Como es tradicional, en vísperas de la Navidad, el Papa se ha reunido hoy con sus principales colaboradores
Queridos hermanos y hermanas, la Navidad es la fiesta de la fe en el Hijo de Dios que se hizo hombre para devolverle al hombre la dignidad filial que había perdido por culpa del pecado y la desobediencia. La Navidad es la fiesta de la fe en los corazones que se convierten en un pesebre para recibirlo, en las almas que dejan que del tronco de su pobreza Dios haga germinar el brote de la esperanza, de la caridad y de la fe.
Hoy tenemos una nueva ocasión para intercambiarnos nuestra felicitación navideña y también para desearos a todos, a vuestros colaboradores, a los Representantes pontificios, a todas las personas que prestan servicio en la Curia y a vuestros seres queridos una santa y alegre Navidad y un feliz Año Nuevo. Que esta Navidad nos haga abrir los ojos y abandonar lo que es superfluo, lo falso, la malicia y lo engañoso, para ver lo que es esencial, lo verdadero, lo bueno y auténtico. Muchas felicidades, de verdad.
Queridos hermanos, después de haber hablado en otras ocasiones sobre la Curia romana ad intra, este año quiero compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la realidad de la Curia ad extra, es decir, sobre la relación de la Curia con las naciones, con las Iglesias particulares, con las Iglesias orientales, con el diálogo ecuménico, con el judaísmo, con el islam y las demás religiones, es decir, con el mundo exterior.
Mis reflexiones se apoyan ciertamente en los principios básicos y canónicos de la Curia, sobre la misma historia de la Curia, pero también en la visión personal que he procurado compartir con vosotros en los discursos de los últimos años, en el contexto de la reforma que se está realizando.
Con respecto a la reforma, me viene a la mente la simpática y significativa expresión de Mons. Frédéric-François-Xavier De Mérode: «Hacer la reforma en Roma es como limpiar la Esfinge de Egipto con un cepillo de dientes»[1]. Se pone de manifiesto cuánta paciencia, dedicación y delicadeza se necesitan para alcanzar ese objetivo, ya que la Curia es una institución antigua, compleja, venerable, compuesta de hombres que provienen de muy distintas culturas, lenguas y construcciones mentales y que, de una manera estructural y desde siempre, está ligada a la función primacial del Obispo de Roma en la Iglesia, esto es, al oficio «sacro» querido por el mismo Cristo Señor en bien del cuerpo de la Iglesia en su conjunto (ad bonum totius corporis)[2].
Así pues, la universalidad del servicio de la Curia proviene y brota de la catolicidad del ministerio petrino. Una Curia encerrada en sí misma traicionaría el objetivo de su existencia y caería en la autorreferencialidad, que la condenaría a la autodestrucción. La Curia, ex natura, está proyectada ad extra en cuanto está ligada al ministerio petrino, al servicio de la Palabra y del anuncio de la Buena Noticia: el Dios Enmanuel, que nace entre los hombres, que se hace hombre para mostrar a todos los hombres su entrañable cercanía, su amor sin límites y su deseo divino de que todos los hombres se salven y lleguen a gozar de la bienaventuranza celestial (cfr. 1Tm 2,4); el Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos (cfr. Mt 5,45); el Dios que no ha venido para que le sirvan sino para servir (cfr. Mt 20,28); el Dios que ha constituido a la Iglesia para que esté en el mundo, pero no del mundo, y para ser instrumento de salvación y de servicio.
Cuando saludé recientemente a los Padres y Jefes de las Iglesias Católicas orientales[3], y pensando precisamente en esta finalidad ministerial, petrina y curial, es decir, de servicio, utilicé la expresión de un «primado diaconal», remitiendo inmediatamente a la amada imagen de san Gregorio Magno del Servus servorum Dei. Esta definición, en su dimensión cristológica, es sobre todo expresión de la firme voluntad de imitar a Cristo, que asumió la forma de siervo (cfr. Flp 2,7). Benedicto XVI, cuando habló de ello, dijo que esta frase en labios de Gregorio no era «una fórmula piadosa, sino la verdadera manifestación de su modo de vivir y actuar. Estaba profundamente impresionado por la humildad de Dios, que en Cristo se hizo nuestro servidor, nos lavó y nos lava los pies sucios»[4].
Esa misma actitud diaconal ha de caracterizar también a todos los que, de varias maneras, trabajan en el ámbito de la Curia romana que, como recuerda el Código de Derecho Canónico, actuando en nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice, «realiza su función […] para el bien y servicio de las Iglesias» (can. 360; cf. CCEO can. 46).
Primado diaconal «con relación al Papa»[5] e igualmente diaconal, por consiguiente, es el trabajo que se realiza dentro de la Curia romana ad intra y hacia el exterior ad extra. Este tema de la diaconía ministerial y curial, me lleva a un antiguo texto presente en la Didascalia Apostolorum donde se afirma: el «diácono sea el oído y la boca del Obispo, su corazón y alma»[6], puesto que la comunión, la armonía y la paz en la Iglesia está unida a esta concordia, ya que el diácono es el custodio del servicio en la Iglesia[7]. Pienso que no es casualidad que el oído sea el órgano para oír sino también para el equilibrio; y la boca el órgano para saborear y para hablar.
Otro texto antiguo añade que los diáconos están llamados a ser como los ojos del Obispo[8]. El ojo mira para transmitir las imágenes a la mente, ayudándola a tomar las decisiones y a dirigir bien a todo el cuerpo.
De estas imágenes se puede sacar la relación de comunión de filial obediencia para el servicio al pueblo santo de Dios. No hay duda, pues, que esta es la que existe también entre todos los que trabajan en la Curia romana, desde los Jefes de Dicasterio y Superiores, a los oficiales y a todos. La comunión con Pedro refuerza y da nuevo vigor a la comunión entre todos los miembros.
Desde este punto de vista, el recurso a la imagen de los sentidos del organismo humano nos ayuda a tener el sentido de la extroversión, de la atención hacia lo que está fuera. En el organismo humano, de hecho, los sentidos son nuestro primer contacto con el mundo ad extra, son como un puente hacia él; son nuestra posibilidad de relacionarnos. Los sentidos nos ayudan a captar la realidad e igualmente a colocarnos en la realidad. Por eso san Ignacio de Loyola recurría a los sentidos para contemplar los Misterios de Cristo y de la verdad[9].
Esto es muy importante si se quiere superar la desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o de los pequeños grupos que en realidad representan −a pesar de sus justificaciones y buenas intenciones− un cáncer que lleva a la autorreferencialidad, que se infiltra también en los organismos eclesiásticos en cuanto tales y, en particular, en las personas que trabajan en ellos. Cuando sucede eso, entonces se pierde la alegría del Evangelio, la alegría de comunicar a Cristo y de estar en comunión con él; se pierde la generosidad de nuestra consagración (cfr. Hch 20,35 y 2Co 9,7).
Permitidme que diga dos palabras sobre otro peligro, que es el de los traidores de la confianza o los que se aprovechan de la maternidad de la Iglesia, es decir de las personas que han sido seleccionadas con cuidado para dar mayor vigor al cuerpo y a la reforma, pero −al no comprender la importancia de sus responsabilidades− se dejan corromper por la ambición o la vanagloria, y cuando son delicadamente apartadas se auto-declaran equivocadamente mártires del sistema, del «Papa desinformado», de la «vieja guardia»…, en vez de entonar el «mea culpa». Junto a esas personas, hay otras que siguen trabajando en la Curia, a las que se les da tiempo para retomar el camino correcto, con la esperanza de que encuentren en la paciencia de la Iglesia una ocasión para convertirse y no para aprovecharse. Esto ciertamente sin olvidar la inmensa mayoría de personas fieles que allí trabajan con admirable compromiso, fidelidad, competencia, dedicación y también con tanta santidad.
Parece oportuno, entonces, volviendo a la imagen del cuerpo, poner de relieve que estos «sentidos institucionales», a los que podemos comparar en cierto modo los Dicasterios de la Curia romana, deben trabajar de manera conforme a su naturaleza y finalidad: en el nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice y siempre por el bien y al servicio de las Iglesias[10]. Están llamados a ser en la Iglesia como unas fieles antenas sensibles: emisoras y receptoras.
Antenas emisoras en cuanto habilitadas para transmitir fielmente la voluntad del Papa y de los Superiores. La palabra «fidelidad»[11], para todos los que trabajan en la Santa Sede, «adquiere un carácter particular, desde el momento que ponen al servicio del Sucesor de Pedro buena parte de sus energías, su tiempo y su ministerio diario. Se trata de una grave responsabilidad, pero también de un don especial, que con el tiempo va desarrollando un vínculo afectivo con el Papa, de confianza interior, un idem sentire natural, que se expresa justamente con la palabra “fidelidad”»[12].
La imagen de la antena remite también a otro movimiento, este contrario, es decir el del receptor. Se trata de percibir las instancias, las cuestiones, las preguntas, los gritos, las alegrías y las lágrimas de las Iglesias y del mundo para transmitirlas al Obispo de Roma y permitirle que pueda llevar a cabo con más eficacia su tarea y su misión de «principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión»[13]. Con semejante receptividad, que es más importante que el aspecto preceptivo, los Dicasterios de la Curia romana entran generosamente en ese proceso de escucha y de sinodalidad del que ya he hablado[14].
Queridos hermanos y hermanas, he recurrido a la expresión «primado diaconal», a la imagen del cuerpo, de los sentidos y de la antena para explicar la necesidad más bien indispensable, de practicar el discernimiento de los signos de los tiempos[15], la comunión en el servicio, la caridad en la verdad, la docilidad al Espíritu y la obediencia confiada a los superiores, precisamente para alcanzar los espacios donde el Espíritu habla a las Iglesias (es decir, la historia) y para conseguir el objetivo de trabajar (por la salus animarum).
Quizá sea útil recordar aquí que los mismos nombres de los diversos Dicasterios y de las Oficinas de la Curia romana dan a entender cuáles son las realidades a favor de las cuales deben trabajar. Es decir, se trata de acciones fundamentales e importantes para toda la Iglesia y diría que para todo el mundo.
Al tener la Curia una tarea realmente muy amplia, me limitaré en esta ocasión a hablar genéricamente de la Curia ad extra, es decir, de algunos aspectos fundamentales, seleccionados, a partir de los cuales será fácil, en un futuro próximo, enumerar y profundizar los otros campos de actuación de la Curia.
En este sector juega un papel fundamental la Diplomacia Vaticana que busca sincera y constantemente el que la Santa Sede sea un constructor de puentes, de paz y de diálogo entre las naciones. Y siendo una Diplomacia al servicio de la humanidad y del hombre, de mano tendida y de puerta abierta, se compromete a escuchar, a comprender, a ayudar, a plantear y a intervenir rápida y respetuosamente en cualquier situación para acortar distancias y para entablar confianza. El único interés de la Diplomacia Vaticana es estar libre de cualquier interés mundano o material.
La Santa Sede está presente en la escena mundial para colaborar con todas las personas y las naciones de buena voluntad y para repetir constantemente la importancia de proteger nuestra casa común frente a cualquier egoísmo destructivo; para afirmar que las guerras traen sólo muerte y destrucción; para sacar del pasado las lecciones necesarias que nos ayudan a vivir mejor el presente, a construir sólidamente el futuro y salvaguardarlo para las nuevas generaciones.
Los encuentros con los Jefes de las naciones y con las diversas delegaciones, junto a los Viajes apostólicos tienen el mismo sentido y objetivo.
Por eso se creó la Tercera Sección de la Secretaría de Estado, con la finalidad de manifestar la atención y la cercanía del Papa y de los superiores de la Secretaría de Estado al personal diplomático y también a los religiosos y religiosas, a los laicos y laicas que prestan trabajo en las Representaciones Pontificias. Una Sección que se ocupa de las cuestiones relativas a las personas que trabajan en el servicio diplomático de la Santa Sede, o que se preparan para ello, en estrecha colaboración con la Sección de Asuntos Generales y con la Sección para las Relaciones con los Estados[16].
Esta particular atención se basa en la doble dimensión del servicio del personal diplomático: pastores y diplomáticos, al servicio de las Iglesias particulares y de las naciones donde trabajan.
La relación que une la Curia a las diócesis y a las eparquías es de máxima importancia. Estas encuentran en la Curia romana el apoyo y el soporte necesario. Es una relación que se basa en la colaboración, la confianza y nunca en la superioridad o el contraste. La fuente de esta relación está en el Decreto conciliar sobre el ministerio pastoral de los Obispos, en el que se explica más ampliamente que el trabajo de la Curia es «para bien de las Iglesias y al servicio de los sagrados Pastores»[17].
El punto de referencia de la Curia romana, de hecho, no es sólo el Obispo de Roma, del que le viene la autoridad, sino también las Iglesias particulares y sus Pastores en todo el mundo, para cuyo bien obra y actúa.
A esta característica de «servicio al Papa y a los obispos, a la Iglesia universal y a las Iglesias particulares» y al mundo entero, hice referencia en el primero de nuestros encuentros anuales, cuando subrayé que «en la Curia romana se aprende, “se respira” de un modo especial esta doble dimensión de la Iglesia, esta compenetración entre lo universal y lo particular; y me parece que ésta es una de las más bellas experiencias de quien vive y trabaja en Roma»[18].
Las visitas ad limina Apostolorum, en este sentido, representan una gran oportunidad de encuentro, diálogo y enriquecimiento mutuo. Por eso, en el encuentro con los obispos, he preferido tener un diálogo de escucha mutua, libre, reservado, sincero que va más allá de los esquemas protocolarios y el habitual intercambio de discursos y recomendaciones. También es importante el diálogo entre los Obispos y los distintos Dicasterios. Al retomar este año las visitas ad limina, después del año jubilar, los obispos me han confiado que han sido bien acogidos y escuchados por todos los Dicasterios. Esto me alegra mucho, y agradezco a los Jefes de los Dicasterios que están aquí presentes.
Permítanme también aquí, en este momento singular de la vida de la Iglesia, llamar vuestra atención sobre la próxima XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada bajo el tema: «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». Llamar a la Curia, a los Obispos y a toda la Iglesia a que presten una especial atención a los jóvenes, no quiere decir mirar sólo a ellos, sino también dirigir la mirada a un tema crucial para un gran número de relaciones y de urgencias: las relaciones intergeneracionales, la familia, los ámbitos de la pastoral, la vida social... Lo anuncia claramente el Documento preparatorio en su introducción: «La Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia. A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy. Como en otro tiempo Samuel (cfr. 1S 3,1-21) y Jeremías (cfr. Jr 1,4-10), hay jóvenes que saben distinguir los signos de nuestro tiempo que el Espíritu señala. Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo del mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer»[19].
La unidad y la comunión que existe en la relación entre la Iglesia de Roma y las Iglesias orientales representa un ejemplo concreto de riqueza en la diversidad para toda la Iglesia. Ellas, en la fidelidad a sus propias tradiciones de dos mil años y en la comunión eclesial experimentan y realizan la oración sacerdotal de Cristo (cfr. Jn 17)[20].
En este sentido, en el último encuentro con los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales, hablando del «primado diaconal», señalé también la importancia de profundizar y revisar la delicada cuestión de la elección de los nuevos obispos y eparcas que debe corresponder, por una parte, a la autonomía de las Iglesias orientales y, al mismo tiempo, al espíritu de responsabilidad evangélica y al deseo de reforzar cada vez más la unidad con la Iglesia Católica. «El todo, en la más convencida aplicación de la auténtica praxis sinodal, que es característica de las Iglesias de Oriente»[21]. La elección de cada obispo debe reflejar y reforzar la unidad y la comunión entre el Sucesor de Pedro y todo el colegio episcopal[22].
La relación entre Roma y Oriente es de mutuo enriquecimiento espiritual y litúrgico. En realidad, la Iglesia de Roma no sería realmente católica sin las inestimables riquezas de las Iglesias orientales y sin el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas nuestros orientales que purifican la Iglesia aceptando el martirio y ofreciendo su vida para no negar a Cristo[23].
Nos quedan todavía los ámbitos en los que la Iglesia Católica está particularmente comprometida, especialmente después del Concilio Vaticano II. Entre estos, la unidad entre los cristianos que «es una exigencia esencial de nuestra fe, una exigencia que brota desde lo íntimo de nuestro ser creyentes en Jesucristo»[24]. Se trata de un verdadero «camino», pero, como muchas veces han repetido también mis Predecesores, es un camino irreversible y sin vuelta atrás. «La unidad se hace caminando, para recordar que cuando caminamos juntos, es decir, cuando nos encontramos como hermanos, rezamos juntos, trabajamos juntos en el anuncio del Evangelio y en el servicio a los últimos, ya estamos unidos. Todas las diferencias teológicas y eclesiológicas que todavía dividen a los cristianos serán superadas sólo por esta vía, sin que nosotros sepamos cómo y cuándo, pero esto sucederá según lo que el Espíritu Santo quiera sugerir para el bien de la Iglesia»[25].
La Curia trabaja en este campo para favorecer el encuentro con el hermano, para deshacer los nudos de las incomprensiones y las hostilidades, y para combatir los prejuicios y el miedo del otro, que han impedido ver la riqueza de y en la diversidad y la profundidad del misterio de Cristo y de la Iglesia que permanece siempre más grande que cualquier expresión humana.
Los encuentros mantenidos con los Papas, los Patriarcas y los Jefes de las diversas Iglesias y Comunidades siempre me han llenado de alegría y gratitud.
La relación de la Curia Romana con las otras religiones se basa en la enseñanza del Concilio Vaticano II y en la necesidad del diálogo. «Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro»[26]. El diálogo está construido sobre tres orientaciones fundamentales: «El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación»[27].
Los encuentros con las autoridades religiosas en varios viajes apostólicos y los encuentros en el Vaticano, son verdadera prueba de ello.
Estos son sólo algunos aspectos, importantes pero no exclusivos, del trabajo de la Curia ad extra. Hoy he elegido estos aspectos, vinculados al tema del «primado diaconal», los «sentidos institucionales» y «fieles antenas emisoras y receptoras».
Queridos hermanos, comencé este nuestro encuentro hablando de la Navidad como la fiesta de la fe, ahora quisiera concluirlo evidenciando que la Navidad nos recuerda que una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis; una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer; una fe que no nos interroga es una fe sobre la cual debemos preguntarnos; una fe que no nos anima es una fe que debe estar animada; una fe que no nos conmueve es una fe que debe ser sacudida. En realidad, una fe solamente intelectual o tibia es sólo una propuesta de fe que para llegar a realizarse tendría que implicar al corazón, al alma, al espíritu y a todo nuestro ser, cuando se deje que Dios nazca y renazca en el pesebre del corazón, cuando permitimos que la estrella de Belén nos guíe hacia el lugar donde yace el Hijo de Dios, no entre los reyes y el lujo, sino entre los pobres y los humildes.
Ángel Silesio, en su Peregrino querúbico, escribió: «Depende sólo de ti: Ah si pudiera tu corazón ser un pesebre, Dios nacería niño de nuevo en la tierra»[28].
Con estas reflexiones renuevo mis más fervientes deseos de Feliz Navidad para vosotros y vuestros seres queridos. Gracias.
Quisiera, como regalo de Navidad, dejaros esta versión italiana de la obra del beato Padre María Eugenio del Niño Jesús, Je veux voir Dieu: Quiero ver a Dios. Es una obra de teología espiritual; nos hará bien a todos. Quizás se puede leer no de seguido, sino buscando en el índice el punto que más interesa o que más necesito. Espero que nos aproveche a todos.
Y, además, el Cardenal Piacenza ha sido tan generoso que, con el trabajo de la Penitenciaría, y junto con Mons. Nykiel, ha realizado este libro: La fiesta del perdón, como fruto del Jubileo de la Misericordia; y ha querido también regalarlo. Damos las gracias al Cardenal Piacenza y a la Penitenciaría Apostólica. Os lo entregarán a todos a la salida.
¡Gracias!
[Bendición]
Y, por favor, rezad por mí.
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Cf. Giuseppe Dalla Torre, Sopra una storia della Gendarmeria Pontificia (19-X-2017).
[2] «Para apacentar al Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo» (Lumen Gentium, 18).
[3] Cfr. Saludo a los Padres y Arzobispos Mayores (9-X-2017).
[4] Audiencia general (4-VI-2008).
[5] Cfr. San Juan Pablo II, Discurso en la reunión plenaria del Sacro Colegio de Cardenales (21-XI-1985), 4.
[6] 2,44: Funk, 138-166; cf. W. Rordorf, Liturgie et eschatologie, en Augustinianum 18 (1978), 153-161; Id., Que savons-nous des lieux de culte chrétiens de l'époque préconstantinienne?, en L'Orient Syrien 9 (1964), 39-60.
[7] Cfr. Encuentro con sacerdotes y consagrados, Catedral de Milán (25-III-2017).
[8] «En cuanto a los diáconos de la Iglesia, que sean como los ojos del obispo, que saben ver todo lo que hay a su alrededor, escrutando las acciones de cada uno en la Iglesia, por si alguno se encuentra en peligro de pecar: de este modo, advertido por la amonestación del que preside, tal vez no llevará a cabo su pecado» (Carta de Clemente a Santiago, 12: Rehm 14-15, en Enrico Cattaneo, I Ministeri nella Chiesa Antica, Testi patristici dei primi tre secoli, ed. Paulinas, 1997, p. 696).
[9] Cfr. Ejercicios Espirituales, n. 121: «La quinta contemplación será traer los cinco sentidos sobre la primera y la segunda contemplación».
[10] En el comentario de san Jerónimo al Evangelio de san Mateo se encuentra una curiosa comparación entre los cinco sentidos del organismo humano y las vírgenes de la parábola evangélica, las cuales se convierten en necias cuando no obran ya según el fin que se les ha asignado (cfr. Comm. in Mt XXV: PL 26,184).
[11] El concepto de fidelidad es fuerte y elocuente porque subraya también la duración en el tiempo del compromiso asumido, remite a una virtud que, como dijo Benedicto XVI, «expresa muy bien el vínculo especial entre el Papa y sus directos colaboradores, tanto en la Curia Romana como en las Representaciones Pontificias» (Discurso a la Pontificia Academia Eclesiástica, 11-VI-2012).
[12] Ibíd.
[13] Lumen Gentium, 18.
[14] «Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar “es más que oír”. Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn 14,17), para conocer lo que él “dice a las Iglesias” (Ap 2,7)» (Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, 17-X-2015).
[15] Cfr. Lc 12,54-59; Mt 16,1-4; Gaudium et spes, 11: «El Pueblo de Dios, movido por la fe, por la cual cree que es guiado por el Espíritu del Señor, que llena el orbe de la tierra, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos que comparte con sus contemporáneos, cuáles son los signos verdaderos de la presencia o del designio de Dios. Pues la fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas».
[16] Cfr. Carta Pontificia (18-X-2017); Comunicación de la Secretaría de Estado (21-XI-2017).
[17] Christus Dominus, 9.
[18] Discurso a la Curia romana (21-XII-2013); Cfr. Beato Pablo VI, Homilía por el 80 cumpleaños (16-X-1977): «Sí, Roma he amado, en continua inquietud de meditar y comprender el trascendente secreto, incapaz ciertamente de penetrarlo y vivirlo, pero apasionado siempre, como todavía lo son, de descubrir cómo y porqué “Cristo es Romano” (Cfr. Dante, La Divina Comedia, Purgatorio, XXXII, 102) […] vuestra “conciencia romana”, haya de ella, al origen, la nativa ciudadanía de esta Urbe llena de presagios, o la permanencia de domicilio o la hospitalidad allí gozada; “conciencia romana” que aquí tiene virtud de infundir a quien sepa respirarte el sentido del humanismo universal» (Insegnamenti di Paolo VI, XV [1977], 1957).
[19] Sínodo de Obispos, Asamblea General Ordinaria XV, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, Introducción.
[20] Por una parte, la unidad que responde al don del Espíritu, encuentra su expresión natural y cargada de significado en la «unión indefectible con el Obispo de Roma» (Benedicto XVI, Ecclesia in Medio Oriente, 40). Y por otra parte, estar incorporados en la comunión de todo el Cuerpo de Cristo, nos hace conscientes de tener que reforzar la unión y la solidaridad dentro de los varios Sínodos patriarcales, «privilegiando en ellos el acuerdo en cuestiones de gran importancia para la Iglesia, con vistas a una acción colegial y unitaria» (ibíd.).
[21] Discurso en el encuentro con los Patriarcas de las Iglesias Orientales y los Arzobispos Mayores (21-XI-2013).
[22] Junto a los Jefes y Padres, los Arzobispos y los Obispos orientales, en comunión con el Papa, con la Curia y entre ellos, todos estamos llamados «a buscar siempre la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia y la mansedumbre» (cfr. 1Tm 6,11); [a adquirir] un estilo de vida sobrio a imagen de Cristo, que se despojó para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2Co 8,9); …[a la] transparencia en la gestión de los bienes y atención por cada debilidad y necesidad» (Discurso en el encuentro con los Patriarcas de las Iglesias orientales católicas y los Arzobispos Mayores, 21-XI-2013).
[23] Nosotros «vemos a tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos de las Iglesias orientales experimentar persecuciones dramáticas y una diáspora cada vez más inquietante» (Homilía en el centenario de la Congregación para las Iglesias orientales y del Pontificio Instituto Oriental, 12-X-2017). «En estas situaciones nadie puede cerrar los ojos» (Mensaje en el centenario de fundación del Pontificio Instituto Oriental, 12-X-2017).
[24] Discurso a la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (10-XI-2016).
[25] Ibíd.
[26] Discurso a los participantes en la Conferencia Internacional para la paz, El Cairo (28-IV-2017).
[27] Ibíd.
[28] «Es mangelt nur an dir: Ach, könnte nur dein Herz zu einer Krippe werden, Gott würde noch einmal ein Kind auf dieser Erden» (Ed. Paulinas, 1989, p. 170 [234-235]).
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