Una llamada a la fe y la esperanza, avaloradas por el diálogo sincero fruto de una caridad llena de comprensión
Cuando escribía la semana pasada sobre el sínodo de obispos que comienza esta semana en Roma, no podía imaginar que acudirían dos prelados de China, por vez primera desde que Pablo VI instituyó esta institución tras el Concilio Vaticano II. Lo habían intentado sin éxito Juan Pablo II y Benedicto XVI. Parece un primer fruto del acuerdo provisional de la Santa Sede con el gobierno de Pekín.
Como sucede en tantos aspectos de la actualidad, el virus de la división está alcanzando cotas inesperadas, a pesar de la continua llamada del papa Francisco al diálogo y a la comprensión. Los vaticanistas analizan con lupa −no exenta de crítica− las cualidades de los dos obispos que van camino de Roma, especialmente del actual secretario de la Conferencia Episcopal no reconocida por Roma. Pero la realidad es que, con independencia de la evolución de los problemas en un futuro próximo, significa un principio de aceptación de que el papa no es una autoridad extranjera que trata de inmiscuirse en la vida de la República Popular. Además, otros tres obispos chinos participarán en la conferencia de la comunidad de San Egidio y de la archidiócesis de Bolonia, "Puentes de Paz: el Espíritu de Asís", que se celebrará en esta ciudad del 14 al 16 de octubre de 2018.
El proceso concordatario dista mucho de estar resuelto, como se deduce de la prudente espera para hacer públicos los compromisos asumidos en el acuerdo provisional. Pero, antes de analizar los contenidos jurídicos, el papa se dirige a los corazones de los creyentes, para que aborden el futuro con gran esperanza. Lo comentó a los periodistas en el vuelo de regreso de su viaje a los países bálticos, y lo subrayó en la audiencia del pasado miércoles en la plaza de san Pedro.
Afirmó que el acuerdo “es el fruto de un largo y reflexivo proceso de diálogo destinado a fomentar una colaboración más positiva entre la Santa Sede y las autoridades chinas para el bien de la comunidad católica en China y la armonía de toda la sociedad”. A continuación, presentó una síntesis del “mensaje de aliento fraterno” dirigido a los católicos chinos y a la Iglesia universal, publicado ese mismo día: “espero que en China se pueda abrir una nueva fase, que ayude a sanar las heridas del pasado, a restablecer y mantener la plena comunión de todos los católicos chinos y a asumir con renovado compromiso el anuncio del Evangelio”.
Más allá de análisis canónicos y sociales, parece clara la necesidad, en palabras del papa, de acompañar con oración y amistad a los fieles de China: "Saben que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos. Le pedimos a Nuestra Señora, Madre de la Esperanza y Auxilio de los Cristianos, que bendiga y guarde a todos los católicos en China, mientras que para todo el pueblo chino invocamos de Dios el don de la prosperidad y de la paz”. Por si no se recuerda, María Auxiliadora recibe especial culto en el gran santuario de She Shan, de la diócesis de Shanghái. Benedicto XVI compuso su “Oración a Nuestra Señora de She Shan”, cuando instituyó en su fiesta del 24 de mayo de 2007 la jornada mundial de oración por la Iglesia en China.
En continuidad con el papa emérito, al que cita en el primer párrafo de su carta del día 26, Francisco reconoce expresamente la complejidad del problema, que da lugar a un “torbellino de opiniones y consideraciones”. Señala cómo “en algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de Pedro. En otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más sereno a causa de un testimonio fecundo de la fe en tierra china”.
No voy a resumir aquí el contenido del mensaje papal, fácilmente accesible, que tiene la virtud de la brevedad. Es una llamada a la fe y la esperanza, avaloradas por el diálogo sincero fruto de una caridad llena de comprensión. Cuando el papa invita a los católicos chinos a ser, en el ámbito civil y político, buenos ciudadanos, que aman a su patria y la sirven con esfuerzo y honestidad, actualiza los criterios apostólicos de los primeros cristianos, que conocemos también gracias a los Padres apologistas. Además, desde entonces, y especialmente con el Concilio Vaticano II, se ha enriquecido poderosamente el antiguo derecho público eclesiástico: el poder se sustituye por el servicio, que puede exigir también, respecto de las autoridades civiles, como recuerda ahora el papa en su mensaje, “una palabra crítica, no por inútil contraposición, sino con el fin de edificar una sociedad más justa, más humana y más respetuosa con la dignidad de cada persona”. La buena ciudadanía no excluye −al contrario− la pugna por la plenitud de los derechos humanos.
El acuerdo llega en un momento histórico de gran vitalidad del cristianismo en China, cada vez más atractivo especialmente para personas de nivel intelectual y profesional. Se puede aducir la profecía estadística de un sociólogo de la religión americano, no católico, Rodney Stark: en 1980, después de varias décadas de represión, el número de cristianos −más protestantes que católicos− era de unos diez millones; veinticinco años más tarde, eran 61 millones, con una tasa media de crecimiento del 7% anual. Las últimas encuestas confirman la continuidad de ese avance, por lo que Stark concluía: en 2030 habrá más cristianos en China que en cualquier otro país: 295 millones; es decir, una minoría especialmente significativa, por la que vale la pena rezar, como sugiere el papa.
Son comprensibles las cautelas y suspicacias, en parte justificadas por tantas decisiones gubernativas en el continente y en Hong Kong. Pero lo importante es abrir caminos nuevos, sobre la base de que no hay dos iglesias en China, ni los creyentes desean privilegios, sino sólo aquel respeto a la libertad de las conciencias que sólo en el siglo IV se abrió paso definitivo en el viejo imperio romano.