Hay un amor que perdona y disculpa, que da oportunidades, que pasa la prueba del tiempo; un amor que no se busca a sí mismo, que es capaz de hacer feliz al otro; un amor fecundo, fructífero, que da vida
Ya en la veterana película "La princesa prometida" el Milagroso Max le pide una razón de peso al muerto para revivirle, y él responde "amor verdadero". En el lenguaje del cine no es infrecuente ver el adjetivo verdadero calificando al amor. Se ve que ahora la palabra amor no expresa del todo lo que es el amor.
¿Existe el amor verdadero? ¿Qué es lo que lo hace verdadero? ¿Hay falsificaciones del amor? Creo que todos nos damos cuenta de cuándo se nos quiere de verdad o no. Hay como un sexto sentido que delata al amor. Tenemos sed de ser amados, y aunque nos cueste admitirlo nos frustra el no poder amar. Comentaba un joven conquistador que, después de un montón de encuentros con un montón de chicas, encontró a una diferente y se dio cuenta que había perdido la capacidad de quererla, tras aprovecharse de tantas había olvidado que el amor no es aprovechado.
Confundimos amor con interés, amor con sentimiento. Incluso amor con sexo. ¿Pero qué es lo que hace que yo me sienta amado? No es el que me utilicen, o el que me den muchos cariñitos. Es algo más profundo. El amor tiene que ver lo incondicional, con lo duradero. Con el bien, ¡me quieren bien! Con el conocimiento, me conocen y me comprenden. También con lo real, me quieren como soy, ¡a pesar de ser como soy! En el amor hay algo divino.
El amor lleva a querer bien al amado, a desearle todo lo mejor, a verle feliz. El amor es lo contrario del egoísmo, del bien para mí. El amor entiende de entrega, de sacrificio gustoso, de perpetuidad. El amor tiene que pasar varias pruebas y purificaciones que le aseguren que nos es un disfraz de egoísmo: el paso del tiempo, de las decepciones, y de muchos condicionantes que solemos añadir.
Este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés: cincuenta días después de la Pascua. Es la fiesta del Amor, del Amor eterno de Dios. De esa condición que lleva consigo el Dios de los cristianos: "Dios es Amor". Dios es familia, no está solo, y no deja al hombre solo. Es el día en que el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles, sobre la Iglesia. El día en que se cumple la promesa de Jesús de enviarnos a un Consolador. Ya en la cruz Jesús nos entregó "su espíritu"; y de nuevo, como un soplo, un viento impetuoso −que así es el amor− nos da su Espíritu en el Cenáculo. Amor desde la cruz. Entrega. Fuego. Viento impetuoso.
Pentecostés es la fiesta de la Iglesia, su nacimiento, su cumpleaños. Nace fruto del Amor. El día en que se nos recuerda que ese amor es nuestro distintivo. Como dice San Pablo: "El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca".
Sí que existe el amor verdadero, hay una fuente del amor y hay una escuela. Hay un amor que perdona y disculpa, que da oportunidades, que pasa la prueba del tiempo. Que no se busca a sí mismo, que es capaz de hacer feliz al otro. Que es grande y sin límites, como el océano. Un amor fácil de identificar, imposible de falsificar. Un amor fecundo, fructífero, feraz como campo fértil. Que da vida.
El amor que no es sólo sentimiento. Es elección, decisión que me compromete. Puede nacer en el sentimiento, en la atracción y en el feeling, pero pasa a la voluntad: quiero quererte y decido quererte, libremente te elijo. Ese acto de libre elección hace auténtico el amor. Le aporta duración. Lo hace incondicional: porque lo he decidido quiero quererte, te quiero a pesar de todo. Un amor que sabe que pasará la trepidación del enamoramiento y llegará a la serenidad del amor maduro. Un amor que ama la totalidad del otro, que no se queda en lo anecdótico, que comprende y sabe recomponer los platos rotos. Que sabe renacer de las cenizas una y otra vez como el ave Fénix.
Comentaba una buena señora, que después de muchos años de estar separada, estaba atendiendo al que fue su marido noche tras noche en un hospital y que en un momento de mejoría éste le preguntó cómo era posible que le tratará tan bien: "con lo mal que yo te he tratado". ¿De dónde sacar las fuerzas para seguir amando sin condiciones? ¿En qué escuela te enseñan a amar así? El amor es algo muy divino.