Guadalupe Ortiz de Landázuri, química y profesora, será la primera mujer beatificada del Opus
Uno de los libros menores más bonitos de mi admirado Gilbert es G.K.C. as M.C., esto es, G. K. Chesterton como maestro de ceremonias. Ahí reúne los textos que usó para presentar otros autores o en actos literarios o en prólogos. Si sólo fuese cuestión de cantidad, podría imitar al inimitable maestro porque últimamente mi vida es una presentación perenne. Hoy, por la tarde, en el castillo de San Marcos del Puerto, me toca introducir una mesa redonda sobre Guadalupe Ortiz de Landázuri.
Nacida en 1916 en Madrid, esta química y profesora será la primera mujer beatificada del Opus Dei, lo que nos tiene (sobre)naturalmente muy contentos a los miembros y simpatizantes de la prelatura y a los católicos en general, porque está muy bien que haya ejemplos contemporáneos que nos digan que, a pesar de todo, la santidad es posible. Yo, en particular, como la cabra tira al monte, ando especialmente emocionado por dos cosas.
La primera es la prosa de la neo beata. Es estupenda. Tiene una frescura que es heredera del desparpajo de santa Teresa de Jesús. Una colección de sus cartas a san Josemaría Escrivá de Balaguer se puede bajar gratis de internet, y no tiene precio. No sólo como lectura ascética, por supuesto, sino por el puro gusto de un castellano que fluye cantarín como un arroyo, sin pretensiones, pero transparente y ligero.
La segunda es su padre. Manuel Ortiz de Landázuri era teniente coronel de Artillería. En el 36 estaba destinado en Madrid, se alzó y terminó en la Cárcel Modelo. Su hijo Eduardo movió todos sus contactos para conseguirle un indulto, y lo logró. Cuando fueron a verle con la buena noticia, el teniente coronel dijo que él jamás saldría de la cárcel dejando atrás a sus subordinados. Allí se quedó. Sin que su acto de generosidad conmoviese a sus carceleros, fue fusilado al frente de sus oficiales.
Me temo que la épica me emociona más que la lírica y la mística juntas y, aunque la vida de su hija Guadalupe fue un continuo y delicado servicio a Dios y a los demás, de su biografía nada me estremece tanto como aquel gesto paterno. Antes de que me entre un leve cargo de conciencia, Guadalupe viene en mi ayuda y me guiña un ojo. Ella decía que el ejemplo del sacrificio de su padre (con el que pasó la noche previa a su fusilamiento) supuso más del noventa por ciento de su vocación. De alguna manera, cuando el 18 de mayo la beatifiquen, también será un homenaje.