Quizá hoy día resulta más difícil que se abra camino una vocación, en el modelo de sociedad compleja y tecnificada en que vivimos, donde el ambiente parece mucho menos propicio
Para que triunfe el mal, solo es necesario
que los buenos no hagan nada (Edmund Burke)
Puede ser cierto que el ambiente no ayude mucho, pero eso no es algo exclusivo de nuestra época. Además, muchas veces, precisamente ese ambiente contrario puede templar y madurar una vocación.
Así lo evocaba Joseph Ratzinger cuando escribió su autobiografía, antes de ser Benedicto XVI, narrando un sucedido de sus años de adolescente, cuando estaba terminando la Segunda Guerra Mundial. "En vista de la creciente carencia de personal militar, los hombres del régimen nazi idearon en 1943 una solución. Como los estudiantes de los internados debían vivir juntos en comunidad, lejos de casa, no había ningún obstáculo para trasladar de lugar sus colegios, colocándolos próximos a las baterías antiaéreas. Por otro lado, como evidentemente no podían estudiar todo el día, parecía del todo normal que utilizasen su tiempo libre en servicios de defensa de los ataques aéreos enemigos. De hecho, yo no estaba en el internado desde hacía mucho tiempo, pero desde el punto de vista jurídico sí formaba parte todavía del seminario de Traunstein.
"Así, el pequeño grupo de seminaristas de mi clase −de los nacidos entre 1926 y 1927− fue llamado a los servicios antiaéreos de Munich. Habitábamos en barracones como los soldados regulares, que eran obviamente una minoría, usábamos los mismos uniformes y, en lo esencial, debíamos llevar a cabo los mismos servicios, con la sola diferencia que a nosotros se nos permitía asistir a un número reducido de clases.
"El 10 de septiembre de 1944, en el período de edad del servicio militar, nos licenciaron del servicio antiaéreo en el que habíamos estado desde que éramos estudiantes. Cuando volví a casa, sobre la mesa estaba ya la llamada para el servicio laboral del Reich. El 20 de septiembre, un viaje interminable me llevó a Burgenland, donde −con muchos amigos del instituto de Traunstein− me asignaron a un campamento situado en el ángulo del territorio en el que Austria limita con Hungría y Checoslovaquia. Aquellas semanas de servicio laboral han permanecido en mi memoria como un recuerdo opresivo. Nuestros superiores procedían, en gran parte, de la denominada "Legión Austríaca". Se trataba, por tanto, de nazis de los primeros tiempos, que habían sido encarcelados bajo el canciller Dollfuss, unos fanáticos que nos tiranizaban con violencia. Una noche nos sacaron de la cama y nos hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chándal. Un oficial de las SS nos llamó uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos a enrolarnos como "voluntarios" en el cuerpo de las SS, aprovechándose de nuestro cansancio y comprometiéndonos delante del grupo reunido. Un gran número de compañeros de carácter bondadoso fueron enrolados de ese modo en aquel cuerpo criminal. Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico. Fuimos cubiertos de burlas e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria, porque sabíamos que nos librábamos de la amenaza de ese enrolamiento falsamente voluntario y de todas sus consecuencias".
No siempre se logra, pues, como se ve en este relato, se llevaron por delante a muchas personas, a las que les faltó carácter o decisión para superarlas. Lo que sí puede decirse es que las dificultades juegan, en cierta manera, a nuestro favor, porque nos disponen a hacernos más firmes, más maduros, más resistentes. Hacen lucir nuestra mediocridad y, de esa manera, queda más expuesta, más a la vista, y es más clara la necesidad de oponerse a ella y, por tanto, mejorar.
Igual que las personas se curten con las dificultades, y que la vida fácil hace a los niños mimados y débiles, también las vocaciones maduran más ante un ambiente difícil y arraigan con más fuerza y autenticidad en un entorno en el que el viento no sopla a favor. Incluso de las calumnias puede salir un bien, porque nos hacen experimentar lo que el Señor pasó en la tierra, aprendemos a purificar más la intención al ver que no todos nos aplauden, y todo eso puede llevarnos a trabajar más y a explicarnos mejor.
Es una posible interpretación, pero me parece más acertado pensar que, precisamente ahora, hacen más falta. Es la reflexión que se hacía Joseph Ratzinger al concluir el relato anterior. "El régimen nazi afirmaba con voz muy fuerte: "En la nueva Alemania no habrá ya sacerdotes, no habrá ya vida consagrada, no necesitamos ya a esa gente; buscaos otra profesión". Pero precisamente, al escuchar esas voces "fuertes", ante la brutalidad de aquel sistema tan inhumano, comprendí que, por el contrario, había una gran necesidad de sacerdotes. Este contraste, al ver aquella cultura antihumana, me confirmó en la convicción de que el Señor, el Evangelio, la fe, nos indicaban el camino correcto y nosotros debíamos esforzarnos por lograr que sobreviviera ese camino.
"Como es natural, no faltaron dificultades. Me preguntaba si tenía realmente la capacidad de vivir durante toda mi vida el celibato. Al ser un hombre de formación teórica y no práctica, sabía también que no basta amar la teología para ser un buen sacerdote, sino que es necesario estar siempre disponible con respecto a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los pobres; es necesario ser sencillo con los sencillos. La teología es hermosa, pero también es necesaria la sencillez de la palabra y de la vida cristiana. Así pues, me preguntaba: ¿seré capaz de vivir todo esto y no ser solo un teólogo? Pero el Señor me ayudó; y me ayudó, sobre todo, a través de la compañía de los amigos, de buenos sacerdotes y maestros".
Emprender el camino de la entrega precisa, ciertamente, la valentía de afrontar la aventura, con la confianza de que Dios no nos dejará solos, de que nos acompañará y nos ayudará. Pero siempre habrá necesidad de esas vocaciones, y siempre habrá almas jóvenes que aceptarán ese reto. Así lo expresaba José Luis Martín Descalzo hace unos años, en plena crisis de vocaciones al sacerdocio en el mundo occidental: "Me pregunto a veces cómo será el siglo XXI y los hombres que en él habitarán. ¿Tendrán alma? ¿Seguirán descubriendo en ella esos vacíos que solo Dios llena y tendrán necesidad de alguien que les ayude a llenarlos?
"La verdad es que nunca he temido por el futuro de la Iglesia y tampoco por el futuro del sacerdocio. Habrá tal vez oscilaciones en la curva de vocaciones, pero siempre seguirá habiendo muchachos que un día se atrevan a responder a la llamada de lo alto, por mucho que ciertos cretinillos se olviden de la importancia de su tarea.
"Y hay algo de lo que aún estoy más seguro: sea o no sea importante el sacerdocio, lo reconozca o no la sociedad del presente o del futuro, lo que yo sé muy bien, y lo sé por experiencia, es que no hay nada más entusiasmante, nada que llene tanto el alma hasta los bordes. Conozco bien lo que es esto de ser periodista y yo sé que es una gran vocación. Pero es una zapatilla rusa junto al gozo de tener −si se cree− a Dios entre los dedos o el ver brillar a unos ojos humanos cuando se alejan, pacificados, de un confesonario.
"Es también, lo sé, una vocación aterradora -porque la palabra de Dios quema al pasar por los labios-, pero con un terror luminoso y ardiente que bastaría para poner toda la vida en vilo. Ser cura −lo sepa el mundo o no, lo valore el mundo o no, y aunque el mundo llegara a prohibirlo− es literalmente un entusiasmo, es decir, según su etimología, una borrachera de Dios, uno de los pocos vinos que vale la pena que se le suban a uno a la cabeza".
Alfonso Aguiló, en interrogantes.net.
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