Dos jóvenes deportistas, famosos por su buen juego, que han hecho algo importante (de muy distinta dimensión, obvio es), cada uno en las distintas circunstancias que le tocó vivir
No soy un gran fan de Gerard Piqué, el futbolista del Barcelona.
Dicho esto, señalaba mi padre (que en Gloria esté): “Cuando perdiz, perdiz; cuando penitencia, penitencia”.
Y, entre “premio” o “castigo”, hoy a Piqué le toca perdiz. No me duelen prendas. Todo lo contrario.
El premio no le viene por haber derrotado al Real Madrid en el último clásico. Aunque es cierto que la recompensa se la ganó en el terreno de juego del Camp Nou.
¿Y cómo?
Ni con el pie ni con la cabeza. Con un solo dedo.
Con un dedo, el índice, que alzó ante el graderío diciendo “no, no, no” a quienes se dedicaban a corear insultos contra su contrincante Sergio Ramos.
Piqué, casado con Shakira y que de canto debe de saber ya algo (“todo se pega, menos la hermosura”, decía mi abuela), vio con claridad que quienes soltaban improperios desafinaban. Y mucho. Los reprobó. Y los hizo callar. Chapeau!
Hace escasas semanas fue otro deportista, Rafa Nadal, el que llevó a cabo un gran gesto. En este caso, más que un gran gesto, una gran acción. Mejor dicho: dos.
Con ocasión de las lluvias torrenciales que asolaron Sant Llorenç (Mallorca), Rafa ofreció las instalaciones de su academia para alojar a los afectados por la catástrofe. Y, además, se sumó -como un vecino más-, vestido con ropa de trabajo, a la tarea de achicar agua y lodo y de retirar escombros procedentes del desastre acaecido.
No buscó la foto. No la necesitaba. A pesar de que alguno de los paparazzi (profesional o aficionado) que por allí estaban la obtuvo. Y pudimos escuchar ciertas sandeces de quien consideraba que aquella era una estrategia de marketing del tenista: como si Don Rafael −con mayúsculas− precisase mejorar su imagen ante quienes le seguimos. E incluso ante quienes no lo hagan. Si es que los hay…
En fin, que no fue a golpe de raqueta y con zapatillas de deporte, sino con botas de agua, escoba y pala como pudimos admirar una vez más su grandeza.
Su tío Toni (otro crack, te recomiendo su libro “Todo se puede entrenar”), con la sinceridad que le caracteriza, aseguró que en el ánimo de su sobrino estaba exclusivamente ayudar a sus convecinos y no salir en la prensa. Más: que inicialmente (luego ya el tema se supo), Rafa dio orden taxativa de que no se dijese nada a los medios: ni sobre su implicación en las labores de limpieza ni sobre su ofrecimiento de cobijo a los afectados por las lluvias torrenciales.
Estos dos jóvenes deportistas, famosos por su buen juego, han hecho algo importante (de muy distinta dimensión, obvio es), cada uno en las distintas circunstancias que le tocó vivir.
Lo del primero alguien lo considerará una anécdota y lo de Rafa, categoría. Pero, a los efectos del post de hoy, ninguna de ellas sobra.
No es ya solo lo que hicieran −bueno en sí mismo−, sino el ejemplo que dieron.
Motivo por el que me siento feliz de que haya pruebas audiovisuales que lo acrediten. Porque acciones de este tipo −menores o mayores, todas plausibles− son las que precisamos conocer. Más: las que necesitamos viralizar y hacer que lleguen a todos: en especial a los más jóvenes.
Conozco al Rafa que sabe ganar (y no es fácil), al que sabe perder (a pesar de las pocas ocasiones en que ello ocurre), y, sobre todo, al que sabe dejarse la piel… (y hacer sufrir, je, je) hasta el final (en que, habitualmente, gozamos). El Rafa que lo da todo, que se entrega, que se vacía en la pista. El que elogia a sus rivales; el que reconoce y aplaude el juego de estos cuando les gana −las más de las veces− y cuando no.
Y me recuerda a mi paisano, el navarro Miguel Induráin. Ese campeonísimo del ciclismo que −desde su austeridad y modestia− señalaba: “No hay que tener miedo a perder; de hecho, he perdido más carreras que las que he ganado”… Wikipedia nos cuenta que Miguel fue ganador del Tour de Francia durante cinco años consecutivos (de 1991 a 1995) y del Giro de Italia en dos ocasiones consecutivas (1992 y 1993); fue además campeón del mundo contrarreloj (1995), campeón olímpico contrarreloj (1996) y poseedor del récord de la hora (1994)…
Traigo a colación todo lo anterior porque estamos acostumbrados a mucho famoseo poco ejemplarizante. Y necesitamos menos morbos, menos salidas de tono −o de madre−, y más valores (de los que de verdad deben cotizar).
El deporte (desde la base a la “altura”), nos los puede ofrecer.
Y aquí acaba el post (que agradezco difundas, porque las acciones lo merecen).
¡Ah! Los protagonistas de estas buenas acciones (se suele decir al final de todos los cuentos, aunque este no lo sea) fueron felices y comieron… ¡perdices!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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