El Santo Padre ha explicado en su catequesis de hoy, durante la Audiencia general, el octavo Mandamiento
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy la dedicamos al octavo mandamiento: «No dirás falso testimonio ni mentirás»; este mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con los demás.
Es grave vivir de “comunicaciones” no auténticas, porque impide las relaciones recíprocas y el amor al prójimo. La “comunicación” entre las personas no es solo con palabras, sino también con gestos y actitudes, hasta con silencios y ausencias; se comunica con todo lo que uno hace y dice.
Entonces, ¿qué es la verdad? Esta fue la pregunta que hizo Pilatos a Jesús en el proceso que lo llevaría a morir en la cruz. Jesús había afirmado: «Para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad». Con su pasión y su muerte, demuestra que él mismo es la realización plena de la Verdad, pues su vida fue un reflejo de la relación con el Padre. En su manera de vivir y morir, cada acto humano, por pequeño o grande que sea, afirma o niega esta verdad. «No dar falso testimonio, ni mentir», implica vivir como hijos de Dios, dejando que en cada acto se refleje que él es nuestro Padre y que confiamos en él.
En la catequesis de hoy afrontaremos la Octava Palabra del Decálogo: «No dirás falso testimonio ni mentirás». Este mandamiento −dice el Catecismo− «prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo» (n. 2464). Vivir de comunicaciones no auténticas es grave porque impide las relaciones y, por tanto impide el amor. Donde hay mentira no hay amor, no puede haber amor. Y cuando hablamos de comunicación entre las personas entendemos no solo las palabras, sino también los gestos, las actitudes, incluso los silencios y las ausencias. Una persona habla con todo lo que es y hace. Todos estamos en comunicación, siempre. Todos vivimos comunicando y estamos continuamente en equilibrio entre la verdad y la mentira.
¿Y qué significa decir la verdad? ¿Significa ser sinceros? ¿O bien exactos? En realidad, eso no basta, porque se puede estar sinceramente en el error, o bien se puede ser precisos en el detalle pero no captar el sentido del conjunto. A veces nos justificamos diciendo: “¡Pero si he dicho lo que sentía!”. Sí, pero has absolutizado tu punto de vista. O: “¡Solamente he dicho la verdad!”. Puede ser, pero has revelado hechos personales o reservados. ¡Cuántos cotilleos destruyen la comunión por inoportunidad o falta de delicadeza! Es más, la murmuración mata, y esto lo dijo el apóstol Santiago en su Carta. El cotilla, la chismosa son gente que mata: mata a los demás, porque la lengua mata como un cuchillo. ¡Estad atentos! Un bocazas es un terrorista, porque con su lengua tira la bomba y se va tan tranquilo, pero lo que dice esa bomba arrojada destruye la fama ajena. No lo olvidéis: murmurar es matar.
Pues entonces, ¿qué es la verdad? Esa es la pregunta que hizo Pilato, precisamente mientras Jesús, delante de él, cumplía el octavo mandamiento (cfr. Jn 18,38). Porque las palabras «No darás testimonio falso contra tu prójimo» (Ex 20,16) pertenecen al lenguaje forense. Los Evangelios culminan con el relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; y ese es el relato de un proceso, de la ejecución de la sentencia y de una inaudita consecuencia.
Interrogado por Pilato, Jesús dice: «Para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Y ese «testimonio» Jesús lo da con su pasión, con su muerte. El evangelista Marcos narra que «el centurión, que estaba enfrente de él, al ver cómo había expirado, dijo: ¡En verdad este hombre era Hijo de Dios!» (15,39). Sí, porque era coherente, fue coherente: con ese modo de morir, Jesús manifiesta al Padre su amor misericordioso y fiel.
La verdad encuentra su plena realización en la misma persona de Jesús (cfr. Jn 14,6), en su modo de vivir y de morir, fruto de su relación con el Padre. Esa existencia como hijos de Dios, Él, resucitado, nos la da también a nosotros enviando al Espíritu Santo que es Espíritu de verdad, que da testimonio a nuestro corazón de que Dios es nuestro Padre (cfr. Rm 8,16).
En cada acto suyo, el hombre, las personas afirman o niegan esa verdad. Desde las pequeñas situaciones diarias a las decisiones más exigentes. Pero es la misma lógica, siempre: la que los padres y abuelos nos enseñan cuando nos dicen que no digamos mentiras.
Preguntémonos: ¿qué verdad manifiestan las obras de los cristianos, nuestras palabras, nuestras elecciones? Cada uno puede preguntarse: ¿yo soy un testigo de la verdad, o soy más o menos un mentiroso disfrazado de veraz? Que cada uno se lo pregunte. Los cristianos no somos hombres y mujeres excepcionales. Pero somos hijos del Padre celestial, el cual es bueno y no nos defrauda, y pone en nuestro corazón el amor a los hermanos. Esa verdad no es algo que se dice con discursos, sino un modo de existir, un modo de vivir, y se ve en cada acto singular (cfr. Sant 2,18). Este hombre es un hombre veraz, aquella mujer es una mujer veraz: se ve. ¿Y por qué, si no abre la boca? Pero se comporta como veraz. Dice la verdad, actúa con la verdad. Un bonito modo de vivir para nosotros.
La verdad es la revelación maravillosa de Dios, de su rostro de Padre, es su amor ilimitado. Esa verdad corresponde a la razón humana pero la supera infinitamente, porque es un don bajado a la tierra y encarnado en Cristo crucificado y resucitado; se hace visible por quien le pertenece y muestra sus mismas actitudes.
No decir falso testimonio quiere decir vivir como hijo de Dios, que nunca, jamás se niega a sí mismo, nunca dice menitas; vivir como hijos de Dios, dejando salir en cada acto la gran verdad: que Dios es Padre y nos podemos fiar de Él. Yo me fío de Dios: esta es la gran verdad. De nuestra confianza en Dios, que es Padre y me ama, nos ama, nace mi verdad y ser verdadero y no embustero.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia y de varios países francófonos, en particular a los miembros del Congreso Nacional de Directores de Peregrinaciones, acompañados por el Arzobispo de Rouen, Mons. Lebrun; a la parroquia de Herrlisheim, la capellanía de los hospitales de la Diócesis de Vannes, y a los estudiantes de las escuelas superiores de la Gironda. Pidamos al Espíritu de Verdad que nos ayude a no dar falso testimonio y a vivir como hijos de Dios. Unidos a Jesucristo, manifestemos en cada una de nuestras acciones que Dios es Padre y que podemos fiarnos de Él. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Dinamarca, Países Bajos, Australia, Indonesia, Japón, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo cordial a los numerosos grupos de estudiantes aquí presentes, particularmente al de la Universidad Católica de Australia. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Una cordial bienvenida a los hermanos y hermanas de lengua alemana. En particular saludo a los directores y colaboradores de Missio Austria. Toda persona está llamada a la sinceridad y a la veracidad en el obrar y en el hablar. Sigamos al Señor Jesucristo que nos revela la verdad de Dios que es Padre y vivamos como verdaderos hijos de Dios. Que el Espíritu Santo os haga fuertes en la gracia y en la verdad.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Los animo a vivir como hijos que saben que Dios los ama, y que con esa conciencia puedan construir cada vez más una sociedad fundamentada en la sinceridad y en la verdad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos amigos venidos de Brasil y de Portugal: sed bienvenidos. Pidamos al Señor la fuerza del Espíritu Santo para que, reforzados por sus dones, podamos permanecer firmes en la fe, dando testimonio gozoso de la verdad cristiana. ¡Dios os bendiga!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, vivid como hijos de Dios, dejando salir en cada acto que Dios es Padre y que se puede confiar en Él. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que «la verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía» (n. 2505). Que esto nos ayude a crecer en el amor fraterno, en la justicia y en la valiente confesión de la fe. ¡Sea alabado Jesucristo!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Religiosos del Instituto Hijos de Santa Ana; a los Coros de la Diócesis de Saluzzo, con su Obispo, Mons. Cristiano Bodo y a la Fraternidad Casa del Joven de Pavía, con su Obispo Mons. Corrado Sanguineti, en el 25° aniversario de la muerte del fundador don Enzo Boschetti. Saludo a la Asociación italiana Empresas de Transporte; a la Asociación Pequeños gigantes de Tin, de Siracusa; a la Unión italiana de ciegos e hipovidentes de Potenza; al Grupo Nova Facility de Treviso; a los Voluntarios del Proyecto Verona Minor Hierusalem.
Un pensamiento particular dirijo a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Os deseo a todos que la peregrinación a Roma pueda reforzar el vínculo con la Ciudad de los Apóstoles y la alegría de la pertenencia a la Iglesia Católica.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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