El Papa recibió a los miembros de la Asociación Teológica Italiana, destacando el clima el encuentro
Destacando el medio siglo de vida de esta asociación y el importante trabajo desarrollado, Francisco alentó a sus miembros a perseverar “en el espíritu de servicio y de comunión indicado por el Concilio Ecuménico Vaticano II”; impulsando la “fidelidad creativa” y el “hacer teología juntos”, poniendo en guardia contra el individualismo.
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos, os doy la bienvenida y agradezco a vuestro Presidente sus palabras. En estos días estamos inmersos en la contemplación gozosa del misterio de nuestro Dios que, hasta tal punto se ha implicado y comprometido con nuestra pobre humanidad, que nos envió a su Hijo y tomó, en Él, nuestra frágil carne. Todo pensamiento teológico cristiano no puede sino comenzar siempre e incesantemente desde ahí, en una reflexión que nunca agotará la fuente viva del Amor divino, que se ha dejado tocar, mirar y saborear en la cuna de Belén.
En 2017 la Asociación Teológica Italiana ha cumplido medio siglo. Me alegra unirme a vosotros para dar gracias al Señor por cuantos tuvieron el valor, hace 50 años, de tener la iniciativa de dar vida a la Asociación Teológica Italiana; por cuantos se os han unido en este tiempo, ofreciendo su presencia, su inteligencia y el esfuerzo de una reflexión libre y responsable; y sobre todo por la aportación que vuestra Asociación ha dado al desarrollo teológico y a la vida de la Iglesia, con una investigación que siempre se ha propuesto −con el esfuerzo crítico que le compete− estar en sintonía con las etapas fundamentales y los desafíos de la vida eclesial italiana.
Es digno de mención que la Asociación Teológica Italiana haya nacido, como reza el primer artículo de vuestro Estatuto, «con el espíritu de servicio y de comunión indicado por el Concilio Ecuménico Vaticano II». La Iglesia siempre debe referirse a este acontecimiento, con el que comenzó «una nueva etapa de la evangelización» (Bula Misericordiae vultus, 4) y con el que asumió la responsabilidad de anunciar el Evangelio de un modo nuevo, más acorde a un mundo y a una cultura profundamente cambiados. Es evidente que dicho esfuerzo requiere de toda la Iglesia, y de los teólogos en particular, ser recibido con una “fidelidad creativa”: conscientes de que en estos 50 años han sucedido ulteriores cambios y con la confianza de que el Evangelio pueda seguir tocando también a los hombres de hoy. Por eso, os pido que permanezcáis fieles y anclados, en vuestra labor teológica, al Concilio y a la capacidad que la Iglesia mostró de dejarse fecundar por la perenne novedad del Evangelio de Cristo; así lo habéis hecho en estos años, como demuestran los temas que habéis elegido y tratado en los Congresos y Cursos de actualización, además del reciente e ingente trabajo de comentario a todos los Documentos del Vaticano II.
En particular, es un claro fruto del Concilio y una riqueza que no se puede desperdiciar el hecho de que hayáis notado y sigáis sintiendo la exigencia de “hacer teología juntos”, como Asociación, que reúne hoy a más de 330 teólogos. Este aspecto es un dato de estilo, que expresa ya algo esencial de la Verdad a cuyo servicio se pone la teología. No se puede pensar en servir a la Verdad de un Dios que es Amor, eterna comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y cuyo plan de salvación es la comunión de los hombres con Él y entre sí, haciéndolo de modo individual, particular o, peor aún, en una lógica competitiva. El de los teólogos tiene que ser un estudio personal; pero de personas que están metidas en una comunidad teológica lo más amplia posible, de la que se sienten y forman realmente parte, involucrados en vínculos de solidaridad y también de amistad auténtica. ¡Esto no es un aspecto accesorio del ministerio teológico!
Un ministerio del que hoy se sigue teniendo una gran necesidad en la Iglesia. Pues es cierto que, para ser auténticamente creyentes, no es necesario haber hecho cursos académicos de teología, ya que hay un sentido de las realidades de la fe que pertenece a todo el pueblo de Dios, incluso a los que no tienen particulares medios intelectuales para expresarlo, y que requiere ser captado y escuchado −pienso en el famoso infalible in credendo: debemos ir ahí a menudo−, y hay personas también muy sencillas que saben aguzar los “ojos de la fe”. En esta fe viva del santo pueblo fiel de Dios todo teólogo debe sentirse inmerso y también debe saberse sostenido, transportado y abrazado. Pero eso no quita que siempre haya necesidad del específico trabajo teológico por medio del cual, como decía el santo doctor Buenaventura, se pueda llegar al credibile ut intelligibile, a lo que se cree en cuanto es entendido. Es una exigencia de la humanidad de los mismos creyentes, ante todo, para que nuestro creer sea plenamente humano y no escape a la sed de conciencia y comprensión, lo más profunda y amplia posible, de lo que creemos. Y es una exigencia de la comunicación de la fe, para que aparezca siempre y en todas partes que no solo no mutila lo que es humano, sino que se presenta siempre como llamamiento a la libertad de las personas.
En el deseo y en la perspectiva de una Iglesia misionera en salida está que el ministerio teológico sea, en este momento histórico, particularmente importante y urgente. En efecto, una Iglesia que se repiensa así se preocupa, como dije en la Evangelii gaudium, de hacer evidente a los hombres cuál es el centro y el núcleo fundamental del Evangelio, o sea «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (n. 36). Dicha tarea esencial, en esta época de complejidad y de un desarrollo científico y técnico sin precedentes, y en una cultura que estuvo embebida, en el pasado, de cristianismo, pero en la que hoy pueden deslizarse visiones distorsionadas del corazón mismo del Evangelio, hace indispensable un gran trabajo teológico. Para que la Iglesia pueda seguir haciendo oír el centro del Evangelio a los hombres de hoy, para que el Evangelio llegue de verdad a las personas en su singularidad y para que permee la sociedad en todas sus dimensiones, es imprescindible la tarea de la teología, con su esfuerzo de repensar los grandes temas de la fe cristiana en una cultura profundamente cambiada.
Hace falta una teología que ayude a todos los cristianos a anunciar y mostrar, principalmente, el rostro salvador de Dios, el Dios misericordioso, especialmente ante algunos desafíos inéditos que implican al hombre de hoy: como la crisis ecológica, el desarrollo de las neurociencias o las técnicas que pueden modificar al hombre; las cada vez más grandes desigualdades sociales o las migraciones de pueblos enteros; el relativismo teórico y también el práctico. Y hace falta, por eso, una teología que, como está en la mejor tradición de la Asociación Teológica Italiana, sea hecha por cristianos que no piensen hablar solo entre ellos, sino que sepan estar al servicio de las diversas iglesias y de la Iglesia; y que asuman también la labor de repensar la Iglesia para que sea conforme al Evangelio que debe anunciar.
Me agrada saber que muchas veces y de diversos modos, también recientemente, ya lo habéis hecho: afrontando explícitamente el tema del anuncio del Evangelio y de la forma Ecclesiae, de la sinodalidad, de la presencia eclesial en un contexto de laicidad y democracia, del poder en la Iglesia. Espero, por eso, que vuestras investigaciones puedan fecundar y enriquecer a todo el pueblo de Dios. Y quisiera añadir algún pensamiento que me ha venido mientras me hablabais. No perder la capacidad de asombrarse; hacer teología en el asombro. El asombro que nos trae Cristo, el encuentro con Cristo. Es como el aire en el que nuestra reflexión será más fecunda. Y repito también otra cosa que he dicho: el teólogo es el que estudia, piensa, reflexiona, pero lo hace de rodillas. Hacer teología de rodillas, como los grandes Padres. Los grandes Padres que pensaban, rezaban, adoraban, alababan: la teología fuerte, que es fundamento de todo el desarrollo teológico cristiano. Y también repetir una tercera cosa que he dicho aquí, pero quiero repetirla porque es importante: hacer teología en la Iglesia, es decir, en el santo pueblo fiel de Dios, que tiene −lo diré con una palabra no teológica− el “olfato” de la fe. Recuerdo, una vez, en una confesión, el diálogo que tuve con una anciana portuguesa que se acusaba de pecados que no eran tales, ¡pero era tan creyente! Y yo le hice alguna pregunta y ella respondía bien; y al final me dieron ganas de decirle: “Pero, dígame, señora: ¿usted ha estudiado en la Gregoriana?” Era una mujer sencilla, humilde, pero tenía el “olfato”, tenía el sensus fidei, eso que en la fe no puede equivocarse. Lo retoma el Vaticano II, esto.
Os bendigo de corazón y, por favor, no olvidéis de rezar por mí.