Puede ser actual algo que se escribió hace tiempo, y completamente desfasado algo que se publicó hace unas horas
Vivimos en una sociedad azotada por la prisa. Vivimos el tiempo sin disfrutarlo, en su dimensión más agónica, inquietos siempre por la “falta de tiempo”, por la angustiosa experiencia de que el tiempo se nos va. Y tratamos de captarlo en las vivencias actuales sin percibir muchas veces el “sentido de lo actual”.
Los planes de estudio de nuestra facultad forman a los estudiantes en la comprensión de la actualidad: la actualidad en la política, en la sociología, en la cultura, en el arte, en la tecnología. Y, desde el principio, se les enseña que lo actual no es necesariamente lo último, por llamativo que sea. Lo actual no es lo efímero y transitorio, sino lo que hoy configura el mundo. Así, puede ser actual algo que se escribió hace tiempo, y completamente desfasado algo que se publicó hace unas horas.
Para ilustrar esta idea, y evidenciar la experiencia de la propia temporalidad, suelo citar a mis alumnos el siguiente párrafo: “No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida que se nos regala es suficientemente larga, y en ella todos podemos realizar grandes cosas, si la empleamos bien; pero si la disipamos en el capricho, si no la gastamos en un proyecto que dé sentido a la existencia, cuando por fin nos aprieta la última hora, nos damos cuenta de que se ha evaporado una vida que ni siquiera habíamos entendido que estaba pasando: no recibimos una vida corta, somos nosotros los que la hacemos breve”. Los alumnos se sorprenden cuando les digo que esa frase la escribió Séneca ¡hace dos mil años!, y que es increíblemente “actual”.
Dejad, tras de vosotros, un surco ancho y profundo que ilumine al mundo con vuestra palabra y vuestras imágenes. Porque el tiempo es de los que sueñan; de los que sueñan mucho y alto
“No recibimos una vida corta…”. Se lo decía, hace unas semanas, a los recién graduados que empezaban la carrera profesional: “¡Aprovechad vuestras vidas −carpe diem−, no las malgastéis! Estrujad al máximo vuestros talentos. Dejad, tras de vosotros, un surco ancho y profundo que ilumine al mundo con vuestra palabra y vuestras imágenes”. Porque el tiempo es de los que sueñan; de los que sueñan mucho y alto. No nos podemos dejar dominar por el desencanto que hoy reina en nuestra cultura. Como advertía Richard Kapucinsky, uno de los grandes teóricos del periodismo: “No es este un oficio para cínicos”.
No, no lo es. Y para evitar la tentación del cinismo y del desencanto, pienso que es muy importante cultivar la formación continua, dedicando tiempo a las lecturas reposadas. Frente al reclamo incesante de tuits, mails, wasaps y emoticonos de todo tipo, hoy más que nunca debemos recuperar la lectura profunda, sosegada, que ayuda a entender y a pensar, a mirar el mundo con una nueva mirada. Como decía un importante editor de periódicos: “Si tienes tiempo, lee prensa. Si tienes poco tiempo, lee revistas. Y si apenas tienes tiempo, lee libros”.
Leer cosas que dejen poso, que merezcan la pena. Y volver a ellas de vez en cuando. Si no merecen una segunda lectura, es que tampoco merecían la primera. También en esto reside la sabiduría del tiempo.
Cuando Caronte nos invite a subir a su barca, y sepamos con certeza que nuestra vida se ha acabado, no nos preguntarán si hicimos cosas llamativas o urgentes. Nos preguntarán si no descuidamos las importantes: la familia, las amistades, las creencias y los valores; el trabajo bien hecho, el proyecto de vida, la solidaridad… Ninguna de ellas nos interpela a gritos, ninguna de ellas suele ser urgente o llamativa. Pero todas dan sentido a nuestra vida. Y reservar para ellas, cada día, lo mejor de nuestra jornada es sin duda garantía de haber aprovechado el tiempo.
Alfonso Méndiz es Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (UIC Barcelona)