Los hijos necesitan la alteridad sexual, lo que le da la masculinidad del padre y la feminidad de la madre
Podemos solucionar una gran cantidad de conflictos si tenemos en cuenta que nuestro marido o nuestra mujer tienen una visión distinta del mundo.
María Calvo Charro es Profesora Titular de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III de Madrid y presidenta en España de la Asociación Europea de Centros de Educación Diferenciada (EASSE). Lleva 15 años estudiando el papel del hombre en el matrimonio y la familia. Entre otros libros, es autora de La masculinidad robada (Almuzara, 2011).
¿Qué ha pasado para que el varón haya quedado desplazado?
Lo que ha ocurrido es que el feminismo, por decirlo de alguna manera, se ha pasado de tuerca. En un principio, fue un feminismo magnífico, que buscaba la equidad. En España, algunas de las figuras importantes de ese feminismo fueron Emilia Pardo Bazán o Clara Campoamor. Pero a partir de mayo de 1968, ha habido una deformación del feminismo que tiende no a la igualdad, sino al igualitarismo. Ahora tenemos un paisaje social irreconocible desde el punto de vista de la masculinidad donde se tilda a los hombres de autoritarios o de que traumatizan a los hijos.
¿Qué diferencias biológicas hay entre hombres y mujeres que sean relevantes para la familia?
La forma de ver la vida es diferente porque es innegable que las hormonas tienen mucho efecto en el cerebro. Pero es muy importante aclarar que no estamos predeterminados, no todo es biología. Por medio de la voluntad se puede conseguir cualquier cosa. Dicho esto, es cierto que la mujer tiende a una mayor donación de sí misma porque hormonalmente está preparada para la maternidad. La empatía femenina es muy fuerte, es aquello de lo que hablaba Juan Pablo II: el genio de la mujer que la hace humanizadora. Además, la autoestima en las mujeres radica en una tupida red de conexiones sociales.
En cambio, en los hombres es justo al contrario, su autoestima radica en ser independientes. La testosterona provoca, por ejemplo, una mayor capacidad viso-espacial y los hombres tienen 20 veces más testosterona. Las prioridades y los intereses son distintos. Además, a los hombres les cuesta más la dimensión emocional. Llevamos años creando analfabetos emocionales. Eso hay que educarlo.
En resumen, podemos solucionar una gran cantidad de conflictos si tenemos en cuenta que nuestro marido o nuestra mujer tienen una visión distinta del mundo.
¿Cuál es el papel del padre en la educación de los hijos?
Es la piedra angular, el norte, el punto de referencia. Son tan imprescindibles como las madres. Los hijos necesitan la alteridad sexual, lo que le da la masculinidad del padre y la feminidad de la madre. Los padres marcan absolutamente a los hijos, por eso es importante que sean conscientes de lo que tienen entre manos. Para los hijos varones, su padre es su símbolo de masculinidad. En cuanto a las hijas, en el futuro buscarán una relación con un hombre parecida a la que han visto entre su padre y su madre.
¿Qué aporta el hombre tanto a la mujer como a los hijos?
Para responder a esto, tenemos que partir de reconocer que el hombre y la mujer somos igualmente dignos, pero no idénticos o intercambiables. Si partimos del igualitarismo sexual, no nos dejamos complementar y las carencias del otro las vemos como defectos. No hay que pensar “mi marido tiene defectos”, sino sencillamente que es masculino y no tiene mi feminidad. Yo le puedo complementar y él me puede complementar.
En relación con los hijos, la libertad es fundamental. Estamos en un momento en el que los hijos vienen planificados, tarde y se tienen pocos. Esto provoca que el hijo se haya convertido en un objeto de deseo para la madre, hasta el punto de que puede crearse un universo cerrado entre madre e hijo que es insano. Esta relación desplaza al marido y acaba devorando a la madre y al hijo. Ahí el papel del hombre es cortar el cordón umbilical, dar libertad al hijo y a la mujer.
¿Cómo puede prepararse un joven para ser un buen marido y un buen padre en el futuro?
Hay que prepararles desde que son pequeños. En esto el ejemplo es fundamental. Los niños y los jóvenes son esponjas que nos observan constantemente, por lo que la vida armoniosa de los padres es la mejor educación. No se trata de que el marido y la mujer sean perfectos, sino de que se quieran con sus imperfecciones y de que sean honestos.
En la vida de los hijos también es clave la presencia del padre. Padre se escribe con ‘p’ de presencia. Si por las circunstancias (trabajo, etc.), la presencia física no es la mayor posible, es importante que haya una presencia simbólica. Una llamada de teléfono del padre tiene efectos más beneficiosos para un hijo que cuatro viajes a Disneylandia. También pasa con las chicas. El padre que le deja un post-it a su hija que dice “te quiero”, acaba de hacerle el día.
Entrevista de Jaime Cervera, en arguments.es.
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