Jesús trae la paz a los corazones y a los hogares, afirma el prelado del Opus Dei en este mensaje de felicitación por la Navidad
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En la Navidad, ya próxima, volveremos a oír a los ángeles proclamar: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14). Cada año, el eco de este canto llena el mundo entero, avivando en nosotros una alegre esperanza. Sobre todo, porque la paz se ha hecho cercana y la podemos contemplar en el rostro de un Niño: «Él es nuestra paz» (Ef 2,14), como escribió san Pablo, tiempo después, al considerar el misterio de Jesucristo.
El mundo está muy necesitado de paz. Cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestros lugares de trabajo, los ambientes en los que nos movemos, necesitamos de ese Niño al que los ángeles anunciaron como el Salvador (cfr. Lc 2,11). Sin Él, todos los esfuerzos por pacificar los corazones son insuficientes. Por eso, la Iglesia no deja de hablar de Jesús a los hombres, como hicieron los pastores después de haberlo visto en el pesebre (cfr. Lc 2,16-18). También nosotros queremos anunciarlo; en el apostolado, «es de Cristo de quien hemos de hablar, y no de nosotros mismos» (Es Cristo que pasa, n. 163).
Durante estos días de Navidad, contemplemos el gran misterio del amor de Dios en este Niño que nos ha nacido (cfr. Is 9,5). ¡Qué fácil es encontrar y reencontrar la paz, la serenidad, al rezar ante el Nacimiento, dejándonos cautivar por Jesús en el pesebre, rodeado de María y de José! Contemplando este misterio de amor, el Señor nos dará también nuevos impulsos para transmitirlo a los demás.