Entrevista al Santo Padre, del director de ‘Il Sole 24 Ore’, Guido Gentili
“Detrás de cada actividad hay una persona humana”, ha destacado el Papa en la entrevista concedida al periódico nacional financiero ‘Il Sole 24 Ore’, en la que ha hablado de trabajo, dinero, Europa y migración, y ha subrayado la dignidad que confiere el trabajo.
Santidad, un antiguo proverbio africano dice: “Si quieres ir rápido ve solo, pero si quieres llegar lejos ve acompañado”. Todos sabemos lo mucho que se puede correr, gracias a los nuevos instrumentos de la innovación tecnológica, en la comunicación −también entre las personas− y en la economía. Pero las profundas crisis que se han sucedido, junto a una incertidumbre persistente y generalizada, parecen habernos cortado y oscurecido el horizonte. En Gran Bretaña, incluso, ha nacido un ministerio que se ocupa de la “soledad”. ¿Haría suyo ese proverbio?
Ese proverbio expresa una verdad; el individuo puede ser bueno, pero el crecimiento es siempre el resultado del compromiso de cada uno por el bien de la comunidad. De hecho, las capacidades individuales no pueden expresarse fuera de un ambiente comunitario favorable, porque no se puede pensar que el resultado alcanzado sea simplemente la suma de las capacidades singulares. Digo esto no para molestar a las personas individuales o para no reconocer los talentos de cada uno, sino para ayudarnos a no olvidar que nadie puede vivir aislado o independiente de los demás. La vida social no está constituida por la suma de las individualidades, sino por el crecimiento de un pueblo.
¿Cómo se consigue ser “inclusivos”?
Ver la humanidad como una única familia es el primer modo para ser inclusivos. Estamos llamados a vivir juntos y a dejar sitio para acoger la colaboración de todos. Si miramos a nuestro alrededor con el corazón abierto no se nos escapan las muchas, tantísimas y preciosas historias de apoyo, cercanía, atención, de gestos de gratuidad, tocando que la solidaridad se extiende cada vez más. Si la comunidad donde vivimos es nuestra familia, es más sencillo evitar la competencia para abrazar la ayuda mutua. Como pasa en nuestras familias de pertenencia, donde el crecimiento verdadero, el que no crea excluidos ni descartados, es el resultado de relaciones sostenidas por la ternura y la misericordia, no por la manía de éxito y la exclusión estratégica de quien vive al lado. La ciencia, la técnica, el progreso tecnológico pueden hacer más rápidas las acciones, pero el corazón es exclusivo de la persona para poner un suplemento de amor en las relaciones y en las instituciones.
No tener un proyecto común para reducir las desigualdades en un sistema cada vez más globalizado puede determinar lo que Usted llama “la economía del descarte”, donde las mismas personas se convierten en “descartes”. En el último documento (“Oeconomicae et pecuniariae quaestiones – Consideraciones para un discernimiento ético acerca de algunos aspectos del actual sistema económico”) la Santa Sede afirma que la economía “necesita, para su correcto funcionamiento, una ética amiga de la persona”. ¿Nos puede explicar este punto?
Ante todo, una precisión sobre la idea de los descartes. Como escribí en la Evangelii Gaudium: no se trata simplemente del fenómeno conocido como acción de explotación y opresión, sino de un verdadero y propio fenómeno nuevo. Con la acción de la exclusión asestamos un golpe, en su misma raíz, a los vínculos de pertenencia a la sociedad a la que pertenecemos, ya que en ella no es que seamos simplemente relegados a los sótanos de la existencia, a las periferias, no es que se nos prive de todo poder, sino que somos desterrados. Quien queda excluido, no es que sea explotado sino completamente rechazado, es decir, considerado basura, sobras, y empujado fuera de la sociedad. No podemos ignorar que una economía así estructurada mata porque pone en el centro y obedece solo al dinero: cuando la persona no está en el centro, cuando ganar dinero se convierte en el objetivo primario y único, estamos fuera de la ética y se construyen estructuras de pobreza, esclavitud y descartes.
¿Quiere decir que estamos en un contexto de valores enemigo de la persona?
Tenemos una ética no amiga de la persona cuando, casi con indiferencia, no somos capaces de poner la oreja y sentir compasión ante el grito de dolor de los demás, no derramamos lágrimas ente los dramas que consumen la vida de nuestros hermanos ni cuidamos de ellos, como si no fuese también responsabilidad nuestra, fuera de nuestras competencias. Una ética amiga de la persona es un fuerte estímulo para la conversión. Necesitamos conversión. Falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia a una raíz común de humanidad y de un futuro que construir juntos. Esa conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, nuevas conductas y estilos de vida. Una ética amiga de la persona tiende a superar la rígida distinción entre realidades dirigidas a la ganancia y aquellas enfocadas no al exclusivo mecanismo de los beneficios, dejando un amplio espacio a actividades que constituyen y amplían el llamado tercer sector. Estas, sin quitar nada a la importancia y utilidad económica y social de las formas históricas y consolidadas de empresa, hacen evolucionar el sistema hacia una más clara y completa asunción de las responsabilidades por parte de los sujetos económicos. De hecho, la misma diversidad de las formas institucionales de empresa es la que genera un mercado más civil y, al mismo tiempo, más competitivo.
En el mismo documento donde es explícito el mensaje de que la actividad financiera esté al servicio de la economía real, y no al revés, llama la atención el llamamiento a las escuelas donde se forman los empresarios y directivos de la industria del futuro, para que se den cuenta de que los modelos económicos que persiguen solo resultados cuantitativos no serán capaces de mantener en el tiempo desarrollo y paz. ¿Significa que los empresarios deberían ser formados, y luego ser juzgados, también según parámetros diferentes de los actuales? ¿Cuáles?
Me parece importante observar que ninguna actividad sucede casual o autónomamente. Detrás de cada actividad hay una persona humana. Quizá permanezca anónima, pero no existe actividad que no tenga origen en el hombre. La actual centralidad de la actividad financiera respecto a la economía real no es casual: detrás de eso está la decisión de alguien que piensa, erróneamente, que el dinero se consigue con dinero. El dinero, el verdadero, se logra con el trabajo. Es el trabajo el que confiere la dignidad al hombre, no el dinero. El desempleo que hay en varios países europeos es la consecuencia de un sistema económico que ya no es capaz de crear trabajo, porque ha puesto en el centro un ídolo, que se llama dinero. Y añado, pensando en los trabajadores que encontré en Cerdeña: la esperanza es como las brasas bajo las cenizas; ayudémonos con la solidaridad soplando las cenizas, la esperanza −que no es simple optimismo− nos lleva adelante, la esperanza debemos sostenerla todos, es nuestra, es cosa de todos, por eso digo a menudo también a los jóvenes: no os dejéis robar la esperanza. Debemos ser astutos, porque el Señor nos hace comprender que los ídolos son más pillos que nosotros, y nos invita a tener la astucia de la serpiente con la bondad de la paloma.
¿Astucia y bondad para luchar contra el ídolo-dinero? ¿Cómo se hace?
En este momento, en el centro de nuestro sistema económico hay un ídolo, y eso no está bien: luchemos todos juntos para que en el centro estén más bien la familia y las personas, y se pueda ir adelante sin perder la esperanza. La distribución y la participación en la riqueza producida, la inserción de la empresa en un territorio, la responsabilidad social, el bienestar corporativo, la paridad de trato salarial entre hombre y mujer, poder compatibilizar tiempos de trabajo y tiempos de vida, el respeto al ambiente, el reconocimiento de la importancia del hombre ante la máquina y el reconocimiento del salario justo, la capacidad de innovación…, son elementos importantes que mantienen viva la dimensión comunitaria de una empresa. Perseguir un desarrollo integral requiere atención a los temas que acabo de señalar.
¿Qué es bueno para la empresa?
El modo de pensar la empresa incide fuertemente en las decisiones organizativas, productivas y distributivas. Se puede decir que obrar bien, respetando la dignidad de las personas y persiguiendo el bien común, es bueno para la empresa. Siempre hay una correlación entre acción del hombre y empresa, acción del hombre y futuro de una empresa. Me viene a la cabeza el Beato Pablo VI, a quien tendré la alegría de proclamar santo el próximo 14 de octubre, que en la encíclica Populorum progressio escribía: «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: “Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera”» (n. 14).
El reciente documento vaticano de análisis sobre el sistema económico al que ya me he referido observa, sobre todo, que “ese potente propulsor de la economía que son los mercados es incapaz de regularse por sí mismo: de hecho, estos no son capaces de generar los fundamentos que les permitan funcionar regularmente (cohesión social, honestidad, confianza, seguridad, leyes…), ni de corregir los efectos externos negativos para la sociedad humana (desigualdades, asimetrías, degradación ambiental, inseguridad social, fraude…)” (n. 13). ¿Quiere decir que la economía no puede bastarse a sí misma y necesita de alguna manera ser ella misma “salvada”? ¿Cuáles son, a su juicio, los “justos” límites del beneficio?
La actividad económica no se refiere solo al beneficio, sino que comprende relaciones y significados. El mundo económico, si no se reduce a pura cuestión técnica, contiene no solo el conocimiento del cómo (representado por las competencias) sino también del porqué (representado por los significados). Una sana economía, por tanto, nunca está desligada del significado de lo que se produce y el obrar económico también es siempre un hecho ético. Mantener unidas acciones y responsabilidades, justicia y ganancia, producción de riqueza y su redistribución, operatividad y respeto al ambiente se vuelven elementos que, con el tiempo, garantizan la vida de la empresa. Desde este punto de vista, el significado de la empresa se amplía y hace entender que la solo persecución del beneficio ya no garantiza la vida de la empresa. Además de estas cuestiones vinculadas más directamente a la empresa, debemos dejarnos interpelar por lo que está a nuestro alrededor. Ya no es posible que los operadores económicos no escuchen el grito de los pobres. De nuevo Pablo VI −y quiero aquí citarlo íntegramente por su importancia− afirmaba en la Populorum progressio que «la regla del libre cambio no puede seguir rigiendo ella sola las relaciones internacionales. Sus ventajas son sin duda evidentes cuando las partes no se encuentran en condiciones demasiado desiguales de potencia económica: es un estímulo del progreso y recompensa el esfuerzo. Por eso los países industrialmente desarrollados ven en ella una ley de justicia. Pero ya no es lo mismo cuando las condiciones son demasiado desiguales de país a país: los precios que se forman «libremente» en el mercado pueden llevar consigo resultados no equitativos. Es, por consiguiente, el principio fundamental del liberalismo, como regla de los intercambios comerciales, el que está aquí en litigio. La enseñanza de León XIII en la Rerum Novarum conserva su validez: el consentimiento de las partes, si están en situaciones demasiado desiguales, no basta para garantizar la justicia del contrato, y la regla del libre consentimiento queda subordinada a las exigencias del derecho natural. Lo que era verdadero acerca del justo salario individual −sigue diciendo mi venerado Predecesor Pablo VI−, lo es también respecto a los contratos internacionales: una economía de intercambio no puede seguir descansando sobre la sola ley de la libre concurrencia, que engendra también demasiado a menudo una dictadura económica. El libre intercambio sólo es equitativo si está sometido a las exigencias de la justicia social» (nn. 58-59).
El “Sole 24 Ore” −como Radio 24 y la Agencia Radiocor Plus− es el diario de la ‘Confindustria’, es decir, la organización de los empresarios italianos que representa 160 mil empresas, en su gran mayoría pequeñas y medias. Los industriales italianos luchan por una sociedad abierta e inclusiva. ¿Qué es necesario, a su juicio, para que un empresario sea un “creador” de valores para su empresa y para los demás, empezando por la comunidad donde vive y trabaja? Además, de la lectura de los Evangelios, parece que Jesús muestra gran simpatía (piénsese en la parábola de los talentos) por los empresarios que asumen el riesgo.
Recuerdo el encuentro que en febrero del 2016 tuve con la Asociación. Recuerdo tantos rostros detrás de los cuales había pasión y proyectos, esfuerzo y genialidad; decía que considero muy importante la atención a la persona concreta que significa dar a cada uno lo suyo, quitando a madres y padres de familia la angustia de no poder dar un futuro o incluso un regalo a sus hijos. Significa saber dirigir, pero también saber escuchar, compartiendo con humildad y confianza proyectos e ideas. Significa hacer que el trabajo cree otro trabajo, la responsabilidad cree otra responsabilidad, la esperanza cree otra esperanza, sobre todo para las jóvenes generaciones, que hoy lo necesitan más que nunca. Creo que es importante trabajar juntos para construir el bien común y un nuevo humanismo del trabajo, promover un trabajo respetuoso de la dignidad de la persona que no mira solo el beneficio o las exigencias productivas, sino que promueve una vida digna sabiendo que el bien de las personas y el bien de la empresa van a la par. Ayudémonos a desarrollar la solidaridad y realizar un nuevo orden económico que no genere más descartes, enriqueciendo el obrar económico con la atención a los pobres y la disminución de las desigualdades. Necesitamos valentía y creatividad ingeniosa.
El trabajo, que también cuando falta es una intolerable emergencia personal y social, a menudo es percibido como una especie de condena diaria, una rutina insoportable. ¿Puede indicarnos, por ejemplo, dos razones por las que no lo es, o al menos no lo debe ser, y los modos que las empresas pueden emplear para que no lo sea, contribuyendo con eso también al éxito de las empresas mismas y a la prosperidad de la sociedad?
La idea de que el trabajo sea solo esfuerzo está bastante difundida, pero todos experimentan que no tener trabajo es mucho peor que trabajar. ¡Cuántas veces he secado lágrimas de desesperación de padres y madres que no tienen trabajo! Trabajar hace bien porque está ligado a la dignidad de la persona, a su capacidad de asumir responsabilidades para sí y para otros. Es mejor trabajar que vivir en el ocio. El trabajo da satisfacción, crea las condiciones para realizarse personalmente. Ganarse el pan es un sano motivo de orgullo; ciertamente también comporta fatiga, pero nos ayuda a conservar un sano sentido de la realidad y educa a afrontar la vida. La persona que se mantiene a sí misma y a su familia con su trabajo desarrolla su dignidad; el trabajo crea dignidad; los subsidios, cuando no están ligados al objetivo preciso de dar trabajo y empleo, crean dependencia y quitan responsabilidad. Además, trabajar tiene un alto significado espiritual en cuanto que es el modo con el cual damos continuidad a la creación respetándola y cuidando de ella.
¿Qué aportación pide Usted a las empresas?
Las empresas pueden dar una fuerte contribución para que el trabajo conserve su dignidad reconociendo que el hombre es el recurso más importante de toda empresa, trabajando por la construcción del bien común, poniendo atención a los pobres. Sé que en muchas empresas se da un justo espacio a la formación. Estoy convencido de que aprovecharía mucho a una empresa completar la formación técnica con una formación en los valores: solidaridad, ética, justicia, dignidad, sostenibilidad, significados… son contenidos que enriquecen el pensamiento y la capacidad operativa.
El mundo globalizado se ha hecho de algún modo pequeño: ya hemos alcanzado los límites de la que Usted llama nuestra casa común, o sea, el planeta Tierra; tanto que se proyecta colonizar nuevos planetas. La ecología y un mundo sostenible son algunas de sus grandes preocupaciones y las propias grandes empresas internacionales de la energía, empezando por la italiana ENI, han anunciado sus propuestas “verdes”. ¿Considera que en este punto se esté haciendo lo suficiente?
Aún queda mucho por hacer para reducir comportamientos y decisiones que no respetan el ambiente y la tierra. Estamos pagando el precio de una explotación de la tierra que dura muchos años. También hoy, desgraciadamente, en tantas situaciones, el hombre no es el custodio de la tierra sino un tirano explotador. Pero hay señales de nuevas atenciones al ambiente; es una mentalidad que gradualmente se va compartiendo por un número cada vez mayor de países. Es un camino que necesita una atención particular porque hace falta pasar de una descripción de los síntomas al reconocimiento de la raíz humana de la crisis ecológica, de la atención al ambiente a una ecología integral, de una idea de omnipotencia a la conciencia de lo limitado de los recursos. El punto crucial es que hablar de ambiente significa siempre hablar también del hombre: degradación ambiental y degradación humana van de la mano. Es más, a menudo las consecuencias de la violación de la creación solo las pagan los pobres. El desarrollo de la dimensión ecológica necesita la convergencia de más acciones: política, cultural, social, productiva. En particular, la formación de una nueva conciencia ecológica necesita nuevos estilos de vida para construir un futuro armónico, promover un desarrollo integral, reducir las desigualdades, descubrir el vínculo entre las criaturas, abandonar el consumismo.
¿Quiere decir que hay que cambiar el modelo de producción?
Como escribí en la encíclica Laudato si', esos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que se transforman velozmente en basura. Pensemos, por ejemplo, en nuestro sistema industrial que, al final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar los desechos y sobras. Aún no se ha logrado adoptar un modelo de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que requiere limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia de la explotación, reutilizar y reciclar. Afrontar esa cuestión sería un modo de contrarrestar la cultura del descarte que acaba por damnificar al planeta entero. Debemos admitir que, en esa dirección, el trabajo por hacer es todavía mucho.
Entre los “descartados” de la Tierra están los inmigrantes que se desplazan de un continente a otro huyendo de guerras o buscando condiciones para vivir o sobrevivir. Usted, en un periodo histórico que ve las fronteras (también las comerciales) cerrarse y prevalecer los nacionalismos en una Europa cansada y dividida, ¿no se siente un poco como un Moisés contemporáneo que abre el paso, abre las puertas para todos los pueblos y personas, comenzando por los más pobres? Hay quien piensa que esa no es la misión del sucesor de Pedro. En cambio, ¿por qué considera que sí lo es? ¿Y qué necesita esta Europa para recuperar una ruta común y unida para responder a los miedos de sus ciudadanos?
Los inmigrantes representan hoy un gran desafío para todos. Los pobres que se mueven dan miedo especialmente a los pueblos que viven en el bienestar. Sin embargo, no existe futuro pacífico para la humanidad si no en la acogida de la diversidad, en la solidaridad, en pensar en la humanidad como una sola familia. Es natural para un cristiano reconocer en cada persona a Jesús. Cristo mismo nos pide acoger a nuestros hermanos y hermanas inmigrantes y refugiados con los brazos bien abiertos, quizá uniéndose a la iniciativa que lancé en septiembre del año pasado: Share the Journey - Comparte el viaje. El viaje, en efecto, se hace entre dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos a su corazón para entenderlos, comprender su cultura, su lengua, sin descuidar el contexto actual. Eso sería una señal clara de un mundo y de una Iglesia que procura estar abierta, ser inclusiva y acogedora, una Iglesia madre que abraza a todos al compartir el viaje común. No olvidemos, como ya he dicho antes, que es la esperanza el impulso del corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes, para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso del corazón de quien acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar… La esperanza es el impulso para “compartir el viaje” de la vida; ¡no tengamos miedo de compartir el viaje! No tengamos miedo de compartir la esperanza. La esperanza no es virtud para gente con el estómago lleno y por eso los pobres son los primeros portadores de la esperanza y son los protagonistas de la historia.
¿Pero cómo debe moverse, en concreto, Europa?
Europa necesita esperanza y futuro. La apertura, empujados por el viento de la esperanza, a los nuevos desafíos que plantean las migraciones puede ayudar a la construcción de un mundo donde no se hable solo de números o instituciones, sino de personas. Entre los inmigrantes, come dice usted, hay personas en busca de “condiciones para vivir o sobrevivir”. Para esas personas que huyen de la miseria y del hambre, muchos empresarios y otras tantas instituciones europeas, a quienes no faltan genialidad y valentía, podrán emprender vías de inversión en sus países, en formación, desde la escuela al desarrollo de verdaderos y auténticos sistemas culturales y, sobre todo en trabajo. Inversión en trabajo que significa acompañar la adquisición de competencias y puesta en marcha de un desarrollo que pueda ser bueno para los países aún hoy pobres, entregando a esas personas la dignidad del trabajo y a su país la capacidad de tejer vínculos sociales positivos capaces de construir sociedades justas y democráticas.
El Vaticano está en Italia y Usted es el obispo de Roma. Pero el pueblo italiano ha dado su apoyo a las fuerzas políticas definidas “populistas” que no comparten la apertura de las puertas del país a los inmigrantes. ¿Cómo vive esa brecha entre ovejas y Pastor?
Las respuestas a las peticiones de ayuda, aunque generosas, quizá no han sido suficientes, y nos encontramos hoy llorando miles de muertos. Ha habido demasiados silencios. El silencio del sentido común, el silencio del “siempre se ha hecho así”, el silencio del “nosotros” siempre contrapuesto al “ellos”. El Señor promete descanso y liberación a todos los oprimidos del mundo, pero necesita de nosotros para hacer eficaz su promesa. Necesita nuestros ojos para ver las necesidades de los hermanos y hermanas. Necesita nuestras manos para socorrer. Necesita nuestra voz para denunciar las injusticias cometidas en el silencio, quizá cómplice, de muchos. Sobre todo, el Señor necesita nuestro corazón para manifestar el amor misericordioso de Dios a los últimos, los rechazados, los abandonados, los marginados.
¿Cómo se puede realizar un camino de integración capaz de superar miedos e inquietudes, que son reales?
No dejemos de ser testigos de esperanza, ensanchemos nuestros horizontes sin agotarnos en la preocupación del presente. Así como es necesario que los inmigrantes sean respetuosos con la cultura y las leyes del país que los acoge para crear un camino de integración y superar todos los temores y preocupaciones. Confío esas responsabilidades también a la prudencia de los gobiernos, para que encuentren modos comunes para dar acogida digna a tantos hermanos y hermanas que piden ayuda. Se puede recibir un cierto número de personas, sin descuidar la posibilidad de integrarlas y situarlos de modo digno. Es necesario estar atentos al tráfico ilícito, conscientes de que la acogida no es fácil. Recuerdo aquí lo que escribí este año en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz: cuatro piedras miliares para la acción, que me gusta expresar a través de los verbos «acoger, proteger, promover e integrar», y subrayo que el 2018 llevará a la definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos globales, uno para migraciones seguras, ordenadas y regulares, el otro respecto a los refugiados. Pactos que representarán un marco de referencia para propuestas políticas y medidas prácticas. Por eso es importante que nuestros proyectos y propuestas estén inspirados por compasión, amplitud de miras y valentía, de modo que aprovechemos toda ocasión para hacer avanzar la construcción de la paz: solo así el necesario realismo de la política internacional no se rendirá ante el desinterés y la globalización de la indiferencia.
Entrevista de Guido Gentili, Director de Il Sole 24 Ore.
Traducción de Luis Montoya.
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