Jueves Santo: Por cuarta vez en cinco años de pontificado, el Santo Padre elije una cárcel para realizar el rito del Lavatorio de los pies
Homilía del Santo Padre
Jesús acaba su discurso diciendo: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15). Lavar los pies. Los pies, en aquel tiempo, eran lavados por los esclavos: era una tarea de esclavo. La gente recorría las calles, no había asfalto, no había adoquines; en aquel tiempo había el polvo del camino y la gente se ensuciaba los pies. Y en la entrada de la casa estaban los esclavos que lavaban los pies. Era un trabajo de esclavos. Pero era un servicio: un servicio hecho por esclavos. Y Jesús quiso hacer ese servicio, para darnos un ejemplo de cómo nosotros debemos servirnos los unos a los otros.
Una vez, cuando iban de camino, dos de los discípulos que querían “hacer carrera”, pidieron a Jesús ocupar puestos importantes, uno a su derecha y el otro a la izquierda (cfr. Mc 10,35-45). Y Jesús los miró con amor −Jesús miraba siempre con amor− y les dijo: “No sabéis lo que pedís” (v. 38). Los jefes de las naciones −dice Jesús− mandan, se hacen servir, y están bien (cfr. v.42). Pensemos en aquella época de los reyes, de los emperadores tan crueles, que se hacían servir por esclavos… Pero entre vosotros −dice Jesús− no debe ser así: quien manda debe servir. Vuestro jefe debe ser vuestro servidor (cfr. v.43). Jesús invierte la costumbre histórica, cultural de aquella época −también la de hoy−: el que manda, para ser un buen jefe, esté donde esté, debe servir. Yo pienso muchas veces −no en este tiempo, porque cada uno todavía está vivo y tiene la oportunidad de cambiar de vida y no podemos juzgar, pero pensemos en la historia− si tantos reyes, emperadores, jefes de estado hubieran comprendido esta enseñanza de Jesús y, en vez de mandar, de ser crueles, de matar a la gente, hubieran hecho esto, ¡cuántas guerras se habrían evitado! El servicio: es verdad que hay gente que no facilita esta actitud: gente soberbia, gente odiosa, gente que quizá nos desea el mal; pero nosotros estamos llamados a servirlos más. Y también hay gente que sufre, que es descartada por la sociedad, al menos durante un tiempo, y Jesús va allí a decirles: Tú eres importante para mí. Jesús viene a servirnos, y la señal de que Jesús nos sirve hoy aquí, en la cárcel “Regina Cœli”, es que ha querido elegir a 12 de vosotros, como a los 12 apóstoles, para lavarles los pies. Jesús se arriesga por cada uno de nosotros. Sabed esto: Jesús se llama Jesús, no se llama Poncio Pilato. Jesús no se lava las manos: ¡solo sabe arriesgarse! Mirad esa imagen tan bonita: Jesús inclinado entre las espinas, corriendo el riesgo de herirse para recuperar la oveja perdida.
Hoy yo, que soy pecador como vosotros, represento a Jesús, soy embajador de Jesús. Hoy, cuando yo me incline ante cada uno de vosotros, pensad: “Jesús se ha arriesgado en este hombre, un pecador, para venir a mí y decirme que me ama”. Ese es el servicio, ese es Jesús: nunca nos abandona; jamás se cansa de perdonarnos. Nos quiere tanto. ¡Mirad cómo se arriesga, Jesús!
Y así, con estos sentimientos, sigamos adelante con esta ceremonia que es simbólica. Antes de darnos su cuerpo y su sangre, Jesús se arriesga por cada uno de nosotros, y se arriesga en el servicio porque nos quiere tanto.
Palabras del Papa en el momento de la paz
Y ahora, todos −estoy seguro de que todos nosotros− tenemos ganas de estar en paz con todos. Pero en nuestro corazón hay muchas veces sentimientos enfrentados. Es fácil estar en paz con los que queremos y con los que nos hacen el bien; pero no es fácil estar en paz con los que nos han hecho daño, con los que no nos quieren, con los que estamos enemistados. En silencio, un momento, que cada uno piense en los que nos quieren y en los que nosotros queremos, y también que cada uno piense en los que no nos quieren y también en los que nosotros no queremos e incluso −es más− en aquellos de los que querríamos vengarnos. Y pidamos al Señor, en silencio, la gracia de dar a todos, buenos y malos, el don de la paz.
Palabras del Santo Padre en respuesta al saludo de la directora del penitenciario y de un detenido, al final de la visita al “Regina Cœli”
Tú has hablado de una mirada nueva: renovar la mirada… Eso es bueno porque a mi edad, por ejemplo, vienen las cataratas, y no se ve bien la realidad: el año próximo me tendrán que operar. Pues así sucede con el alma: el trabajo de la vida, el cansancio, los errores, las desilusiones oscurecen la mirada, la mirada del alma. Y por eso, lo que tú has dicho es verdad: aprovechar las oportunidades para renovar la mirada. Y como dije ayer en la Plaza de San Pedro, en tantos pueblecitos, y también en mi tierra, cuando se oyen las campanas de la Resurrección del Señor, las madres y las abuelas llevan a los niños a lavarse los ojos para que tengan la mirada de la esperanza de Cristo resucitado. Nunca os canséis de renovar la mirada, de hacer esa operación de cataratas en el alma, cada día. Siempre renovar la mirada. Es un bonito esfuerzo.
Todos conocéis la botella de vino a medias: si miro la mitad vacía, es fea la vida, es mala, pero si miro la mitad llena, todavía tengo para beber. La mirada que abre a la esperanza, palabra que tú has dicho y también ella [la directora] lo ha dicho; y ella la ha repetido varias veces. No se puede concebir una cárcel como esta sin esperanza. Aquí, los internos están para aprender o hacer crecer el “sembrar esperanza”: no hay ninguna pena justa −¡justa!− sin que esté abierta a la esperanza. ¡Una pena que no esté abierta a la esperanza no es cristiana, no es humana!
Hay dificultades en la vida, cosas malas, la tristeza −uno piensa en los suyos, piensa en su madre, en su padre, en su mujer, en el marido, en los hijos…−: es mala esa tristeza. Pero no os dejéis vencer: no, no. Yo estoy aquí, pero para reinsertarme, renovado o renovada. Y esa es la esperanza. Sembrar esperanza. Siempre, siempre. Vuestra labor es esa: ayudar a sembrar la esperanza de reinserción, y esto nos hará bien a todos. Siempre. Toda pena debe estar abierta al horizonte de la esperanza. Por eso, no es ni humana ni cristiana la pena de muerte. Toda pena debe estar abierta a la esperanza, a la reinserción, también para dar la experiencia vivida por el bien de las demás personas.
Agua de resurrección, mirada nueva, esperanza: eso os deseo. Sé que los internos habéis trabajado mucho para preparar esta visita, incluso blanquear las paredes: os lo agradezco. Es para mí una señal de benevolencia y de acogida, y os lo agradezco mucho. Os estoy cercano, rezo por vosotros, y vosotros rezad por mí y no os olvidéis: el agua que hace la mirada nueva, y la esperanza.