El Papa ha concluido hoy, durante la Audiencia general, la serie de catequesis dedicadas a explicar el sacramento del bautismo
Ha explicado el significado de la vestidura blanca y la vela encendida que se usan en el sacramento del bautismo, que “simbolizan la dignidad del bautizado y su vocación cristiana”.
Queridos hermanos y hermanas:
La última catequesis sobre el bautismo está dedicada a la vestidura blanca y a la vela encendida, que simbolizan la dignidad del bautizado y su vocación cristiana.
Desde los primeros siglos, los recién bautizados se revisten de una nueva vestidura blanca, para expresar su condición, recibida en el sacramento, de criaturas transfiguradas en la gloria divina.
Estamos llamados a preservar esta vestidura «sin mancha hasta la vida eterna», recorriendo el camino de la vida cristiana, cultivando las virtudes y, sobre todo, viviendo la caridad.
El otro símbolo es la vela encendida en el cirio pascual, que indica que la luz procede de Cristo resucitado, de quien recibimos su esplendor y su calor. La vocación cristiana nos impulsa a caminar en la luz de Cristo y a perseverar en la fe. Los padres, como también los padrinos y las madrinas, tienen la responsabilidad de alimentar esta llama bautismal para que los más pequeños vayan creciendo en la fe.
La celebración del bautismo se concluye con el Padrenuestro, que es la oración de los hijos de Dios. Los niños recién bautizados aprenderán esta oración y lo que significa llamar a Dios Padre dentro de la Iglesia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Los invito a poner los medios necesarios para que la gracia del bautismo crezca y fructifique en sus vidas. No se desalienten ante las dificultades y busquen a Dios una y otra vez, porque el Espíritu Santo da la fuerza necesaria para alcanzar la santidad en medio de las circunstancias que les toca vivir cada día.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Hoy concluíamos el ciclo de catequesis sobre el Bautismo. Los efectos espirituales de este sacramento, invisibles a los ojos, pero operativos en el corazón de quién se ha convertido en nueva criatura, se manifiestan con la entrega de la vestidura blanca y la vela encendida.
Después del lavado de regeneración, capaz de recrear al hombre según Dios en la verdadera santidad (cfr. Ef 4,24), parecía natural, desde los primeros siglos, revestir a los recién bautizados de una vestidura nueva, cándida, a semejanza del esplendor de la vida adquirida en Cristo y en el Espíritu Santo. La vestidura blanca, al expresar simbólicamente lo que ha sucedido en el sacramento, anuncia la condición de los transfigurados en la gloria divina.
Qué significa revestirse de Cristo, lo recuerda san Pablo explicando cuáles son las virtudes que los bautizados deben cultivar: «Elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, hacedlo así también vosotros. Sobre todo, revestíos con la caridad, que es el vínculo de la perfección» (Col 3,12-14).
También la entrega ritual de la llama encendida en el cirio pascual, recuerda el efecto del Bautismo: «Recibid la luz de Cristo», dice el sacerdote. Esas palabras recuerdan que no somos nosotros la luz, sino que la luz es Jesucristo (Jn 1,9; 12,46), el cual, resucitado de entre los muertos, ha vencido las tinieblas del mal. ¡Nosotros estamos llamados a recibir su esplendor! Como la llama del cirio pascual da luz a las demás velas, así la caridad del Señor Resucitado inflama los corazones de los bautizados, colmándolos de luz y calor. Y por eso, desde los primeros siglos el Bautismo se llamaba también “iluminación” y el que era bautizado era llamado “el iluminado”.
Porque esa es la vocación cristiana: «caminar siempre como hijos de la luz, perseverando en la fe» (cfr. Rito de la iniciación cristiana de los adultos, n. 226; Jn 12,36). Si se trata de niños, es deber de los padres, junto a padrinos y madrinas, ocuparse de alimentar la llama de la gracia bautismal en sus pequeños, ayudándoles a perseverar en la fe (cfr. Rito del Bautismo de Niños, n. 156). «La educación en la fe, que en justicia se les debe a los niños, tiende a llevarles gradualmente a comprender y asimilar el plan de Dios en Cristo, para que finalmente ellos mismos puedan libremente ratificar la fe en que han sido bautizados» (ibíd., Introducción, 9).
La presencia viva de Cristo, que se debe proteger, defender y dilatar en nosotros, es lámpara que ilumina nuestros pasos, luz que orienta nuestras decisiones, llama que calienta los corazones al ir al encuentro del Señor, haciéndonos capaces de ayudar a quien hace el camino con nosotros, hasta la comunión inseparable con Él. Ese día, dice también el Apocalipsis, «ya no habrá noche: no tienen necesidad de luz de lámparas ni de la luz del sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap 22,5).
La celebración del Bautismo concluye con la oración del Padrenuestro, propia de la comunidad de los hijos de Dios. En efecto, los niños renacidos en el Bautismo recibirán la plenitud del don del Espíritu en la Confirmación y participarán en la Eucaristía, aprendiendo qué significa dirigirse a Dios llamándolo “Padre”.
Al final de estas catequesis sobre el Bautismo, repito a cada uno la invitación que expresé en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate: «Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cfr. Ga 5,22-23)» (n. 15).
Doy la bienvenida a los peregrinos de Francia, Suiza y otros países francófonos. Saludo en particular a los jóvenes y a los peregrinos de la Diócesis de Le Mans. Queridos hermanos y hermanas, espero que la gracia de vuestro Bautismo sea fecunda en cada uno de vosotros y sostenga vuestro camino de santidad. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Escocia, Irlanda, Egipto, Mauricio, Indonesia, Canadá y Estados Unidos de América. Con la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. ¡El Señor os bendiga!
Con cariño saludo a los peregrinos de países de lengua alemana. En nuestro camino al encuentro con el Señor, compartamos con todos los hermanos y hermanas la llama de la fe. De ese modo podremos ayudar a quien hace la misma senda con nosotros, hasta la comunión inseparable con Jesús en la casa del Padre. Dios os bendiga a todos.
Saludo especialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Los invito a poner los medios necesarios para que la gracia del bautismo crezca y fructifique en sus vidas. No se desalienten ante las dificultades y busquen a Dios una y otra vez, porque el Espíritu Santo da la fuerza necesaria para alcanzar la santidad en medio de las circunstancias que les toca vivir cada día. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los pensionistas de la «Asociación de Amistad Italia-Brasil» y a los demás grupos brasileños. Queridos amigos, todos los bautizados están llamados a ser discípulos misioneros que viven y trasmiten la fe. En toda circunstancia, procurad dar un testimonio gozoso de vuestra fe. ¡Dios os bendiga y la Virgen Madre os proteja!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular al Embajador de la República Árabe de Egipto en Italia con todo el personal de la Embajada, y a la delegación de la Comunidad de la Iglesia Copta de la Diócesis de Luxor. Queridos hermanos y hermanas, dejad que la gracia del vuestro Bautismo fructifique en un camino de santidad. No os desaniméis, eso será posible con la fuerza del Espíritu Santo. ¡El Señor os bendiga!
Saludo a los peregrinos polacos y, de modo especial, a los ex-combatientes de la segunda guerra mundial, venido para las celebraciones del aniversario de la batalla de Monte Casino. Que la tragedia de la guerra vivida por vosotros, la fuerza de ánimo, la fidelidad a los ideales y el testimonio de vida se conviertan en una llamada al cese de los conflictos actuales en el mundo y a la búsqueda de vías de paz. De corazón os bendigo a todos, a vuestra Patria, a los peregrinos aquí presentes, y entre ellos a los niños de la Primera Comunión de la Iglesia de San Estanislao en Roma.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. En particular me alegra recibir a los sacerdotes de las Diócesis de Milán y di Brescia, a los Padres Palotinos, y a las parroquias, en concreto a las de Stabbia y de Oria. Que la visita a las Tumbas de los Apóstoles aumente en cada uno el deseo de uniros con renovado entusiasmo a Jesús y a su Evangelio. Saludo al Grupo del AVIS de Viterbo, acompañado por su Obispo, Mons. Lino Fumagalli; al Colegio San Carlos de Milán; al Instituto Superior Universitario de Ciencias Psicopedagógicas y Sociales de Viterbo; a la Delegación del Campeonato de fútbol para personas con desórdenes mentales, y al Grupo de la Prisión de Catania.
Un pensamiento especial para los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. La oración mariana que teje el tiempo de este mes de mayo, sostenga y motive a cada uno para vivir bien su propia presencia en la familia y en los ambientes de trabajo, llevando, con el entusiasmo de los discípulos, la alegría de la vida en Cristo.
Estoy muy preocupado por la escalada de tensiones en Tierra Santa y en Medio Oriente, y por la espiral de violencia que aleja cada vez más de la vía de la paz, del diálogo y de las negociaciones. Expreso mi gran dolor por los muertos y heridos y estoy cerca con la oración y el cariño a todos los que sufren. Repito que jamás el ’uso de la violencia lleva a la paz. Guerra llama a guerra, violencia llama a violencia. Invito a todas las partes implicadas y a la comunidad internacional a renovar el compromiso para que prevalezcan el diálogo, la justicia y la paz. Invoquemos a María, Reina de la paz: Dios te salve, María…
¡Dios tenga piedad de nosotros!
Dirijo mi saludo cordial por el mes del Ramadán que empieza mañana. Que este tiempo privilegiado de oración y de ayuno ayude a caminar por la vía de Dios que es la vía de la paz.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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