Viaje a los Ateneos pontificios a la luz de las indicaciones del Papa en la constitución “Veritatis Gaudium”
Entre los cursos de reciente institución en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz hay uno para expertos en nulidades matrimoniales, agentes sin grado académico, figuras nuevas destinadas a colmar los vacíos de personal en las causas de nulidad, no solo para hacer el proceso más rápido sino también «más justo», como pidió el Papa en la reforma del proceso de nulidad matrimonial del 2015.
El rector Luis Navarro, canonista, español de San Sebastián, de la quinta del ‘54, desde hace año y medio Rector del Ateneo, está satisfecho por haber anticipado la petición de la Congregación de la Educación Católica que hace unas semanas dirigió a todas las Facultades de Derecho canónico una Instrucción para que se preparen a una mejor y mayor oferta de personal cualificado en el ámbito matrimonial. La petición del Vaticano de formar personal rotal formará parte integrante de la Veritatis Gaudium, la nueva Constitución apostólica del pasado enero y que desde el próximo año revolucionará el sistema de las Universidades Pontificias y de los Institutos de estudios superiores eclesiásticos, con el objetivo de ofrecer respuestas a las dudas e incertidumbres de una sociedad que naufraga entre débiles referencias, efímeras certezas y pocas perspectivas.
Respuestas que la investigación y el saber pueden y deberían ofrecer en sintonía con este cambio radical. Ciertamente a la Pontificia Universidad de la Santa Cruz no le falta dinamismo, sea por edad (erigida en 1990, es la más joven entre las siete Universidades Pontificias romanas), o quizá también por misión, la del Opus Dei a quien la Universidad pertenece, es decir, llevar a Dios a la profesión, al trabajo, actuar en el mundo con plena responsabilidad, santificar la vida ordinaria.
Regla que en el calendario de la Universidad se traduce en un interesante torbellino de seminarios, encuentros, congresos, máster y sesiones especiales sobre temas muy actuales: desde el XI Seminario profesional sobre las oficinas de comunicación de la Iglesia, que en abril registró el “no hay billetes” con periodistas y comunicadores de todo el mundo, incluidos los corresponsales en Italia de los principales diarios extranjeros, a la Jornada del recuerdo del Holocausto, con intervenciones de famosos historiadores judíos. Al ambicioso y clarividente Máster para administradores de los bienes eclesiásticos, para dar a los futuros ecónomos, sacerdotes, laicos o miembros de Congregaciones, los instrumentos para gestionar el enorme patrimonio (sobre todo) inmobiliario, de la Iglesia. “Patata caliente”, frecuente en las páginas de la prensa por motivos no precisamente laudables, «un problema enorme que debe ser afrontado −subraya el Rector−, pero no es el “beneficio” la razón del curso, sino recuperar el sentido ético y de servicio a los fieles, contemplado en el uso de los bienes de la Iglesia».
El curso de cuatro semanas, en colaboración con prestigiosas Universidades italianas y extranjeras, atrae a participantes de todo el mundo (este año incluso al Obispo de las Islas Salomón, en Oceanía). El cálculo del Rector es matemático: si cada año, de media logramos formar unos 40 profesionales «ejemplares», en 10 años serán 400, números que comienzan a ser significativos para una gestión más eficiente y más “moral” de los bienes materiales de la Iglesia.
Pero en la Santa Cruz no quieren oír hablar de élite, de formar estudiantes y profesionales destinados a ocupar puestos clave, papeles institucionales, que es un prejuicio muy difundido, una especie de etiqueta sobre la Universidad del Opus Dei. «No pondría en una categoría de élite al comunicador de la página web o al abogado que se ocupa de las causas matrimoniales −explica el Rector−; son personas que cubren funciones necesarias en la vida de la Iglesia; los preparamos para un servicio eclesial». Además, precisa que el porcentaje de estudiantes que forman parte del Opus Dei es solo del 12-15%. Y quizá para desmentir otro bulo, esa aura de misterio con frecuencia atribuida a las actividades del Opus Dei desde los tiempos de su fundación, el presupuesto de la Universidad se publica detalladamente en su web. Caso raro entre las Universidades Pontificias romanas, más bien reticentes cuando se toca el tema de cuentas y presupuestos (y también entre las Universidades laicas y públicas).
Navarro cuenta con franqueza las dificultades en hallar fondos para mantener una estructura que cuenta con 1.500 inscritos, de los cuales casi la mitad estudiantes de Teología y el resto divididos entre Derecho canónico, Filosofía y Comunicación Institucional; dos Centros de investigación, el Instituto Superior de Ciencias Religiosas del Apolinar y un Departamento de lenguas; un cuerpo docente muy cualificado (los profesores de Derecho canónico tienen por praxis también la licencia en Derecho civil) de 239 docentes en buena parte estables; finalmente, una sede de gran valor, el Palacio de San Apolinar, en el corazón de Roma, de propiedad de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) que recibe su correspondiente alquiler, que ha sido restaurado por la Santa Cruz con un gasto que todavía pesa en su presupuesto. Le tasas académicas, aunque más altas de la media (oscilan entre los 2.200 hasta los 3.300 euros al año) cubren solo el 30% de los gastos de gestión. El resto está encomendado a la generosidad de fundaciones y donantes, y también a la energía del Rector: «Es un gran esfuerzo −admite− viajar, encontrar a los benefactores, responder a sus preguntas. Pero es necesario porque la mayor parte de las diócesis del extranjero no tienen dinero para mandar estudiantes a Roma».
En el año académico 2015-16 la Santa Cruz recibió donativos por más de 7 millones de euros, sobre todo de nuevas fundaciones creadas por ex-alumnos que regresaron a sus países (85 países). Una de las más activas es el Centro Académico Romano Fundación, en España, donde nació el Opus Dei, pero muchos son también donantes particulares, ciudadanos comunes y corrientes de buena voluntad pero que, a causa de la crisis de los años recientes, han reducido su contribución. Búsqueda de fondos, pero también de estudiantes pues, con la caída de vocaciones, se han vuelto mercancía rara, que hay que recuperar con una constante operación promocional: visitar a los obispos en sus diócesis en el extranjero, presentar los programas de la Universidad y ese valor añadido que es estudiar en Roma, la “Romanidad” como experiencia de fe y de vida. Y también “interceptar” estudiantes laicos; mucho éxito, por ejemplo, los recientes cursos de Historia del Arte a jóvenes estadounidenses, que están en Italia durante unos semestres de estudio en las Universidades americanas de Roma. El gran reto, sin embargo, son los temas de investigación, los temas profundos, recoger los interrogantes, las necesidades de la sociedad, de las familias y dar respuestas.
Para el profesor Navarro es ahí donde se juega el futuro de las Universidades Eclesiásticas, en la relación con la sociedad: «Elaborar un pensamiento que sea convincente para que cada hombre y cada mujer recuperen dignidad; en un mundo secularizado, encontrar el modo de comunicar el valor añadido de la cristiandad». Objetivo que se alcanza solo a través de un trabajo colegial que involucra a todos los docentes y todas las disciplinas, y también a las Universidades estatales, porque un punto de vista secular ensancha el horizonte.
Una labor difícil −explica el Rector−, porque el mundo académico, los docentes, los investigadores tienden a aislarse, cada uno encerrado en el campo de su disciplina. «Pero que procuramos practicar diariamente, porque esa es la misión de las Universidades −dice−, hacer progresar la ciencia de modo que se refleje en la sociedad». Tomemos el tema de los refugiados, una de las grandes novedades que entrará por Constitución en las Universidades Eclesiásticas. En la Universidad de la Santa Cruz el trabajo de investigación gira ante todo en torno al conocimiento de las leyes del Estado italiano que regulan la materia, y que junto a esa sensibilidad que habita (o que debería habitar) el corazón de cada cristiano, o sea, el valor de la acogida, se traducen para los estudiantes, sean sacerdotes o laicos, en método para aplicar en su futuro compromiso en la actividad pastoral con los refugiados. «Esa es la repercusión de nuestras enseñanzas en la sociedad», dice Navarro. ¿Y acaso no es también esa la senda hacia una “Iglesia en salida”?