Al hablar de Cuba siempre se cae en reducirlo todo a las grandes cifras económicas y hablar menos de la vida cotidiana de los cubanos
Llegó el cambio a Cuba. ¿De verdad llegó? Ha pasado una semana del nombramiento de Miguel Díaz-Canel como presidente y los análisis políticos se han sucedido con velocidad: su origen, su ascenso a la sombra de Raúl Castro, su capacidad para sobrevivir a crisis y purgas internas. Después de seis décadas con la familia Castro al frente del país la llegada de una cara nueva ha despertado esperanzas voluntaristas y viejos tópicos («mismos perros con distintos collares», «algo debe cambiar para que todo siga igual»). La realidad es que nada va ser igual, al menos en la cúpula dirigente. Otra cuestión será para el cubano medio, que sin duda es el gran olvidado.
El cambio sin embargo presenta algunas notas singulares. Por ejemplo, no ha sido impuesto por la necesidad biológica (léase, la muerte de Castro II) y se ha planeado minuciosamente desde hace años. Raúl Castro es un hombre que se expone poco y que sabe que cualquier día puede ser el último. Por si acaso, mantiene el control del partido y de las Fuerzas Armadas, de modo que deberemos esperar un tiempo para ver cómo se desarrolla todo.
Esperar es un verbo que define a la revolución fidelista. No ocurrió así en 1959 cuando la ilusión se apoderó de los cubanos. Entonces todo iba a ser inmediato: la democracia, la igualdad y el pan. Pero llegó el comandante y mandó parar. Seis décadas más tarde el país se cae a pedazos y el marasmo lo invade todo. Los retos son enormes y poco tienen que ver con los Estados Unidos: la economía sigue en quiebra, los recortes presupuestarios son continuos (especialmente, en Educación y Sanidad, antiguas joyas de la corona), la inversión extranjera se ha parado, no se crece al ritmo necesario y los cambios medulares −los políticos− siguen en la sala de espera.
Un cambio que no aporta nada
Al hablar de Cuba siempre se cae en reducirlo todo a las grandes cifras económicas y hablar menos de la vida cotidiana de los cubanos. Desesperanzados, el cambio de presidente no les aporta nada. ¿Acaso Díaz-Canel podrá hacer algo que Castro no ha hecho? Los cubanos se cuidan de decir lo que piensan porque viven con miedo. Especialmente de aquellos con quienes se relacionan cada día: compañeros de trabajo, amigos, vecinos… Viven en un mundo de mentiras que nace en la familia y llega a las más altas esferas. Dicen lo que se espera de ellos. Mienten para sobrevivir.
Entretanto, su existencia discurre entre la libreta de racionamiento, los problemas de vivienda y el caos del transporte. Comer, vestir y calzar a los hijos es un problema diario, incluso el acceso a medicamentos. Los ancianos y los enfermos malviven silenciosamente, desprotegidos por un sistema que nació también para evitarlo. El éxodo sigue su curso y el racismo, viejo problema, apenas comienza a superarse. Hasta este mismo año no ha habido un vicepresidente negro −el dirigente del sindicato único CTC, Salvador Valdés− o un obispo negro, Silvano Pedroso, en la diócesis oriental de Guantánamo-Baracoa. Por último, la corrupción extiende sus tentáculos, única alternativa al mercado y ante la que difícilmente pueden hacerse objeciones morales.
Ciertamente, ha habido algunas mejoras. El acceso a internet ha crecido, ahora es posible comprar un teléfono móvil y entrar en los hoteles. Incluso se puede adquirir un coche. Los campesinos han recibido tierras en arrendamiento y ya no hace falta pedir un permiso de salida para abandonar el país. Ahora bien, ¿alguien se imagina un país occidental presentando eso como un avance?
Una parroquia en seis décadas
En la última década, la Iglesia católica ha podido realizar su misión en mejores condiciones. Los agentes pastorales trabajan con más libertad y las parroquias acogen a más jóvenes que nunca. En estos años se ha inaugurado un nuevo seminario llamado a paliar la falta de sacerdotes, apenas 350 para una población de doce millones de habitantes. En 1959, la población era de siete millones de habitantes; hoy llega a los doce. ¿Cuántas parroquias se han construido en seis décadas? Solo una, en 2015. Algunos sacerdotes llaman públicamente las cosas por su nombre, pero son una exigua minoría tolerada por el régimen y la jerarquía.
La cuestión de fondo sigue siendo la misma: cuándo habrá libertad. Libertad religiosa, de prensa, de educación. Libertad para fundar un partido o un sindicato, libertad para criticar al Gobierno y poder cambiarlo en las urnas. Libertad, en fin, para ser cubano sin ser comunista.
En una Cuba donde todo sucede a cámara lenta, ¿podrá Díaz-Canel acelerar la imagen? Lo tiene complicado, pero cosas más raras hemos visto.