Si los actos no influyeran en el modo de ser, si no dejaran una huella, si no modificaran o perfeccionaran lo humano en cada uno, el hombre no sería un ser abierto a su propio crecimiento esencial
En todo el mundo, los profesionales de la salud, dígase las enfermeras, tienen las competencias y sensibilidad necesarias para liderar el cuidado de los enfermos en hospitales, clínicas, casas de reposo, pediátricos, lugares donde interaccionan con personas de diferentes condiciones, razas, religión, lengua, cultura e instrucción.
Gracias a su inteligencia y voluntad, las enfermeras son dueñas de su conducta, gobiernan sus acciones como la propia vida y podrían convertirse en heraldos de verdadera humanidad contagiante al cuidar. Contagio ancorado en el referente de hacer siempre el bien, sin desubicarse de la centralidad del mismo, la persona frágil y vulnerable que por estar afectada su corporalidad, con la variedad de patologías existentes enferma.
Entonces en el accionar diario de continuos movimientos, reportes, haceres, se posesiona frente a una verdad insondable: cuidar a los enfermos. Allí es donde procura con la experticia debida primero asumir el conocimiento de su propia humanidad y de lo que es capaz, así como conocer a la misma humanidad que le rodea (los enfermos), razona sobre la necesidad de poseer un sistema de valores donde se requiere priorizar acciones, el trabajo propio, la sociedad y el ambiente biodiverso donde se encuentran ingresados los enfermos.
Hechos que les permiten ser ética o no serlo, capaz de desarrollar su humanidad, u omitirla, ya que esta parte como afirma Leonardo Polo parte de su actuar, con la afirmación categórica de que, si los actos no influyeran en el modo de ser, si no dejaran una huella, si no modificaran o perfeccionaran lo humano en cada uno, el hombre no sería un ser abierto a su propio crecimiento esencial y podría tratar al semejante olvidando su condición personal, tratando a la persona como "un qué y no un quién", pues no se toma en cuenta la esencia del ser personal.
Por el contrario, las enfermeras tienen la inmediatez de estar junto al enfermo las 24 horas del día, todos ellos están delante de sus ojos, a ellas les confían su dolor, preocupaciones problemas, quejas, son la vertiente donde desembocan todo tipo de experiencias vividas y que saltan hacia fuera cuando se permanece en cama.
Entonces las enfermeras doctas, hábiles en manejar su ciencia descubren que en medio de esas quejas y variedad de expresiones existe el deseo por parte de los enfermos de no vivir, de abandonarse a lo que venga, anhelar la soledad, porque pareciera que no son escuchados, que no son mirados, que no les comprenden; sin embargo, existe una verdad inmediata para ellas que les impele a tomar la decisión de entrar al mundo fenoménico de los enfermos, donde aplican su delicadeza extrema y con sus dotes terapéuticos propios, les permite descubrir sus fortalezas y potencialidades, que quizá el mismo enfermo desconoce y con su palabra oportuna les abre horizontes con visión amplia de la propia vida y de los que están a su alrededor.
Entonces les infunde ganas de vivir, de superar el dolor, el sufrimiento causado por la enfermedad, dar a los problemas que cursa el sitio que les corresponde y seguir viviendo bien, aceptar el tratamiento, guardar la dieta, dejar las preocupaciones mientras están hospitalizados, hacer de su estancia una aventura donde el protagonista es él, capaz de tomar decisiones y de crecer en medio de la enfermedad anclado en la fe que profesa.
Mirtha Flor Cervera Vallejos Enfermera Especialista en Nefrología Dra. en Ciencias de la Enfermería