rezar. No existen en la Iglesia “self made man”, hombres que se hayan hecho solos. Todos somos deudores de Dios y de tantas personas que nos han regalado condiciones de vida favorables. Nuestra identidad se construye a partir del bien recibido. El primero es la vida.
Quien reza aprende a decir “gracias”. Pero nos olvidamos tantas veces de dar gracias, somos egoístas. Quien reza aprende a dar gracias y pide a Dios que sea benévolo con él. Por mucho que nos esforcemos, siempre queda una deuda insalvable ante Dios, que nunca podremos devolver: Él nos ama infinitamente más de cuanto nosotros lo amamos. Y además, por mucho que nos empeñemos en vivir según las enseñanzas cristianas, en nuestra vida siempre habrá algo por lo que pedir perdón: pensemos en los días vividos perezosamente, en los momentos en que el rencor ha ocupado nuestro corazón, etc. Son esas experiencias, por desgracia nada raras, las que nos hacen implorar: “Señor, Padre, perdona nuestras ofensas”. Pidamos así perdón a Dios.
Pensándolo bien, la invocación podía haberse limitado a esa primera parte; habría sido bonita. Pero Jesús la fortalece con una segunda expresión que forma un todo con la primera. La relación de benevolencia vertical por parte de Dios se modifica y está llamada a traducirse en una nueva relación que vivimos con nuestros hermanos: una relación horizontal. El Dios bueno nos invita a ser todos buenos. Las dos partes de la invocación se leen juntas con una severa conjunción: pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas, nuestros pecados, “como” nosotros perdonamos a nuestros amigos, a la gente que vive con nosotros, a nuestros vecinos, a la gente que nos ha hecho algo nada bueno.
Todo cristiano sabe que existe para él el perdón de los pecados, eso lo sabemos todos: Dios perdona todo y perdona siempre. Cuando Jesús traza a sus discípulos el rostro de Dios, lo hace con expresiones de tierna misericordia. Dice que hay más alegría en los cielos por un pecador que se arrepiente, que por muchos justos que no necesitan conversión (cfr. Lc 15,7.10). Nada en los Evangelios hace sospechar que Dios no perdone los pecados de quien está bien dispuesto y pide que lo vuelvan a abrazar.
Pero la gracia de Dios, tan abundante, es siempre un reto. Quien ha recibido mucho debe aprender a dar mucho y no quedarse para sí lo que ha recibido. Amor con amor se paga. No es casualidad que el Evangelio de Mateo, justo después de haber regalado el texto del “Padrenuestro”, entre las siete expresiones usadas, se detenga a subrayar precisamente la del perdón fraterno: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados» (Mt 6,14-15). ¡Y esto es fuerte! Pienso: algunas veces he oído a gente decir: “¡Yo nunca perdonaré a esa persona! ¡Eso que me han hecho no lo perdonaré jamás!”. Pero si no perdonas, Dios no te perdonará. ¡Cierras la puerta! Pensemos si somos capaces de perdonar o no. Un cura, cuando estaba en otra diócesis, me contó afligido que fue a dar los últimos sacramentos a una anciana que estaba a punto de morir. La pobre mujer no podía hablar. Y el sacerdote le dice: “Señora, ¿se arrepiente usted de sus pecados?”. La mujer dijo que sí; no podía confesarla pero dijo que sí. Es suficiente. Y luego: “¿Perdona usted a los demás?”. Y la mujer, a punto de morir dijo: “No”. El cura se quedó angustiado. Si no perdonas, Dios no te perdonará. Pensemos, los que estamos aquí, si perdonamos, si somos capaces de perdonar. “Padre, yo no soy capaz, porque esa gente me ha hecho tantas cosas”. Pues si no puedes, pide al Señor que te dé la fuerza para lograrlo: Señor, ayúdame a perdonar. Aquí encontramos el vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Amor llama a amor, perdón llama a perdón. También en Mateo encontramos una parábola intensísima dedicada al perdón fraterno (cfr. 18,21-35). Escuchémosla.
Trata de un siervo que había contraído una deuda enorme con su rey: ¡diez mil talentos! Una suma imposible de devolver; no sé cuánto sería hoy: cientos de millones. Pero sucede el milagro, y aquel siervo recibe no una prórroga de pago, sino la condonación de la deuda completa. ¡Una gracia inesperada! Pero precisamente aquel siervo, inmediatamente después, se encara contra un colega suyo que le debe cien denarios −poca cosa− y, aun siendo una cifra accesible, no acepta excusas ni súplicas. Por eso, al final, el dueño lo llama y lo condena. Porque si no te esfuerzas en perdonar, no será perdonado; si no te esfuerzas en amar, tampoco serás amado.
Jesús incluye en las relaciones humanas la fuerza del perdón. En la vida no todo se resuelve con la justicia. No. Sobre todo donde se debe poner coto al mal, alguien debe amar más de lo debido, para recomenzar una historia de gracia. El mal sabe sus venganzas, y si no se detiene corre el riesgo de difundirse ahogando el mundo entero. La ley del talión −lo que tú me has hecho, yo te lo devuelvo−, Jesús la sustituye por la ley del amor: ¡lo que Dios me ha hecho a mí, yo te lo devuelvo a ti! Pensemos hoy, en esta semana de Pascua tan bonita, si soy capaz de perdonar. Y si no me siento capaz, debo pedir al Señor que me dé la gracia de perdonar, porque es una gracia saber perdonar. Dios da a cada cristiano la gracia de escribir una historia de bien en la vida de sus hermanos, especialmente de los que han hecho algo desagradable o equivocado. Con una palabra, un abrazo, una sonrisa, podemos trasmitir a los demás lo más precioso que hemos recibido. ¿Y qué es lo más precioso que hemos recibido? El perdón, que debemos ser capaces de dar también a los demás.
Saludo cordialmente a los peregrinos de Francia y Suiza, en particular a los jóvenes de la Guayana francesa y a los Guías del Líbano. En este tiempo en que celebramos la Resurrección del Señor, no tengáis miedo de manifestar que Jesús está vivo, que es vuestra vida. Feliz Pascua a todos y que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los del Reino Unido, Irlanda, Finlandia, Países Bajos, Suecia, Australia, Nueva Zelanda, Hong Kong, Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur y Estados Unidos de América. Con la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. El Señor os bendiga.
Una cordial bienvenida a los hermanos y hermanas de lengua alemana. Me alegra saludar a los numerosos jóvenes, especialmente a los confirmandos y monaguillos. ¡Cristo vive! Con su Resurrección, el Señor ha vencido el pecado y la muerte. Que el Resucitado renueve nuestra vida y nos haga capaces de dar la fuerza del amor y del perdón a nuestros seres cercanos. Feliz Pascua.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica, en modo particular saludo a los alumnos del Seminario Menor de Tui-Vigo, en su 60 aniversario de fundación, acompañados por su Obispo, Mons. Luis Quinteiro Fiuza. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de saber escribir una historia de bien en la vida de nuestros hermanos y de transmitirles con gestos de ternura la experiencia del perdón gratuito que Él nos ha dado. ¡Feliz Pascua de Resurrección! Que Dios los bendiga.
Saludo de corazón a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Ramalhão, Alvorminha, Vidais y Salvador da Bahia. Que la Virgen María, que se quedó junto a la cruz de Jesús, amando hasta el fin, para ser luego colmada de alegría infinita con la Resurrección de su Hijo, nos enseñe que el amor realiza la Pascua: quien ama pasa de la muerte a la vida. A vosotros y a vuestros seres queridos os deseo una santa Pascua.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Egipto y Medio Oriente. “Perdónanos… como nosotros perdonamos” es el punto culminante de la Oración del Señor, y, como nos enseña San Juan Crisóstomo, “de nosotros depende el juicio sobre nosotros mismos”, es decir, recibiremos a cambio lo que hayamos dado a los demás. El Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno.
Saludo con cariño a los peregrinos de lengua italiana. En particular, recibo con alegría a los jóvenes de Milán, acompañados por su Arzobispo, Monseñor Mario Delpini, y sus sacerdotes y educadores. Queridos chicos, os animo a crecer en la fe y en la caridad, esforzándoos por dar buenos frutos. Que el Evangelio sea vuestra regla de vida, como lo fue para vuestros santos: Ambrosio y Carlos, los cuales con el amor cambiaron su mundo. Un pensamiento especial dirijo a los confirmados de la diócesis de Treviso, aquí reunidos con su Pastor, Monseñor Gianfranco Gardin; con la fuerza del Espíritu Santo, sed generosos testigos de Cristo. Saludo a los fieles de las parroquias, especialmente las de Lecce, Cava dei Tirreni y Magione; a los nuevos diáconos de la Compañía de Jesús, con sus familiares; a las Religiosas y Religiosos; a los Institutos de enseñanza y a las asociaciones, en particular a la Fundación Ciudad de la Esperanza, de Monte di Malo.
Un pensamiento final para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Para todos invoco la alegría y la esperanza que derivan de la Pascua de Cristo. Que podáis sentir la experiencia de Jesús vivo, para acoger el don de su paz y ser sus testigos en el mundo.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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