“Estoy convencida que para poder asumir el compromiso de hacer del mundo un hogar tenemos que reflexionar en lo que el hogar significa para la sociedad”
Ese título resulta extravagante en un momento histórico en el cual hemos hecho del mundo un campo de batalla, un mercado idiotizado o bien una tierra de forajidos. Pero nuestra condición humana y nuestra vocación y misión cristiana, nos obliga a replantearnos la vida para lograr paz y sosiego. Esta semana el Papa Francisco nos dijo, entre otras cosas, que debemos reconciliarnos con la historia personal y romper con la mentalidad del mundo actual que pareciera exigir diversión a toda costa.
Es evidente que la sindéresis está en muy pocas cabezas y que la crisis de identidad y de sentido explota por todas partes. Parece que el hombre lejos de domesticar la tierra se ha empeñado en destruir el planeta. La evasión ocupa hoy el lugar del compromiso y lejos de hacer del mundo un lugar de solidaridad y de servicio mutuo, como es el hogar, lo ha convertido en un campo de competencia egoísta que olvida el principio, el fin y la razón de nuestra existencia.
Pero estoy convencida que para poder asumir el compromiso de hacer del mundo un hogar tenemos que reflexionar en lo que el hogar significa para la sociedad. De diversas formas hemos considerado esta realidad, pero no basta, se impone insistir, volver una vez más sobre la dimensión más importante de nuestra vida que pocos han descubierto de verdad. Hoy lo haré contando con las luces del Apéndice de la obra de Pablo Prieto Dios y las artes del hogar.
Me sorprendieron sus palabras que dan por sentado que todos sabemos que las tareas domésticas son vistas, actualmente, como la bestia negra de la ideología de género y sobre ellas recaen tal cantidad de prejuicios y sospechas que se hace necesario una delicada labor de aclaraciones. Y señala que las primeras nociones que debemos distinguir son las de familia y hogar. No lo haremos del todo en este espacio, queda pendiente, y vamos directo a una visión hacia dentro de la familia en cuanto hace relación a sus actividades internas y sus relaciones íntimas que son las que configuran a la familia como hogar.
Dice Prieto que “podríamos definir hogar como la forma de vida propia de la familia, su modo concreto de existir y realizarse históricamente. El hogar se configura como un cuerpo vivo, con estilo y personalidad propios, que palpita en cada uno de sus miembros, crece y evoluciona con ellos, asimila sus diferencias mediante el diálogo, se adapta a los avatares de cada biografía, y comparte alegrías y penas orientándolas al bien común.”
Y continúa nuestro autor diciendo que “todo ello tiene lugar mediante un variadísimo abanico de actividades informadas por un mismo espíritu: Son las que llamamos comúnmente tareas domésticas. Es frecuente definirlas en términos sociológicos, poniendo sus semejanzas con una empresa. Pero esta postura, a nuestro juicio, es inadecuada, pues simplifica drásticamente la realidad. Al fin es la empresa la que asume algunos elementos del hogar, y no al revés. Por otra parte las categorías domésticas aún no se encuentran bien perfiladas desde el punto de vista antropológico, por lo que resulta difícil hablar de ellas con precisión”. Sin embargo, Prieto hace una amplia descripción de las tareas del hogar como la gama de servicios, competencias, destrezas, costumbres, encargos, tradiciones, ritos, etc., con los cuales la familia toma conciencia de sí, se une orgánicamente, mantiene su continuidad histórica y celebra su belleza.
Qué lejos está nuestra sociedad de consumo de esa comprensión del hogar familiar como el único verdadero modelo. El resto son casas, viviendas, techos… Y qué distantes se hayan los estados de captar que si los hombres no llevan a las instituciones públicas un poco de lo hogareño y lo familiar, nunca domesticaremos el mundo…
Nunca como ahora tiene la familia que hablar de “Hogar, dulce hogar”, aunque parezca ridículo a los ojos de quienes son incapaces de ir a la esencia de las cosas. Si hay unas palabras que urge rescatar son la relacionadas a la familia, las artes y ciencias domésticas, el servicio, la gratuidad, la sencillez, la confianza, el cariño, la solidaridad y tantas otras que son la base de ese humanismo trascendente que pide a gritos nuestro tiempo.