Hoy quiero charlar contigo sobre el sentido de tu vida, incluso, del de tu día; y, naturalmente, del de la vida de cualquier otra persona; del de la mía, sin ir más lejos
Uno de los libros cuya lectura me marcó en su día es El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Esta pequeña gran joya fue escrita por su autor tras sobrevivir, desde 1942 hasta 1945, en varios campos de concentración nazis; entre ellos Auschwitz y Dachao.
En su obra, Frankl subraya cómo, incluso en las condiciones más extremas, más adversas, el ser humano puede encontrar una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual.
Hoy quiero charlar contigo sobre el sentido de tu vida, incluso, del de tu día. Y, naturalmente, del de la vida de cualquier otra persona; del de la mía, sin ir más lejos.
Ni tú ni yo padecemos, afortunadamente, las terribles condiciones que sufrió Frankl. Ni vivimos en la II Guerra Mundial. Lo tengo claro. Pero la situación del mundo actual es manifiestamente mejorable.
Lo comentaba hace poco con un amigo, con quien coincidía en que algo hay que cambiar. Rectifico: que tenemos que cambiar algo.
Pon en ese algo todo lo que se te ocurra. ¡Y no me digas que no te cabe! Que sí, que ya sé que es mucho, pero que dicen que el papel lo aguanta todo… Tú, por si acaso, vete anotando lo que vayas viendo…
Y ¿cómo arreglamos el mundo?
Como te escribía en una ocasión: “ladrillo a ladrillo”.
Cada uno, en cada momento, desde allí donde nos toque actuar. Eso es lo que puede dar sentido a tu día, o más: a tu vida.
Porque… ¿no creerás que “te han echado” a este mundo sin una misión?
Como alguna vez te he contado, todas las personas somos como piezas de una metafórica máquina: a veces hablo de un reloj, que puede funcionar mal −o incluso no funcionar− si le falta… un pequeño tornillo, sin ir más lejos; por minúsculo que parezca. Su presencia −la del tornillo− está prevista ahí, precisamente ahí, porque es ahí donde hace falta; porque ese es su sitio. Y si no estuviera y cumpliera adecuadamente su misión, ello podría afectar negativamente a la maquinaria entera. ¡Que se lo cuenten a Fernando Alonso! Hace poco leí que su automóvil de Fórmula 1 había tenido problemas serios… por una simple tuerca defectuosa.
Si hablamos de las misiones que a cada cual nos corresponden, a lo mejor:
Hay gente que cree que vivir es pasar la vida: uno nace, crece, se reproduce (en el mejor de los casos, habida cuenta de la ínfima tasa de natalidad) y muere. Aunque de esto −lo de fallecer−, hay quien intente no acordarse. Como si no recordarlo fuera a borrarlo de nuestra realidad. ¡Ja!
En efecto, hay personas que parecen creer que una cigüeña (o cigüeña y cigüeño) les dejaron aquí, en este mundo, para gastar la vida. Y van pasando capítulos, o matando el tiempo sin sentido, hasta que se acaba ‘la película’. Con la sola esperanza de decir tras el “The End”: fue bonito mientras duró.
Pero hay otras personas (seguro que, entre ellas, tú) convencidas de que estamos aquí para algo. Y que debemos encontrar el sentido de nuestro existir. Y llevar a cabo, cada día, nuestra misión. Por discreta que sea; por cotidiana o minúscula que nos pueda parecer; por oculta que esté. Y llevarla a cabo bien: bien. Con el mayor compromiso y entrega y dando lo mejor de nosotros.
Conocer tu misión es importante: un primer paso es saber dónde tiene uno “el norte”, aunque somos humanos, débiles, y erramos… Actuamos, a veces, sin sentido. O contra todo sentido.
Sin embargo, cuando lo hacemos como debemos, cooperamos a la consecución del bien común.
Dicen −y dicen bien− que un grano no hace un granero, pero ayuda al compañero. Y a mí me viene a la memoria el post que te escribía titulado: Y tú, ¿aportas lo mejor de ti?
Esa entrada del blog, que habla de vino, deja claro que, si no cumplimos cada uno nuestra misión personal, el mundo hace aguas… el mundo lo paga. En parte, por nuestra responsabilidad. O, mejor dicho, por nuestra irresponsabilidad.
Quiero subrayar aquí el inmenso valor de toda vida; el que toda misión es relevante; tiene sentido.
Todas las personas (lo hayan descubierto o no), aportan. Todas. Incluso las que se consideran −indebida e injustamente− una carga para los demás: no saben cuánto nos pueden ayudar, ¡cuánto nos ayudan!, a ser mejores.
Es ahí, en lo que uno puede contribuir, donde puede explotar sus talentos, donde quizás debe intentar poner el foco personal; o profesional.
Seguramente, logrará uno −así− cambiar su día; quizás su vida. Y probablemente la de alguien más. Y todo ello ayudará a transformar, ‘ladrillo a ladrillo’, el mundo. ¡Que necesita algo más que un lifting! Acuérdate de lo que decía ese prelado anglicano de quien te hablé recién estrenado este blog…
¡Vamos, pues, a cambiar el mundo! (nota: aconsejo aplicar la fórmula del referido obispo).
¡Por falta de ganas no va a ser! ¡Ni de necesidad!
La idea suena genial. Ya tenemos, pues, la música. Ahora, hay que ponerle (día a día) la letra… ¡Ánimo y a por todas!
Oye, déjame que te ofrezca una misión concreta; solo para hoy: ¿me ayudas a difundir el post? Harás bien.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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