“Yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, que concluía el filósofo. No podemos apagar la luz, sin más, que también somos circum-stancias de los demás
“La vida es una tómbola…”. Lo decía aquella, cantando, en una película que casi podríamos decir que se trata de un “clásico” del cine español. “¡De luz y de colooooo-o-o-or!”. Era como seguía la canción.
Yo, con la primera parte, no podría estar más en desacuerdo: que la vida son muchas cosas, sí, pero no una “tómbola” que depende de un azar vacío de sentido. La vida tiene sentido en la medida en que la vivimos con los toques de la libertad personal, y la hacemos nuestra. Por eso, sí me gusta la segunda parte de la canción: la vida está llena de luz y de color. Ahora bien: la luz y el color implica que también hay zonas oscuras y negras.
En todo esto elucubraba, después de la conversación con Cristina Monforte y Josep Porta, con motivo de la entrevista que publicamos en el número 5 de la revista en papel. Hablar de cuidados paliativos es hablar de vida, pero hablar de vida es hablar, también, de dolor y de muerte. Son las partes oscuras de la luz. La falta de luz. Pero tan absurdo es querer eliminar el dolor de todas todas, como acabar con la oscuridad sea como sea: por más que iluminemos, siempre habrá una parte donde no llegará esta luz. No se trata, pues, de decir: “Se acabó: no ilumino más”, sino de hacer de tripas corazón y de seguir con la vida, libremente, tratando de iluminar el máximo de espacio en el nuestro vivir de cada día. Y, en todo este proceso, los profesionales de la salud tienen un papel muy importante. Son −junto a las personas que de verdad nos aman− quienes hacen que nuestra vida sea más digna: no porque deje de serlo en algún momento, sino porque nos ayudan a verla así como es. La “mirada digna”.
En el quinto número de la revista hemos querido hablar, pues, de esta mirada. Hace unos años, publicaba en un tuit un artículo que se preguntaba por qué algunos no aceptan la pena de muerte y, en cambio, sí el suicidio asistido. Uno me respondió diciendo que quien decide ser asistido en el suicidio, lo hace como “único titular de su vida”. Pero, claro, la titularidad de la vida no es 100% nuestra, le decía yo: que la vida es social por naturaleza. Luz y colores.
Por eso, es tan importante pensar en cómo cuidar a las personas que tienen cualquier tipo de limitación −ya sea física o psicológica, debida por la edad o por algún tipo de enfermedad. De ahí la importancia de lo que nos cuenta Enrique Rovira-Beleta sobre la arquitectura accesible y Mónica Fernández sobre la alimentación sostenible: pensar siempre en los demás es, más tarde o más temprano, pensar también en un mismo.
Es bien conocida la frase de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Pero lejos del determinismo con que algunos la adoptan, y con el que se excusan de sus malos actos, el filósofo iba en otra línea, parecida a la que yo planteo ahora aquí. Como seres pensantes −racionales− que somos, con la libertad, creamos una identidad muy ligada con cada una de las personas, de los hechos y de las cosas que nos rodean: circum-stancias. “Yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, que concluía el filósofo. No podemos apagar la luz, sin más, que también somos circum-stancias de los demás.
Porque vivir es un arte: el arte de vivir. Y cada uno construye esta vida en los demás con su mirada. ¿El límite de la dignidad? Al fin y al cabo dependerá de nuestra capacidad de mirar al otro con ojos de dignidad. Que esto son las miradas.