Me decía una persona que hoy lo que mueve son los testimonios, así que he pensado que voy a transmitir el mío. Quiero contar una experiencia extraordinaria, casi mística, que tuve la fortuna de vivir ayer
Cuando salí de casa todavía ignorante del tremendo descuido que acababa de tener y me subí a mi bicicleta, tuve una visión premonitoria. Un grupo de estudiantes miraban asombrados y hacían todo tipo de comentarios respecto de un raro espécimen de la raza humana que se aproximaba a ellos. Yo le veía de espaldas y, al principio, no observé nada extraño: caminaba, como todos, la cabeza levemente inclinada hacia el móvil. Pero, cuando le adelanté, una imagen espeluznante, inédita e imprevisible azotó mi todavía dormida retina: se trataba de un tipo corriente (ya dijo Ricardo Yepes que hoy la gente corriente es gente corriendo) que caminaba plácidamente, como todos, pero lo que sujetaban sus manos y captaba poderosamente su atención no era un móvil, era… ¡un libro!
No le di más importancia y me fui a Misa (ya saben, esa costumbre tan humana de intentar ver cada día a los que más amas). Al terminar, metí la mano en el bolsillo de la chaqueta en busca de mi móvil. Vacío. Mantuve la calma. Estará en el pantalón. Esta mañana lo he usado en casa antes de ponerme la chaqueta. Vacío. No puede ser… Palpé todos mis bolsillos, y tampoco. ¡Ah, la mochila! Claro, lo habré metido sin querer junto con el portátil. Ya me pasó una vez.
El señor que estaba sentado a mi lado empezaba a sufrir por mí. Verme vaciar la mochila, agacharme y mirar debajo del banco, del reclinatorio, hacia atrás, hacia adelante, hacia los lados en busca de sospechosos, despertó su compasión y su intriga:
−Perdone que me entrometa. No habrá perdido usted el móvil…
−¡Sí! ¡Eso! ¡Lo ha visto!
−No, no, es que a mí me pasó el otro día. Me lo dejé en casa y lo pasé fatal. ¡Todo un día! ¿Sabe lo que es eso? Mire, tengo un amigo…
Le interrumpí descortésmente y me fui. Tenía que llamar a casa para saber si el móvil estaba allí. Pero, ¿cómo? ¡Sin móvil! Busqué una cabina de teléfono, pero no encontré ninguna. Probablemente, ya no existen, me dije. Tenía que ir a una reunión, pero tampoco sabía la dirección. Estaba en el móvil. Fue un momento de verdadero pánico.
Al fin, se impuso la calma. Reflexioné, encontré la dirección del despacho al que iba en la agenda del ordenador portátil y, como me sobraba tiempo y no tenía móvil, me dispuse a ir caminando, bicicleta en mano.
Y aquí empieza de verdad mi testimonio. Poco a poco, la luz se fue abriendo paso en mi mañana. El Paseo de Gracia estaba precioso, tímidamente iluminado por los rayos del sol de marzo. La Pedrera se alzaba imponente y algún turista mañanero tomaba sus primeras fotos.
Mi mente comenzó a volar por pensamientos furtivos, casi clandestinos, que habían estado esperando pacientemente este momento de encuentro con la calle y con el mundo. De pronto, los bultos se transformaron en personas y cobraron rostro, las estatuas se convirtieron en conserjes y respondieron a mis saludos, los susurros en el suelo se alzaron como barrenderos y me miraron agradecidos mientras esquivaba el montón de hojas ya barridas.
Llegué al despacho al que iba y, en los escasos cinco minutos de espera, pude contemplar la factura de las sillas, la transparencia de la mesa y la belleza de los cuadros que, hasta ese día, mi móvil me había hurtado. Durante la reunión, no percibí ninguna vibración en mi cuerpo, no realicé espasmódicos movimientos con mi brazo ni sufrí lo más mínimo por no poder contestar un wasap o una llamada.
Camino ya de mi despacho, me asaltó la tentación de pasar por casa a recoger el móvil −tenía ya la certeza de que me lo había olvidado−, pero no lo hice. Me fui al despacho con toda paz, disfrutando de nuevo de mi ciudad, envuelta ya en el bullicio de un miércoles cualquiera, y pasé toda la mañana trabajando la mar de contento… sin móvil.
Este es mi testimonio. Esta es mi proeza: una mañana sin móvil Sí, ha leído bien: ¡seis horas con todos sus minutos, de 8,00h a 14,00h, sin móvil!
Im-presionante.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes, en javiervidalquadras.com.
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