El Santo Padre ha explicado, durante la Audiencia general de hoy, el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios
Queridos hermanos:
Reflexionamos hoy sobre el cuarto mandamiento de la ley de Dios: «Honra a tu padre y a tu madre, […] para que se prolonguen tus días y seas feliz en el país que Dios te da».
Honrar significa reconocer y dar importancia a los padres a través de acciones concretas, que manifiestan afecto y cuidado; y esto tiene como efecto una vida larga y feliz. La felicidad que promete el mandamiento no se encuentra vinculada a los méritos de los padres, sino en el reconocimiento y el respeto hacia quienes nos han traído al mundo.
Esta sabiduría milenaria evidencia la importancia del ambiente familiar en los primeros años de vida, que repercute en la posterior forma de ser y comportarnos. Podemos pensar en tantos jóvenes que, después de haber vivido una infancia difícil y dolorosa, se han reconciliado, a través de Cristo, con la vida y han sido un ejemplo luminoso para muchos otros. Los enigmas y los porqués de nuestra vida se iluminan descubriendo la presencia del Señor a nuestro lado. En Él, honramos a nuestros padres con la libertad de hijos adultos y los acogemos con misericordia y amor.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
En el viaje por las Diez Palabras llegamos hoy al mandamiento sobre el padre y la madre. Se habla del honor debido a los padres. ¿Qué es ese “honor”? El término hebreo indica la gloria, el valor, literalmente el “peso”, la consistencia de una realidad. No es cuestión de formas exteriores sino de verdad. Honrar a Dios, en las Escrituras, quiere decir reconocer su realidad, contar con su presencia; eso se expresa también con los ritos, pero implica sobre todo dar a Dios el justo puesto en la existencia. Honrar al padre y a la madre quiere decir pues reconocer su importancia también con hechos concretos, que expresa dedicación, cariño y cuidados. Pero no se trata solo de eso.
La Cuarta Palabra tiene una característica: es el mandamiento que contiene un resultado. Pues dice: «Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor tu Dios te ha mandado, para que se prolonguen tus días y seas feliz en la tierra que el Señor tu Dios te da» (Dt 5,16). Honrar a los padres lleva a una larga vida feliz. La palabra “felicidad” en el Decálogo aparece solo vinculada a la relación con los padres.
Esta sabiduría multisecular declara lo que las ciencias humanas han sabido elaborar solo desde poco más de un siglo: es decir, que la impronta de la infancia marca toda la vida. Puede ser fácil, a menudo, entender que uno ha crecido en un ambiente sano y equilibrado. Pero también percibir si una persona viene de experiencia de abandono o de violencia. Nuestra infancia es un poco como una tinta indeleble: se expresa en los gustos, en los modos de ser, aunque algunos intenten esconder las heridas de sus propios orígenes.
Pero el cuarto mandamiento dice más todavía. No habla de la bondad de los padres, no requiere que los padres y madres sean perfectos. Habla de un acto de los hijos, prescindiendo de los méritos de los padres, y dice una cosa extraordinaria y liberadora: aunque no todos los padres son buenos y no todas las infancias son serenas, todos los hijos pueden ser felices, porque lograr una vida plena y feliz depende del justo reconocimiento a quien nos ha traído al mundo.
Pensemos en lo que esta Palabra puede ser constructiva para tantos jóvenes que vienen de historias de dolor y para todos los que han padecido en su juventud. Muchos santos −y muchísimos cristianos− después de una infancia dolorosa han vivido una vida luminosa, porque, gracias a Jesucristo, se han reconciliado con la vida. Pensemos en aquel joven hoy beato, y el próximo mes santo, Sulprizio, que a los 19 años terminó su vida reconciliado con tantos dolores, con tantas cosas, porque su corazón estaba sereno y nunca había renegado de sus padres. Pensemos en san Camilo de Lellis, que de una infancia desordenada construyó una vida da amor y de servicio; en santa Josefina Bakhita, crecida en una horrible esclavitud; o en el beato Carlo Gnocchi, huérfano y pobre; y en el mismo San Juan Pablo II, marcado por la pérdida de su madre a tierna edad.
El hombre, de cualquier historia que venga, recibe de este mandamiento la orientación que conduce a Cristo: en Él se manifiesta el verdadero Padre, que nos ofrece “renacer de lo alto” (cfr. Jn 3,3-8). Los enigmas de nuestras vidas se iluminan cuando se descubre que Dios desde siempre nos prepara a una vida de hijos suyos, donde cada acto es una misión recibida de Él.
Nuestras heridas comienzan a ser posibilidades cuando, por la gracia, descubrimos que el verdadero enigma ya no es “¿por qué?”, sino “¿por quién?”, ¿por quién me ha pasado esto? ¿Con vistas a qué trabajo me ha forjado Dios a lo largo de mi historia? Aquí todo se invierte, todo se vuelve precioso, todo se ve constructivo. Mi experiencia, incluso triste y dolorosa, a la luz del amor, ¿cómo se vuelve para los demás, por quién, fuente de salvación? Entonces podemos empezar a honrar a nuestros padres con libertad de hijos adultos y con misericordiosa aceptación de sus limitaciones[1].
Honrar a los padres: ¡nos han dado la vida! Si te has alejado de tus padres, haz un esfuerzo y vuelve, vuelve a ellos; quizá estén viejos… Te han dado la vida. Y luego, entre nosotros está la costumbre de decir cosas feas, incluso palabrotas... Por favor, nunca, nunca, jamás insultar a los padres de nadie. ¡Jamás! Nunca se insulta a una madre, nunca insultar al padre. ¡Nunca, jamás! Tomad vosotros mismos esta decisión interior: de hoy en adelante jamás insultaré a la madre o al padre de nadie. ¡Les han dado la vida! No deben ser insultados.
Esta vida maravillosa se nos ha dado, no es impuesta: renacer en Cristo es una gracia para acoger libremente (cfr. Jn 1,11-13), y es el tesoro de nuestro Bautismo, en el que, por obra del Espíritu Santo, uno solo es nuestro Padre, el del cielo (cfr. Mt 23,9; 1Cor 8,6; Ef 4,6). Gracias.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia y de varios países de lengua francesa, en particular a los miembros de la Asociación de Alcaldes de los Pays Fertois, así como a los peregrinos de Tahití, Luzón, Toulouse y Puy en Velay. Podemos acoger libremente la gracia de renacer en Cristo, y así honrar a nuestros padres y dar gloria a Dios que es nuestro único Padre. Que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Escocia, Dinamarca, Noruega, Kenia, Sudáfrica, Tanzania, Australia, Indonesia, Malasia, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Agradezco a los coros de Indonesia y de Australia su alabanza a Dios a través del canto. Sobre todos vosotros, y sobre vuestras familias, invoco la alegría y la paz del Señor. Que Dios os bendiga.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Saludo a los numerosos escolares presentes en esta Audiencia, de modo particular a la Mallinckrodt Gymnasium Dortmund y a la Gerhardinger Realschule Cham. Para cada uno Dios tiene una misión en nuestra vida. Abrámonos a su palabra y dejemos que sea Él quien nos guíe. Que el Señor os proteja siempre.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica; en particular saludo a los participantes en el curso de rectores de Seminarios Mayores diocesanos, al grupo de la Pastoral de la Carretera de la Conferencia Episcopal Española, y a los catequistas de la Diócesis de Nogales, en México. Los animo a reavivar en ustedes la gracia del bautismo que nos hace renacer de lo alto y ser hijos de Dios. Con esta consciencia, los invito a mostrar su cariño a sus padres, a través de signos concretos de ternura y afecto, y también con la oración. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Una bienvenida a los queridos peregrinos de lengua portuguesa, y en concreto a los fieles de Brasília, con su Obispo auxiliar Monseñor Marcony Vinicius, y al grupo del Colégio Santo Inácio de Fortaleza. De corazón saludo a todos y encomiendo al buen Dios vuestra vida y la de vuestros familiares, invocando para todos los consuelos y las luces del Espíritu Santo para que, vencidos los pesimismos y las desilusiones de la vida, podáis atravesar el umbral de la esperanza que tenemos en Cristo Señor. Cuento con vuestras oraciones. Gracias.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, los hijos son un don que merece ser custodiado, tutelado y protegido por parte de los padres. Pero también los hijos, a su vez, deben honrar, cuidar y respetar a sus padres. No hay nada más hermoso que una familia reunida en torno al amor. Que el Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. “Honra a tu padre y a tu madre” no es una insinuación insensible ni un piadoso deseo, sino un mandamiento de Dios, una recomendación unida a la promesa de construir un futuro propicio y establecer relaciones familiares sanas. Que la armonía de sentimientos entre padre y madre en vuestras familias, dé a los hijos el sentido de seguridad, les enseñe la belleza del amor, de la fidelidad y de la honradez, y genere respeto, gratitud y obediencia a los padres. Bendigo de corazón a los padres que buscan la armonía y la santidad en la familia, y a los hijos que acogen sus necesidades.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Hermanos de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, a las Monjas de la Adoración perpetua del Santísimo Sacramento del Altar, a las Hermanas Franciscanas Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y a las Carmelitas Misioneras, que participan en sus respectivos Capítulos Generales; a los Seminaristas del Pontificio Colegio internacional Maria Mater Ecclesiae de Roma y a los participantes en el Congreso internacional del laicado Carmelitano. Doy también la bienvenida a la Peregrinación Nacional del Ordinariato de las Fuerzas Armadas y de los Cuerpos Armados de la República Eslovaca, con su Ordinario militar, Mons. František Rábek. Saludo a las parroquias, en concreto a las de Turi y de San Giovanni Rotondo; al grupo de la Pastoral familiar de Módena, con su Arzobispo Mons. Erio Castellucci y a la Unión italiana de ciegos e hipovidentes de Castellammare di Stabia.
Un pensamiento particular para jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. De cualquier historia que vengáis, os animo, queridísimos, a estar siempre valientemente orientados a Cristo. Solo en Él se manifiesta el Padre verdadero, que nos ofrece “renacer de lo alto”. Gracias.
* * *
El próximo 22 de septiembre, en Neampţ (Rumanía), será beatificada Verónica Antal, fiel laica de la Orden Franciscana Secular, asesinada “in odium fidei” en 1958. Demos gracias a Dios por esta mujer valiente que, dando su vida, manifestó el verdadero amor a Dios y a los hermanos.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Cfr. San Agustín, Discurso sobre Mateo, 72, A, 4: «Por tanto, Cristo te enseña a rechazar a tus padres y, al mismo tiempo, a amarlos. Sin embargo, a los padres se les ama de manera ordenada y con espíritu de fe cuando no quieran a Dios: el que ama −son palabras del Señor− al padre y a la madre más que a mí no es digno de mí. Con estas palabras, casi parece que te advierte a no amarlos; pero, al contrario, te anima a que los ames. De hecho, podría haber dicho: “El que ama a su padre o a su madre no es digno de mí”. Pero no lo dijo para no ir en contra de la ley que él mismo dio, pues fue él quien dio, por medio de su siervo Moisés, la ley donde está escrito: Honra a tu padre y a tu madre. No promulga una ley contraria, sino que la confirma; te enseña la orden, pero no elimina el deber de amar a los padres: quién ama al padre y a la madre, pero más que a mí. Debes amarlos, por tanto, pero no más que a mí: Dios es Dios, el hombre es hombre. Ama a tus padres, obedece a tus padres, honra a tus padres; pero si Dios te llama a una misión más importante, en la que el cariño a los padres podría ser un impedimento, quédate con la orden, pero no suprimas la caridad».
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