Afirma que es “un pirao de que la gente sea muy libre y tremendamente diferente”
Con 34 años, Luis Poveda Talavera fue ordenado sacerdote el pasado sábado 5 de mayo. Junto a este madrileño, profesor hasta ahora de literatura en el colegio El Prado, otros 30 miembros del Opus Dei se convirtieron también en presbíteros. Tras la ordenación, Poveda Talavera se muestra ilusionado por poder «servir a la Iglesia ahora como sacerdote, administrando los sacramentos y predicando la palabra de Dios. El magisterio del Papa Francisco durante los últimos años ha sido un empujón decisivo para secundar esta llamada al sacerdocio».
Luis afirma ser «un pirao del Camino de Santiago, de la poesía, de los cantautores y de que la gente sea muy libre y tremendamente diferente. Me encanta salirme del molde y romper cualquier molde. Me encanta saber que la vocación al Opus Dei potencia todo tipo de personalidades y que en este camino caben muchos, muchos más».
Sínodo de los jóvenes
El Papa Francisco ha convocado un Sínodo para que toda la Iglesia reflexione sobre la vocación de los jóvenes. En tu experiencia como profesor, ¿cómo plantearías la belleza de la llamada de Dios a los jóvenes?
Durante siete años tuve la suerte de dar clase de literatura a jóvenes de 14 y 15 años. Estoy convencido de que fui yo el que más aprendí dentro de aquellas aulas. La juventud es la edad del fuego, de los grandes ideales, del riesgo, de las apuestas, del todo o nada, de los amplios horizontes.
Ojalá que el próximo Sínodo despierte en todos los jóvenes católicos la conciencia de que la verdadera revolución, la verdadera rebeldía que conquista el universo, es una vida con Cristo. He visto en estos años a jóvenes que se han dejado arrastrar por la locura de la vida cristiana y han hecho de su vida una aventura apasionante, que nada en este mundo puede superar.
El camino de la Belleza
Como profesor de Literatura, has podido estudiar y explicar tantas obras que son expresión de la fe hecha cultura. ¿Cómo acercar a la lectura a la gente joven?
Estoy convencido de que la literatura, y concretamente la poesía, es una vía de acceso directa a la intimidad de Dios. El camino de la Belleza −con sus fogonazos, sus intuiciones, sus claridades que a veces no admiten palabras− está abierto a todos los hombres y mujeres deseosos de saciar la sed de trascendencia.
Es una gracia inmensa tener a un Lazarillo que desde joven te enseñe a entrar por la senda de una lectura contemplativa y serena. Esto ha influido mucho en mi vida espiritual y en mi vocación. La poesía ha sido una escuela fantástica donde educar los sentidos internos, donde aprender a escuchar y a escucharse, a mirar y a mirarse, a advertir la voz que canta detrás de todo lo que nos sucede, a interpretar la melodía que se escucha en las entretelas de las cosas más insignificantes de la vida.
Necesitamos jóvenes que cultiven esa sensibilidad por el arte y que transmitan la alegría de su encuentro con la Belleza a este mundo embotado por el estrés y el frenesí de lo inmediato. Hoy más que nunca, el camino de la Belleza es una catequesis extraordinaria para abrir las puertas del alma a la gracia.
Dios presente en el arte
Dios está siempre presente en el arte, aún a veces, estando ausente, ¿qué autores contemporáneos o del siglo XX, en tu experiencia como profesor, llegan más a la gente joven?
Contamos con una lista extraordinaria de grandes autores que son capaces de llegar todavía hoy al corazón de los jóvenes. Solo hace falta transmitir con autenticidad y entusiasmo la pasión que nace en uno mismo cuando los lee. Lo demás, va solo; la magia llega, y no hay quien la frene.
Estoy pensando en nuestro poeta de lo cotidiano y sencillo, Antonio Machado; en el fuego casi adolescente de Bécquer; en ese grito de libertad y vida lanzado al mundo de nuestro Caballero de la Triste Figura; en la serenidad maternal de Rosalía; en la grave claridad del maestro Unamuno; en la garra apasionada de nuestro gran Dámaso; en la sangre hecha tierra o en la tierra hecha sangre del querido Miguel Hernández; en el éxtasis encumbrado de Guillén; en el amor sublimado de Salinas; en la voz verdadera y honda de Manrique; en el genio desgarrador de Lorca; en el océano místico de Champourcín; en la fe conmovedora de Gerardo Diego; en los versos siempre nuevos de Juan de la Cruz, de Teresa, de Fray Luis; en el mar y los ángeles de Alberti; en los caminos de León Felipe; y en Hierro y en Félix Grande y en Miguel D’Ors y en Llorens… La lista es infinita, y el camino, apasionante.