El Papa ha retomado las catequesis sobre el Padrenuestro, que había interrumpido para comentar sus viajes a Panamá y Emiratos Árabes Unidos.
Queridos hermanos y hermanas:
Seguimos con la catequesis sobre el Padrenuestro para aprender a rezar cada vez mejor. La verdadera oración es la que se realiza en el secreto del corazón; es un diálogo silencioso, como un cruce de miradas entre dos personas que se aman: Dios y el hombre.
Jesús nos enseña a rezar con el “tú”, y no con el “yo”; porque la oración cristiana es confidencial pero también es diálogo. En la oración del Padrenuestro decimos: «Sea santificado tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad». Y en la segunda parte pasa al “nosotros”: «danos el pan de cada día, perdona nuestras deudas, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal». La oración cristiana no es individualista, sino que es un diálogo con Dios, desde y con la comunidad de hermanos y hermanas.
El cristiano cuando reza lleva consigo a las personas y las situaciones que vive, y hace propios los sentimientos de Jesús, que siente compasión de cuantos encuentra en su camino. También nosotros cuando rezamos tenemos presentes a aquellas personas que no buscan a Dios, porque Jesús no ha venido a salvar solo a los justos, sino a todos.
Continuamos nuestro recorrido para aprender cada vez mejor a rezar como Jesús nos enseñó. Debemos rezar como Él nos enseñó a hacerlo. Dijo: cuando reces, entra en silencio de tu habitación, retírate del mundo y dirígete a Dios llamándolo “Padre”. Jesús quiere que sus discípulos no sean como los hipócritas que rezan estando de pie en las plazas para ser admirados por la gente (cfr. Mt 6,5). Jesús no quiere hipocresía. La verdadera oración es la que se hace en el secreto de la conciencia, del corazón: inescrutable, visible solo a Dios. Yo y Dios. Rehúye la falsedad: con Dios es imposible fingir. Es imposible, ante Dios no hay truco que valga, Dios nos conoce así, a conciencia desnuda, y no se puede fingir. En la raíz del diálogo con Dios hay un diálogo silencioso, como el cruce de miradas entre dos personas que se aman: el hombre y Dios cruzan las miradas, y eso es oración. Mirar a Dios y dejarse mirar por Dios: eso es rezar. “Pero, padre, yo no digo nada…”. Mira a Dios y déjate mirar por Él: es una oración, una bonita oración.
Sin embargo, aunque la oración del discípulo es completamente confidencial, nunca cae en el intimismo. En el secreto de la conciencia, el cristiano no deja el mundo fuera de la puerta de su habitación, sino que lleva en su corazón personas y situaciones, problemas y tantas cosas…; todas las llevo a la oración.
Hay una ausencia impresionante en el texto del “Padrenuestro”. Si os preguntase: ¿cuál es esa asombrosa ausencia en el texto del “Padrenuestro”? No es fácil responder. Falta una palabra. Pensadlo todos: ¿qué falta en el “Padrenuestro”? Pensad: ¿qué falta? Una palabra. Una palabra que en nuestro tiempo −y quizás siempre− todos tienen en alta estima. ¿Cuál es la palabra que falta en el “Padrenuestro” que rezamos todos los días? Para ahorrar tiempo lo diré: falta la palabra “Yo”. Nunca se dice “yo”. Jesús nos enseña a orar teniendo en nuestros labios sobre todo el “Tu”, porque la oración cristiana es diálogo: “sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”. No mi nombre, mi reino, mi voluntad. El yo no, no va. Y luego pasa al “nosotros”. Toda la segunda parte del “Padrenuestro” se declina en primera persona del plural: “Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Hasta las peticiones más elementales del hombre −como tener comida para apagar el hambre− están todas en plural. En la oración cristiana nadie pide pan para sí mismo: “dame el pan de hoy”, no; “danos”, lo pide para todos, para todos los pobres del mundo. No debemos olvidar esto, falta la palabra “yo”. Se reza con el tu y con el nosotros. Es una buena enseñanza de Jesús, no la olvidéis.
¿Por qué? Porque no hay sitio para el individualismo en el diálogo con Dios. No hay ostentación de nuestros problemas, como si fuésemos los únicos que sufren en el mundo. No hay oración elevada a Dios que no sea la plegaria de una comunidad de hermanos y hermanas, el “nosotros”: estamos en comunidad, somos hermanos y hermanas, somos un pueblo que reza: “nosotros”. Una vez el capellán de una cárcel me preguntó: “Dígame, padre, ¿cuál es la palabra contraria a ‘yo’?”. Y yo, ingenuo, dije: “Tu”. “Así empieza la guerra. La palabra opuesta a ‘yo’ es ‘nosotros’, donde hay paz, todos juntos”. Es una buena enseñanza que recibí de aquel cura.
A la oración, un cristiano lleva todas las dificultades de las personas que viven a su lado: cuando cae la tarde, cuenta a Dios los dolores que ha encontrado ese día; pone ante Él tantos rostros, amigos y también hostiles; no los aparta como distracciones peligrosas. Si uno no se da cuenta de que a su alrededor hay tanta gente que sufre, si no se apiada de las lágrimas de los pobres, si todo le da igual, entonces significa que su corazón… ¿cómo es… marchito? No, peor: es de piedra. En ese caso es bueno suplicar al Señor que nos toque con su Espíritu y enternezca nuestro corazón: “Enternece, Señor, mi corazón”. Es una bonita oración: “Señor, enternece mi corazón, para que pueda entender y hacerse cargo de todos los problemas, de todos los dolores ajenos”. Cristo no pasó indemne junto a las miserias del mundo: cada vez que notaba una soledad, un dolor del cuerpo o del espíritu, sentía un fuerte sentido de compasión, como las entrañas de una madre. Ese “sentir compasión” −no olvidemos esta palabra tan cristiana: sentir compasión− es uno de los verbos clave del Evangelio: es lo que empuja al buen samaritano a acercarse al hombre herido al borde del camino, al revés que los demás que tienen el corazón duro.
Nos podemos preguntar: cuando rezo, ¿me abro al grito de tantas personas vecinas y lejanas? ¿O pienso en la oración como en una especie de anestesia, para poder estar más tranquilo? Ahí dejo la pregunta, que responda cada uno. En ese caso sería víctima de un terrible equívoco. Cierto, la mía ya no sería una oración cristiana. Porque ese “nosotros”, que Jesús nos enseñó, me impide estar en paz solo, y me hace sentirme responsable de mis hermanos hermanas.
Hay hombres que aparentemente no buscan a Dios, pero Jesús nos hace rezar también por ellos, porque Dios busca a esas personas más que a otras. Jesús no vino para los sanos, sino para los enfermos, para los pecadores (cfr. Lc 5,31), o sea, para todos, porque quien piense estar sano, en realidad no lo está. Si trabajamos por la justicia, no nos sintamos mejores que los demás: el Padre hace salir el sol sobre buenos y malos (cfr. Mt 5,45). ¡El Padre ama a todos! Aprendamos de Dios, que es siempre bueno con todos, al contrario que nosotros que solo somos buenos con algunos, con quienes me gustan.
Hermanos y hermanas, santos y pecadores, todos somos hermanos amados por el mismo Padre. Y, al atardecer de la vida, seremos juzgados por el amor, por cómo hemos amado. No un amor solo sentimental, sino compasivo y concreto, según la regla evangélica −¡no la olvidéis!−: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Así dice el Señor. Gracias.
Saludo a los peregrinos venidos de Francia y de Bélgica, en concreto a los seminaristas de Lorena con su Obispo, monseñor Jean-Christophe Lagleize, y a los jóvenes aquí presentes. Os invito a gastar un poco de tiempo cada día para rezar con el fin de abrir vuestro corazón a Dios y a los demás: abrir el corazón. Que Jesús sea vuestro guía en el camino de la oración. Feliz peregrinación a todos.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Suecia, Australia, Hong Kong, Corea, Filipinas y Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. Dios os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. ¡Quien cree nunca está solo! Esto se experimenta particularmente en la oración. Recordemos que ante el Padre estamos siempre en comunión con nuestros hermanos y hermanas. Dios os proteja a vosotros y a todas las personas con las que estáis unidos en la oración.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Hay banderas panameñas ahí. Saludo al grupo Valdocco, que está presente y trabaja en zonas marginales por la cultura, por el bienestar de los pueblos. Los animo a pensar cómo es el diálogo que tienen con el Señor y a seguir el ejemplo de Jesús para rezar de forma concreta, recordando a aquellos que tienen a su lado y aman, como también a aquellos que no quieren tanto. Necesitamos aprender de Dios que es bueno con todos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en especial a los grupos venidos de Portugal y Brasil. Queridos amigos, espero que vuestra peregrinación a Roma fortalezca en todos la esperanza y refuerce, en el amor divino, el compromiso de cada uno a sentirse cada vez más responsable de los hermanos y hermanas más necesitados. Que la Virgen os acompañe y os proteja.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria, Líbano y Medio Oriente. Dios es el Padre de todos y nos ha hecho hermanos en una única humanidad. Hoy hay muchos de nuestros hermanos que en el mundo sufren, y necesitan que trabajemos por ellos y que les recordemos en nuestras oraciones. Somos un fermento de amor en el mundo, porque en el último día solo nos llevaremos el amor que hayamos dado en nuestra vida. El Señor os bendiga y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los polacos. Considerando el mensaje de la catequesis de hoy, rezad a menudo el Padrenuestro y gozad de la cercanía de Dios. Pidiendo el pan de cada día acordaos no solo de vosotros mismos y de vuestros seres queridos sino también de las personas desconocidas, equivocadas, olvidadas, que viven lejos, y que quizá necesitan más que vosotros el bien, la paz del alma, la justicia, el pan, la comprensión. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los participantes del Curso para Responsables de la formación permanente del Clero en América Latina, promovido por la Congregación para el Clero y a las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús. Saludo a las parroquias, en concreto a las de Lanciano y San Giorgio in Sannio; al grupo de Periodistas de Askanews, que atraviesan un momento de dificultad; al Instituto Nacional de Tumores; al Instituto penal de menores de Airola; a los alumnos especialmente del Instituto Impastato de Roma y de la Escuela de Fútbol de Polla-Vallo di Diano.
Un pensamiento especail para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Mañana celebraremos la fiesta de los Santos Cirilo y Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos y patrones de Europa. Que su ejemplo nos ayude a todos a ser, en cada ambiente de vida, discípulos y misioneros, para la conversión de los alejados y de los más cercanos. Que su amor por el Señor nos dé la fuerza para aguantar todo sacrificio, de modo que el Evangelio sea regla fundamental de nuestra vida.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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