Este reciente libro ha conmovido a muchos lectores, sacerdotes y laicos. Aunque tenga aspectos muy “americanos”, puede ayudar en España a renovar la vida cristiana y su impulso misionero
El domingo pasado fui a misa a la parroquia de mi barrio. Estábamos los de siempre. Un mar de cabezas canosas, con oscuras gabardinas y abrigos. Probablemente yo era la más joven, quitando una valiente madre que entró un poco tarde con un bebé en brazos y un niño pequeño agarrado de su pierna. La gente los miró como si fueran ejemplares de una especie en extinción. Llegado el momento di la paz al matrimonio de ancianos que tenía delante y a la señora de atrás, que usa bastón. Casi siempre ocupamos los mismos bancos, pero nunca hemos hablado. A la salida, la gente se dispersó; algunos pararon en la pastelería a comprar el postre y volvieron a casa con el deber cumplido. Era un domingo más.
La Iglesia “es” misión
Qué razón tiene, me dije cuando leí el libro que ha escrito el sacerdote James Mallon, titulado Una renovación divina. De una parroquia de mantenimiento a una parroquia misionera. Mallon, párroco en Nueva Escocia, Canadá, ha desarrollado distintos programas y actividades para promover la fe y el crecimiento espiritual, como los cursos Alpha, una ayuda para enfrentarse acompañado a las grandes preguntas. Mallon sostiene que las parroquias han de recordar quiénes son y qué misión tienen.
Esa misión, dice, no es la de cuidar a los que ya están para mantenerlos contentos y satisfechos, sino hacer discípulos. Para que las parroquias no mueran, hace falta evangelización, no autopreservación. No se trata de dar de beber a los que no tienen sed, sino de recordar más bien que los cristianos somos por definición los enviados a difundir una buena noticia. La Iglesia está diseñada para ir, para andar. Es hora de dejar atrás la comodidad, de salir de lo de siempre. Es hora de recordar que —como afirma Mallon— la Iglesia es misión.
Y esa misión, en contra de lo que pueda pensarse, no corresponde solo a los párrocos o a los curas. Nos corresponde a todos. No son ellos los únicos responsables de que no haya gente nueva en la parroquia y de que los que hay tengan poco aspecto de tener el corazón de fiesta por haber encontrado a Dios. El libro de Mallon consigue que algo se nos cuele dentro y nos sacuda el alma. ¿Una tarea solo para párrocos? Ni hablar.
La Iglesia es de todos y para todos, y cada persona que se dice católica debería grabarse muy adentro la gran luz que este libro presenta. No podemos conformarnos con sobrevivir, con realizar gimnasia de mantenimiento. No es suficiente con que recemos a veces, con que vayamos a misa. Eso puede parecer mucho en los tiempos que corren, pero resulta más bien poco cuando recordamos la misión que Cristo nos encomendó a todos. Id por todo el mundo y predicad el Evangelio. No dijo que fueran los párrocos. No tenemos excusa.
¿Cómo puede ser que nuestra fe resulte a veces tan gris, tan poco acogedora, tan aburrida? ¿Cómo puede ser que tanta gente católica se siga conformando con la fe y los argumentos de cuando eran niños? ¿Cómo puede ser que crezcamos en tantos aspectos de la vida, en nuestros conocimientos, en nuestra profesión, en nuestros afectos y sin embargo no crezcamos en lo más importante? Es un grave problema cultural. Quien no crece, quien no tiene esa plasticidad está en muchos sentidos muerto. Y más que en ningún otro ámbito eso es verdad en la vida espiritual: no basta con mantenerse. Hay que estar siempre dispuesto a ir más allá, a dar el todo por el todo. Lo contrario es morir lentamente.
Ejemplos
James Mallon da muchos ejemplos concretos de cosas que pueden hacerse, desde equipos de acogida en las parroquias hasta catequesis familiares pasando por una variedad de eventos no sacramentales para los más alejados. Algunos ejemplos tienen que ver con la cultura norteamericana y en las tierras donde escribo nos resultan extraños, pero son solo ejemplos que espolean a encontrar con creatividad maneras propias de avanzar en la misión. No podemos ser espectadores pasivos. Hemos de enterarnos de que se nos ha dado una buena nueva, comprenderla con el corazón y alegrarnos hasta que no podamos hacer otra cosa que compartirla.
Y una buena nueva no se transmite con cara larga. Esta es quizá la manera más fácil de ponerse en marcha: cambiar la cara. “Un evangelizador no puede tener permanentemente cara de funeral”, escribe el Papa Francisco (Evangelii Gaudium, 10). Si Jesús está en tu corazón, por favor házselo saber a tu cara, escribe también Mallon. No podemos dejar el corazón en la puerta de la iglesia. “La experiencia de Dios −añade (p. 219)− nos ha de hacer más amorosos, alegres, pacíficos, pacientes, amables y generosos”.
Tenemos algo que ofrecer
No basta con creer o confiar, también hay que actuar. Hay que ser proactivo y no solo reactivo. Y eso no consiste meramente en pasar la información. Muévete. No vivas tu fe “en modo banco”. Cada uno sabrá cómo puede dar testimonio, a quién puede ayudar, con quién puede ser hospitalario, a quién puede consolar, abrazar, acoger sin condiciones; cada uno sabrá a quién puede conmover, cómo mostrar el rostro y la sonrisa de Dios, su belleza. Cada uno sabrá cómo puede transmitir la alegría interior de la buena nueva y hacer posible que otras personas tengan experiencia de Dios.
En su libro Mallon defiende que en las parroquias todo el mundo pueda encontrar formación y compañía. Es una llamada a los párrocos, pero también a cada uno de los católicos. Tenemos algo que ofrecer. Se espera algo de nosotros. ¡Si tan solo el mundo supiera lo que se nos ha dado a conocer! Si te devora el celo por contarlo, aunque te des cuenta de que eres débil y necio, concluye Mallon, entonces estás preparado y Dios podrá usarte para llegar a los confines de la tierra.