El Papa Francisco ha dicho que el beato Pablo VI será canonizado este año. A falta de conocer la fecha, se espera que coincida con el Sínodo de los Obispos de octubre
El profesor José Morales analiza el significado de su figura en el contexto de la historia reciente de la Iglesia.
Se ha hablado mucho del martirio del Papa Pablo VI pero es más apropiado referirse al misterio de Pablo VI para calificar su reinado papal, que se distinguió por una marcada unidad de propósito, paciencia y realización. Si el Concilio Vaticano II es su mayor acierto, el recorrido de los quince años de presencia entera a la cabeza de la Iglesia constituye probablemente el logro singular de Juan Bautista Montini. La unidad del pontificado se encuentra en la personalidad, carácter y carisma del Papa, no en acontecimientos externos, que lo desdibujan y pertenecen a las contingencias de la historia.
Pablo VI es un personaje imposible de calificar. A la vez antiguo y moderno, amante de la tradición y abierto a la idiosincrasia del hombre contemporáneo, consciente de que el catolicismo y la misma Iglesia no son otra cosa que una identidad en el tiempo. Era un hombre religioso, obviamente, y podría también calificarse de místico. Cultivaba la interioridad, donde residía en gran medida el secreto de su carácter. Le embargaba la conciencia de que Jesucristo era su Señor y esta seguridad iba unida en él a una honda y ardiente comprensión de la Iglesia.
Era persona de humildad no común, que apreciaba la fidelidad y la lealtad. Pensaba que un Dios que ama al hombre y un hombre que ama a Dios debe sufrir. Tenía en este sentido alguna semejanza con san Pablo, cuyo nombre eligió como pontífice. San Pablo abundaba en rasgos de lo que se considera la modernidad: se alegraba en sus debilidades y se sentía desganado, tentado, débil, incierto. Pablo VI lleva en su naturaleza esa semejanza con el hombre de ese tiempo, en su aspiración y en sus tormentos.
Pablo VI no era espontáneo ni había en él verdadera familiaridad. Su gravedad acusaba cierta melancolía, y aunque parecía cultivar la imagen hierática del supremo pastor, era por naturaleza y por gracia profundamente optimista. Ha habido Papas del triunfalismo, pero Pablo VI ha sido el papa de la humildad y de la expiación. Habló de culpas históricas en la Iglesia. Fue el hombre de la caridad.
Durante su pontificado la Iglesia ha devenido realmente una Iglesia universal. Abierto a todos los continentes, algo demostrado en sus viajes, ha actuado como exponente de la vieja Europa cristiana, y destruido en Oriente la leyenda del orgullo papal. La curia nunca lo quiso. Lo juzgaba demasiado moderno, intelectual y problemático. Fue un hombre de oración y de acción, que llevaba consigo la tierra de Brescia, como Juan Pablo II la de Cracovia. Decía:
“Nunca me cansaré de bendecir y de perdonar. Un papa se siente muy poca cosa cuando se considera a sí mismo. Mi debilidad ha seguido estando entera; pero una fuerza que no procede de mí me sostiene, un momento tras otro. La vida de un papa no lleva ningún momento de tregua ni de reposo. No hay interrupción en la paternidad ni en la filiación. Un papa vive de urgencia en urgencia”.
La gestión papal del Concilio fue una obra de arte. El Concilio se desarrolló sin grandes tropiezos; no fue suspendido ni interrumpido, lo cual pudiera haber ocurrido con un timonel menos experto. Alcanzó los fines previstos, y en algunos casos superó las esperanzas en él depositadas.
Se cuentan en su brillante haber decisivas encíclicas y exhortaciones apostólicas. La debatida reforma litúrgica, para acercar al altar al pueblo cristiano, se vio coronada por la promulgación del Misal Romano, los rituales de los sacramentos, los leccionarios, el calendario, y la introducción de las lenguas vernáculas.
La reforma de la curia romana y su internalización, la creación de la Comisión de la Mujer y la proclamación de Teresa de Jesús y Catalina de Siena como doctoras de la Iglesia, la creación del Sínodo de Obispos y la Comisión Teológica, la renovación de la catequesis con la Catechesi tradendae, el impulso dado al CELAM con el viaje a Colombia, los viajes papales a los cinco continentes, la repristinación del diaconado permanente, la remodelación de la Iglesia africana con la ordenación de trescientos obispos de la tierra, el Credo del pueblo de Dios y la ordenación de la diócesis de Roma, la política del Este, la transparencia en los procedimientos sobre libros y doctrinas, la creación de la Sala Stampa en el Vaticano, la rehabilitación del padre Pío de Pietrelcina, la edad de los cardenales y obispos, la simplificación de la corte papal, la presencia de obispos en las congregaciones romanas, los avances en el diálogo con la Ortodoxia, la aprobación de asociaciones laicales, etc., todo contribuye a considerar este pontificado como uno de los más fecundos y necesarios del siglo XX.
Pablo VI fue beatificado por el Papa Francisco el 19 de octubre de 2014. Ahora, la Congregación para las Causas de los Santos ha aprobado el milagro atribuido a su intercesión (la curación de una niña aún en el seno materno), y el propio Papa ha confirmado que la canonización tendrá lugar este mismo año 2018.
José Morales, profesor de Teología dogmática
Autor del libro Pablo VI (1963-1978).
Fuente: Revista Palabra.
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