En su catequesis, durante la Audiencia general de hoy, el Santo Padre ha continuado reflexionando sobre los diez Mandamientos, y se ha centrado en el tercero de ellos, aquel que habla del descanso semanal
Queridos hermanos:
Hoy reflexionamos sobre el tercer mandamiento: «Fíjate en el sábado para santificarlo». Se debe distinguir entre el verdadero descanso y la evasión, tan común en nuestros días. Hoy se intenta evadir la realidad buscando una diversión que oculte nuestro descontento.
El sentido del auténtico reposo lo encontramos en las palabras del Éxodo: «Dios hizo el mundo en seis días, y el séptimo descansó». Ese descanso es la alegría de Dios por su creación, que era muy buena.
Para nosotros cristianos, el día del Señor es el domingo, y en la eucaristía, que significa “dar gracias”, se encuentra el culmen de esa jornada de contemplación y bendición, en la que acogemos la realidad y alabamos al Señor por el don de la vida, dándole gracias por su misericordia y por todos los bienes que nos concede.
El reposo es también un momento propicio para la reconciliación, para confrontarnos con las dificultades sin escapar de ellas, para encontrar la paz y la serenidad de quien sabe valorizar lo bueno que tiene, incluso en el lecho del dolor o en la pobreza.
El viaje a través del Decálogo nos lleva hoy al mandamiento sobre el día de descanso. Parece un mandato fácil de cumplir, pero es una impresión errada. Descansar de verdad no es sencillo, porque hay descanso falso y descanso verdadero. ¿Cómo podemos reconocerlos?
La sociedad actual está sedienta de diversión y vacaciones. La industria de la distracción es bastante floreciente y la publicidad dibuja el mundo ideal como un gran parque de atracciones donde todos se divierten. El concepto de vida dominante hoy no tiene su centro de gravedad en la actividad y el compromiso sino en la evasión. Ganar dinero para divertirse, satisfacerse. La imagen-modelo es la de una persona de éxito que puede permitirse amplios y diversos espacios de placer. Pero esa mentalidad hace resbalarse hacia la insatisfacción de una existencia anestesiada por la diversión que no es descanso, sino alienación e huida de la realidad. El hombre nunca ha descansado tanto como hoy. ¡Sin embargo, el hombre nunca ha experimentado tanto vacío como hoy! Las posibilidades de divertirse, de salir fuera, los cruceros, los viajes, tantas cosas no te dan la plenitud del corazón. Es más, no te dan el descanso.
Las palabras del Decálogo buscan y encuentran el corazón del problema, arrojando una luz diversa sobre lo que es el descanso. El mandato tiene un elemento peculiar: aporta una motivación. El descanso en el nombre del Señor tiene un preciso motivo: «Pues en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que contiene, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día del sábado y lo santificó» (Ex 20,11). Y esto remite al final de la creación, cuando Dios dice: «Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno» (Gn 1,31). Y entonces empieza el día de descanso, que es la alegría de Dios por todo lo creado. Es el día de la contemplación y de la bendición.
Así pues, ¿qué es el descanso según este mandamiento? Es el momento de la contemplación, es el momento de la alabanza, no de la evasión. Es el tiempo para mirar la realidad y decir: ¡qué bella es la vida! Al descanso como fuga de la realdad, el Decálogo opone el descanso como bendición de la realidad. Para los cristianos, el centro del día del Señor, el domingo, es la Eucaristía, que significa “acción de gracias”. Es el día para decir a Dios: gracias Señor por la vida, por tu misericordia, por todos tus dones. El domingo no es el día para borrar los otros días sino para recordarlos, bendecirlos y hacer las paces con la vida. ¡Cuánta gente que tiene tantas posibilidades de divertirse, y no vive en paz con la vida! El domingo es la jornada para hacer las paces con la vida, diciendo: la vida es preciosa; no es fácil, a veces es dolorosa, pero es preciosa.
Ser introducidos en el descanso auténtico es una obra de Dios en nosotros, pero requiere alejarse de la maldición y de su encanto (cfr. Evangelii gaudium, 83). Porque plegar el corazón a la infelicidad, subrayando motivos de descontento, es facilísimo. La bendición y la alegría implican una apertura al bien que es un movimiento adulto del corazón. El bien es amoroso y no se impone nunca. Se elige. La paz se elige, no se puede imponer y no se encuentra por casualidad. Alejándose de las llagas amargas de su corazón, el hombre necesita hacer las paces con aquello de lo que huye. Es necesario reconciliarse con la propia historia, con los hechos que no se aceptan, con las partes difíciles de la propia existencia. Yo os pregunto: ¿cada uno se ha reconciliado con su propia historia? Una pregunta para pensar: ¿yo me he reconciliado con mi historia? La verdadera paz, de hecho, no es cambiar la propia historia sino acogerla, valorarla, tal como ha sido.
¡Cuántas veces hemos encontrado cristianos enfermos que nos han consolado con una serenidad que no se halla en los juerguistas y en los hedonistas! Y hemos visto personas humildes y pobres gozar de pequeñas gracias con una felicidad que sabía a eternidad.
Dice el Señor en el Deuteronomio: «Pongo ante vosotros la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que tú y tu descendencia viváis» (Dt 30,19). Esa elección es el “fíat” de la Virgen María, es una apertura al Espíritu Santo que nos mete en las huellas de Cristo, Aquel que se entrega al Padre en el momento más dramático y emboca así la vía que lleva a la resurrección.
¿Cuándo es hermosa la vida? Cuando se empieza a pensar bien de ella, sea cual sea nuestra historia. Cuando el don de la duda se abre camino: lo que es toda gracia[1], y ese santo pensamiento desmorona el muro interior de la insatisfacción, inaugurando el auténtico descanso. La vida se vuelve hermosa cuando se abre el corazón a la Providencia y se descubre verdadero lo que dice el Salmo: “Sólo en Dios descansa mi alma” (62,2). Esa frase del Salmo es hermosa: “Sólo en Dios descansa mi alma”.
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, en particular a la Peregrinación nacional de Guinea, acompañada por el Cardenal Sarah y el Arzobispo Coulibaly de Conakry, y a la Peregrinación nacional de Senegal, acompañada por Mons. Mamba, Obispo de Ziguinchor. Siguiendo el ejemplo de María que, con su Fiat, se abrió al Espíritu Santo y acogió la Vida, tomemos tiempo para dar gracias al Señor por la vida que nos da y para aprender a encontrar nuestra alegría. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Dinamarca, Hungría, Malta, Nueva Zelanda, India, Filipinas, Vietnam Y Estados Unidos de América. Saludo además a los sacerdotes del Instituto de Formación Teológica Permanente del Pontificio Colegio Americano del Norte. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Me alegra saludar a los peregrinos de lengua alemana, especialmente a los diversos grupos de estudiantes y de jóvenes. Aprovechemos el domingo para agradecer a Dios sus dones y nuestra vida. Solo en Él descansa nuestra alma (cfr. Sal 62,2). Que el Espíritu Santo os colme de su alegría y paz.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a abrir el corazón a la Providencia divina y a descubrir la profunda verdad del Salmo: «Solo en Dios descansa mi alma»; y que, junto con la Virgen María, acojamos al Espíritu Santo para seguir las huellas de Cristo en el camino de la vida. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Porto y de Brasil. Estáis llamados a ser testigos del Evangelio en el mundo, transfigurados por la alegría y la gracia misericordiosa que Jesús nos da cada domingo en la Eucaristía. Descienda sobre vosotros y vuestras familias la bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, acordaos siempre que el día de descanso para los cristianos es un día de bendición y de acción de gracias. Es el día para decir a Dios: gracias por la vida, por tu misericordia y por todos tus dones. El Señor os bendiga.
Doy mi cordial bienvenida a los polacos que participan en esta Audiencia. Dirijo mi particular saludo a los niños y jóvenes que han iniciado un nuevo año académico, y también a sus padres y educadores. Que es te tiempo sea para aprender el saber, la sabiduría y adquirir una experiencia de vida. No olvidéis de rezar cada día y de participar en la Santa Misa cada domingo. Que la Virgen, cuyo nacimiento recordaremos en la fiesta del sábado próximo, os ayude a tender a la santidad. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular saludo a Fatebenefratelli (Orden Hospitalaria de San Juan de Dios); a las Monjas Misioneras Siervas del Espíritu Santo y a las Hijas de María Auxiliadora. Saludo a los chicos de la Confirmación de la Diócesis de Verona; a los grupos parroquiales: en concreto a los de Montecosaro Scalo, de Sannicandro y de Caserta; a los representantes de la Casa de Reclusos de Spoleto; a la delegación de las Ciudades del vino italiano; a la Unión italiana de ciegos e hipovidentes de Caserta y al Grupo Lingua Ecclesiae de Roma.
Un particular saludo para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El sábado próximo se celebra la fiesta de la Natividad de la Virgen María. La fiesta coincide con el fin del verano y las cosechas, y nos recuerda que Dios es fiel a sus promesas y, en María Santísima preparó un templo vivo donde su Hijo, encarnándose, quiso vivir entre nosotros y conseguirnos la salvación. ¡Dios os bendiga!
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Como nos recuerda Santa Teresa del Niño Jesús, citada por G. Bernanos en Diario de un cura rural.
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