De vez en cuando se conjuran los hados políticos en torno a líderes más o menos laicistas, que introducen normas generales que se apartan…
ReligionConfidencial.com
De vez en cuando se conjuran los hados políticos en torno a líderes más o menos laicistas, que introducen normas generales que se apartan, no ya de esas raíces cristianas, sino de elementos centrales de aquella ley natural que el cristianismo recibió de la filosofía estoica…
No puedo ocultar mi perplejidad, después de años en que desde Roma, especialmente durante el pontificado de Juan Pablo II, se lanzó un gran grito a favor de la nueva evangelización de Europa y, en general, del viejo mundo. Al comienzo de su ministerio como obispo de Roma, se hizo famoso el «abrir de par en par las ventanas a Cristo», tan recordado tras la caída del Muro de Berlín. No menos impresionante fue el clamor dirigido a Europa —«sé tú misma, vuelve a tus raíces—» en Santiago de Compostela en 1982...
Sin embargo, de vez en cuando se conjuran los hados políticos en torno a líderes más o menos laicistas, que introducen normas generales que se apartan, no ya de esas raíces cristianas, sino de elementos centrales de aquella ley natural que el cristianismo recibió de la filosofía estoica y fue fortaleciendo a lo largo de la historia hasta llegar a la cumbre de la Escuela de Salamanca. Entonces se produce una movilización de los cristianos en los correspondientes países, que les saca de cierto letargo. Como si la reacción ante lo negativo fuera más fuerte que la convocatoria positiva de los Pontífices a dar razón de la propia esperanza, con mansedumbre y respeto, según la feliz expresión de 1 Pedro, 3, 16.
El riesgo es que esas movilizaciones puedan ser protagonizadas por movimientos o grupos de carácter integrista, en el sentido técnico de la expresión. Irán, por tanto, más allá de lo que puedan decir los obispos de cada circunscripción, mezclando religión y política, no sin nostalgias a veces del antiguo régimen, como en el caso de Francia.
Era previsible que, ante las promesas laicistas de François Hollande, se pusiera en marcha enseguida el Instituto Civitas, que alcanzó notoriedad recientemente por sus acciones, también legales, contra obras de teatro blasfemas. Civitas fustiga no sólo la "visión intrínsecamente anticristiana y antifamiliar" de Hollande; también su visión "antinacional".
Pero virulencias y mezclas aparte, refleja una realidad: algunos temas religiosos han estado más presentes que nunca en la última campaña electoral, no introducidos por los creyentes, sino por los políticos, concretamente por Hollande y Mélenchon: además de cuestiones generales sobre laicidad y laicismo, la reforma del Código de Napoleón para abrir el matrimonio a personas del mismo sexo, y la rectificación de la vigente ley Leonetti sobre el fin de la vida, para impulsar la eutanasia.
Algo semejante está sucediendo en Estados Unidos, donde Barack Obama ha hecho pública a bombo y platillo su posición personal favorable al derecho de los homosexuales al matrimonio. Se convierte así en el primer presidente de Estados Unidos en tomar partido sobre una medida que, ciertamente, lo menos que puede decirse es que divide al país, más aún que la pugna entre aborto y derecho a la vida.
Como recuerda un editorial, más bien complaciente en este punto, de The Washington Post, Obama ha cambiados varias veces de opinión sobre este tema. En 1996, se declaró ya a favor, pero se retractó dos días más tarde. Pueden haberle influido personas de su confianza, así como el cambio de actitud percibido en las fuerzas militares. Sobre todo, se trataría de un cálculo electoral para ganarse el apoyo financiero y de opinión de Hollywood, frente a la mayor capacidad económica quizá del republicano Mitt Romney, que se ha apresurado a convocar el apoyo de los evangelistas.
Aunque Obama no plantea de momento una enmienda constitucional, la respuesta del electorado no se ha hecho esperar. Se le reprocha de modo particular esa mezcla de cinismo e hipocresía que le lleva a invocar la regla de oro cristiana para justificar su evolución. A pesar de la fuerza mediática de lo gay en EE.UU., Obama tendrá que calcular también la influencia negativa de un cambio de ese estilo en el número creciente de electores hispanos y afroamericanos, que más bien no están por esa labor.
Da toda la impresión de que Hollande y Obama —como antes, aquí Zapatero— con un exiguo margen de maniobra en política económica y social, quieren hacer "progresismo" de ese tipo de cambios sociales y familiares. Me recuerda el título del viejo libro de un corresponsal de Le Monde —no consigo recordar su nombre—, cuando estaba de moda la vía sueca al socialismo: "el totalitarismo de la sociedad permisiva". En los años setenta, la tesis era justamente esa: la falta de libertad en la esfera económica y liberal, se compensa con el máximo permisivismo en cuestiones sexuales y familiares.
Pero en el decálogo hay antes otros mandamientos, francamente positivos y alentadores, que sería triste olvidar por el fragor de estos combates.