En ocasiones, no nos decidimos a salir de nuestra zona de confort; a veces, estamos a cubierto en nuestra mediocridad y no queremos mojarnos
Querer no es desear. Es mucho más que eso. Desear le puede pasar −o no− a cualquiera. Y lo importante es querer, aunque no te apetezca. (“Tú sigues siendo Superman”).
¿Por qué te traigo nuevamente al blog esto? Luego te lo explico detalladamente (entre tú y yo, es por Regino).
En la época del hombre light, que diría Enrique Rojas, en una sociedad donde impera el “me apetece/no me apetece”, desear puede quedarse en el ámbito de la teórica, o emocional, aspiración.
Pero querer, lo que se dice querer, es más. A veces, mucho más.
Y hoy quiero hablarte de esto.
Querer está, al menos, un peldaño por encima del mero desear. Un escalón que suele ser clave para alcanzar el objetivo: a la aspiración del simple desear hay que sumarle la transpiración que se da, no pocas veces, cuando uno ha de demostrar que realmente quiere.
Lo de transpirar no suele apetecernos. Por ello, querer constituye una elección, una apuesta −a veces férrea, vital− por llevar a buen puerto nuestro propósito.
Todos tenemos unas teóricas prioridades vitales (explícitas o no). Aunque me temo que no siempre queremos lo que afirmamos querer. Y ya no te digo lo que desearíamos (lo pongo hasta en condicional…).
Más de una vez deseamos algo de boquilla, sin llegar a quererlo; o actuamos de forma inconsecuente, por no estar realmente dispuestos a pagar su precio. Como si pretendiéramos obviar que lo que vale cuesta.
En ocasiones, no nos decidimos a salir de nuestra zona de confort. A veces, estamos a cubierto en nuestra mediocridad y no queremos mojarnos. O nos vence la comodidad, la pereza, la sensación de seguridad de un entorno conocido y placentero… Y sin labrar y sembrar, amigo, no se puede cosechar.
Cada semana se cruza algo o alguien y me echa una mano a la hora de redactar la entrada de Dame tres minutos. La Providencia y la fe tienen esta casa en pie. Si no, hace bastante que hubiera colgado ese cartel de “Se traspasa blog por no poder atender”…
Esta vez, como antes te apuntaba, ha sido Regino quien me dio la idea.
Regino −Regino Hernández− es un ceutí criado en Mijas (Málaga), que −haciendo honor a su propio nombre− se ha coronado.
Medalla de bronce en snowboard cross en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang, Corea del Sur.
La medalla española más reciente en unos Juegos invernales la había logrado Blanca Fernández Ochoa… en Albertville (Francia), hace ‘solo’ 26 años.
Regino nacía precisamente por aquellas fechas: unos meses antes de que Blanca hiciera podio.
Y este hombre, hoy con toda la barba, lleva desde que cumplió cuatro añitos subiendo, cada fin de semana, a Sierra Nevada: a entrenar.
Regino tiene claro lo que Jim Rohn señalaba: que el éxito no es otra cosa que la aplicación diaria de la disciplina.
Perseverancia, esfuerzo, sufrimiento… no le han faltado. Y, al cabo de 22 años de entrenamientos −con sus correspondientes fines de semana−, ha logrado lo que quería.
Con felicidad (que muchas veces no resulta ser, precisamente, con facilidad). Y por ello vale más.
Ya afirmaba −y decía bien− Robert Schuller que los logros espectaculares siempre van precedidos de una preparación espectacular.
“Puedo decir que me he roto todos los huesos por este deporte, pero aquí estoy, con esta medalla de bronce”, resume Regino.
Nuestro amigo ha exhibido disciplina; y ha soportado alguna que otra incidencia en su carrera. Así, de memoria, en una reciente entrevista, el campeón nos comentaba que lleva una muñequera porque hace unas semanas sufrió una fisura en una caída; que hace un año se rompió el hombro derecho y se hizo daño en la clavícula… que le han intervenido de las dos rodillas; y del otro hombro; que se rompió el cúbito… En fin, que casi media medalla es del equipo médico quirúrgico, je, je.
Pero está claro que Regino quería. Y su voluntad de acero le ha llevado al podio.
Las medallas −incluyo las metafóricas− no se sortean en la tómbola; hay que sudarlas y sufrirlas; y no solo el día de la competición.
Hay quien es muy consciente de ello y se lo aplica. Otros, no.
Afirma Seth Godin: Para mucha gente, la suerte es más atractiva que el esfuerzo. Sin embargo, no tienes la opción de elegir tu suerte. Mientras que el esfuerzo siempre está completamente disponible para ti todo el tiempo.
Soy de los que piensan, con Honoré de Balzac (y lo aplico mucho a los estudiantes), que la voluntad puede y debe ser un motivo de orgullo mucho mayor que el talento. Y que el éxito solo va antes que el trabajo en el diccionario. Que lo importante es querer, aunque no te apetezca.
En cualquier caso, el triunfo, la excelencia, está en dar lo mejor de uno mismo. Porque, cuando uno hace todo lo que puede, ¿qué más se le puede pedir?
Toni Nadal, autor de Todo se puede entrenar (libro que te recomiendo) señala: “Creo que en la vida lo principal es el dominio de la voluntad. He sido un entrenador más preocupado de la cuestión del carácter que de la cuestión técnica. Yo entiendo que en la vida el carácter es lo fundamental, porque al final pasar una pelota por encima de la red es poco importante en la vida, pero dominar la voluntad, dominar el esfuerzo, tener perseverancia en lo que haces, sí que tiene valor”.
Te lo contaba yo en una ocasión: sólo una vez vi a un zángano triunfar. Más que verlo, me lo contaron. ¡Era en un concurso de holgazanes!
Es aquel que llamó al portero automático preguntando:
−¿Es aquí el concurso de vagos?
−Sí.
−Que me entren.
Se ve que al tipo no le apetecía, no deseaba, que no quería -vaya-, esforzarse. Y mira por dónde, ganó.
Dicen bien que toda regla tiene sus excepciones…
Yo no pretendo hacer una en este post.
Y por eso (vuelta la burra al trigo) te planteo: Esos objetivos que para ti son vitales, tus propósitos para 2018, eso que dices que quieres… ¿realmente lo quieres, sólo lo deseas, o quizás sólo te apetecería?
Piénsalo. Y contéstate.
Y, eso sí, si te apetece, ayúdame a difundir. Harás bien.
José Iribas en dametresminutos.wordpress.com.
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