La verdadera lucha ideológica de nuestro tiempo está en la defensa de la familia y de la relación entre el hombre y la mujer
No tengo escapatoria. Cuando me pasa como a Pablo Neruda (salvando las distancias) y vuelvo a casa con los ojos cansados a veces de haber visto la tierra que no cambia, lejos de encontrar un refugio o escondite, entro en una atalaya o torre albarrana. Mi retaguardia es la vanguardia. Lo explica muy bien Fabrice Hadjadj en Últimas noticias sobre el hombre (y la mujer), recientemente publicado por Homo Legens.
"Dios creó a la mujer para que el hombre pudiera abarcar el universo", dice el filósofo francés con lirismo provenzal. De forma que un hogar es exactamente lo contrario a un escondrijo. Y, si se nos olvida, la belleza de ella nos lo recordará. "La mujer se reviste del cosmos (ese el verdadero sentido de cosmética)", insiste Hadjadj. Junto a los tonos metafísicos y líricos, señala Hadjadj con prosa acerada que la verdadera lucha ideológica de nuestro tiempo está en la defensa de la familia y de la relación entre el hombre y la mujer. Que es, por cierto, el principio básico el ecologismo, porque éste debe empezar en nuestros propios cuerpos.
Lo han visto así todas las novelas y películas distópicas, que hicieron del amor la última revolución. En la novela 1984, cuando Winston y Julia se abrazan por primera vez en mitad de un claro del bosque, escapan a Big Brother: "Su abrazo había sido una batalla −escribe Orwell−, su goce una victoria. Era un golpe asestado al Partido. Era un acto político". Frente al maniqueo "Haz el amor y no la guerra", el poeta Pedro Sevilla sabe más: "Hicimos el amor en pie de guerra". A estas alturas, a Fabrice Hadjadj le sale el teólogo que también es: "Si Dios crea el mundo por amor, hay que pensar que todo amor verdadero es, de cierta forma, anterior al mundo y que posee el poder de renovarlo".
La especial idoneidad del padre de familia para la vida pública se ha defendido con muchos argumentos. Según la tradición jasídica es bueno que el maestro, admirado por sus pares y adulado por sus discípulos, reciba la cura diaria de humildad de ser regañado por su mujer y desobedecido por sus hijos. Para Péguy, el cabeza de familia es más político que el político, porque se preocupa por un tiempo que no es el suyo, sino el de su descendencia. Además de idóneo es irremediable. Por este efecto paradójico y multiplicador de que, cuando uno da un paso atrás y se refugia en casa, está asestando un golpe al sistema. En el retiro, no hay retirada.