Durante la catequesis semanal, la última antes de la Navidad, el Papa ha explicado cómo prepararse para esta fiesta
El Santo Padre ha dado consejos para profundizar en el significado de la Navidad y evitar que sea un período donde el consumismo, las comidas y cenas impidan impregnarse de la verdadera atmósfera de este tiempo
Queridos hermanos:
Dentro de seis días celebraremos la Navidad, y podríamos preguntarnos: ¿Cómo es esa fiesta que a Dios le gustaría que celebráramos? El Evangelio nos habla de las sorpresas y cambios de vida que trajo consigo aquella primera Navidad de la historia. Cómo la llegada de Dios cambió de manera radical los planes de María y José. Y la sorpresa más grande llega en la noche de Navidad, cuando el Altísimo aparece como un niño pequeño, reconocido solo por unos sencillos pastores.
Navidad significa acoger en la tierra las sorpresas del Cielo y celebrar a un Dios que revoluciona nuestras lógicas humanas. Vivir la Navidad es entender que la vida no se programa sino que se da, que no podemos vivir para nosotros mismos sino para Dios, que descendió hasta nosotros para ayudarnos.
Procuremos no mundanizar la Navidad, ni convertirla en una bonita fiesta tradicional pero centrada en nosotros y no en Jesús. Celebraremos la Navidad si sabemos dedicar tiempo al silencio, como hizo José; si le decimos a Dios “aquí estoy”, como María; si salimos de nosotros mismos para ir al encuentro de Jesús, como los pastores; si no nos dejamos cegar por el brillo de luces artificiales, de regalos y comidas, y en cambio ayudamos a alguien que pasa necesidad, porque Dios se hizo pobre en Navidad.
Dentro de seis días será Navidad. Los árboles, los adornos y las luces por todas partes recuerdan que también este año habrá fiesta. La máquina publicitaria invita a hacerse regalos siempre nuevos para dar una sorpresa. Pero me pregunto: ¿es esta la fiesta que le gusta a Dios? ¿Qué Navidad querría Él, qué regalos, qué sorpresas?
Miremos la primera Navidad de la historia para descubrir los gustos de Dios. Aquella primera Navidad de la historia estuvo llena de sorpresas. Comienza con María, que estaba prometida con José: llega el ángel y le cambia la vida. De virgen será madre. Sigue con José, llamado a ser padre de un hijo sin engendrarlo. Un hijo que −golpe de efecto− llega en el momento menos indicado, es decir cuando María y José estaban prometidos y según la Ley no podían cohabitar. Ante el escándalo, el sentido común de la época invitaba a José a repudiar a María y salvar su buen nombre, pero él, aun teniendo derecho, sorprende: para no deshonrar a María piensa despedirla en secreto, a costa de perder su propia reputación. Luego otra sorpresa: Dios en sueños le cambia los planes y le pide que tome consigo a María. Nacido Jesús, cuando tenía sus planes para la familia, de nuevo en sueños le dicen que se levante y se vaya a Egipto. En definitiva, la Navidad trae cambios de vida inesperados. Y si queremos vivir la Navidad, debemos abrir el corazón y estar dispuestos a las sorpresas, o sea a un cambio de vida inesperado.
Pero es en la noche de Navidad cuando llega la sorpresa más grande: el Altísimo es un pequeño bebé. La Palabra divina es un infante, que literalmente significa “incapaz de hablar”. Y la palabra divina es “incapaz de hablar”. Quien recibe al Salvador no son las autoridades de la época o del lugar o los embajadores: no; son simples pastores que, sorprendidos por los ángeles mientras trabajaban de noche, acuden sin demora. ¿Quién lo habría imaginado? Navidad es celebrar lo inédito de Dios, o mejor, es celebrar a un Dios inédito, que rompe los moldes de nuestras lógicas y nuestras expectativas.
Celebrar la Navidad, pues, es recibir en la tierra las sorpresas del Cielo. No se puede vivir “tierra-tierra”, cuando el Cielo ha traído sus novedades al mundo. La Navidad inaugura una época nueva, donde la vida no se programa, se da; donde ya no se vive para sí, según mis gustos, sino para Dios; y con Dios, porque desde la Navidad Dios es el Dios-con-nosotros, vive con nosotros, camina con nosotros. Vivir la Navidad es dejarse remover por su sorprendente novedad. La Navidad de Jesús no ofrece el calor reconfortante de la chimenea, sino el divino escalofrío que sacude la historia. Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la sencillez sobre la abundancia, del silencio sobre el bullicio, de la oración sobre “mi tiempo”, de Dios sobre mi yo.
Celebrar la Navidad es hacer como Jesús, que vino por nosotros, menesterosos, y agacharse hacia quien nos necesite. Es hacer como María: fiarse, dóciles a Dios, aunque no lo entendamos. Celebrar la Navidad es hacer como José: levantarse para hacer lo que Dios quiere, aunque no sean mis planes. San José es sorprendente: en el Evangelio no habla nunca: no hay ni una palabra de José en el Evangelio; y el Señor le habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al ruido del consumismo. Si sabemos estar en silencio delante del pesebre, la Navidad será también para nosotros una sorpresa, no una cosa ya vista. Estar en silencio ante el belén: esa es la invitación para la Navidad. Tómate un poco de tiempo, va ante el pesebre y quédate en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa.
Pero, desgraciadamente, podemos equivocarnos de fiesta y preferir, a las novedades del Cielo, las habituales cosas de la tierra. Si la Navidad es solo una bonita fiesta tradicional, donde en el centro estamos nosotros y no Él, será una ocasión perdida. Por favor, ¡no mundanicemos la Navidad! No dejemos de lado al Festejado, como entonces, cuando «vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Desde el primer Evangelio del Adviento, el Señor nos ha puesto en guardia, pidiendo no agobiarnos en «crápulas» y «afanes de la vida» (Lc 21,34). En estos días se corre quizá más que nunca durante el año. Pero así se hace lo contrario a lo que Jesús quiere. Le echamos la culpa a tantas cosas que llenan las jornadas, al mundo que va veloz. Pero Jesús no culpó al mundo, nos pidió no dejarnos arrastrar, vigilar orando en todo tiempo (cfr. v. 36).
Así pues, será Navidad si, como José, damos espacio al silencio; si, como María, decimos “aquí estoy” a Dios; si, como Jesús, estamos cerca de quien está solo; si, como los pastores, salimos de nuestros recintos para estar con Jesús. Será Navidad si encontramos la luz en la pobre gruta de Belén. No será Navidad si buscamos los destellos brillantes del mundo, si nos llenamos de regalos, comidas y cenas pero no ayudamos al menos a un pobre, que se parece a Dios, porque en Navidad Dios vino pobre.
Queridos hermanos y hermanas, os deseo feliz Navidad, una Navidad llena de las sorpresas de Jesús. Podrán parecer sorpresas incómodas, pero son los gustos de Dios. Si las acogemos, nos daremos a nosotros mismos una espléndida sorpresa. Cada uno lleva escondida en el corazón la capacidad de sorprenderse. Dejémonos sorprender por Jesús en esta Navidad.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia y de otros países francófonos, en particular a los jóvenes de Draguignan. Deseo a todos una feliz Navidad, llena de las sorpresas por parte de Jesús. Con la ayuda de María y de José, podemos acogerlas, y así hacer nuestros los gustos de Dios, dejándonos sorprender por ellos. Dios os bendiga.
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Australia, Filipinas y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los peregrinos japoneses acompañados por el Cardenal Thomas Manyo Maeda, y a los jóvenes bailarines de Ucrania. En la inminencia de la Santa Navidad, invoco sobre vosotros y vuestras familias la alegría y la paz del Señor Jesús. Dios os bendiga.
Dirijo de corazón un saludo a los peregrinos de lengua alemana, en particular al grupo de los Schützen tiroleses, venidos con su Obispo, Mons. Hermann Glettler de Innsbruck. Que el Espíritu Santo nos ayude a llevar la paz de la Navidad y el amor de Cristo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina. Le pedimos a la Virgen María que nos ayude a contemplar en silencio el misterio del Nacimiento de su Hijo, para que hagamos realidad en nuestras vidas su ejemplo de humildad, pobreza y amor. Les deseo una feliz Navidad. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, os saludo a todos con el deseo de una Santa Navidad, portadora de los consuelos y las gracias de Dios Niño, para vosotros y para vuestra familia. Y lo será ciertamente, si vuestra familia pone a Él y su Ley en el centro de la vida, llegando a ser una escuela de fe, oración, humanidad y alegría verdadera. A todos os bendigo de corazón, deseándoos un sereno y feliz Año Nuevo.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria, Líbano y Medio Oriente. Para vivir la Navidad debemos transformar: con el amor, nuestros corazones en belenes; con la oración, nuestras casas en pesebre; y con el bien, nuestros caminos en oasis. Que el Niño Divino nos enseñe a mirar al cielo con sus ojos y a mirarlo con el corazón de María y con el silencio orante de San José. El Señor os bendiga y os proteja del maligno.
Doy la cordial bienvenida a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, os deseo una feliz Navidad, llena de paz, de amor y de serenidad que el Señor nacido entre nosotros nos trae. Que vivir el misterio del Verbo encarnado os ayude a captar las sorpresas y los retos con los que Jesús nos llama a salir de los recintos de nuestras comodidades, para estar con Él y con los que Él ama. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los grupos parroquiales, en particular a los de Collevecchio y de Alvito y a los invitados de Caritas de la diócesis de Albano, acompañados por su Obispo, Mons. Marcello Semeraro. Saludo a la Asociación Nacional de víctimas civiles de guerra; al Grupo Scout de Jesolo y Ca’ Savio; a la Nacional italiana de Amputados; a la delegación del Ayuntamiento de Bolsena; al grupo deportivo paralímpico de la Defensa y a los Institutos académicos, en particular a los de San Benedetto del Tronto y de Bitonto.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Es inminente el nacimiento del Señor Jesús. Que la fiesta que celebraremos también este año, en la Noche santa de su Natividad, despierte en nosotros la ternura de Dios por toda la humanidad, cuando, en Jesús, no desdeñó asumir, sin ninguna reserva, nuestra naturaleza humana. Encomendémonos a María y a José, para que nos enseñen a acoger un don tan grande: el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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