El Santo Padre ha advertido en la Audiencia general de hoy contra peligros como la apatía o el problema de los jóvenes que han recibido todo y no están acostumbrados a esperar, a tener paciencia
Queridos hermanos y hermanas:
“Mientras hay vida hay esperanza”, es una frase que solemos escuchar, pero yo creo que es más bien al contrario, es la esperanza la que sostiene, protege y hace crecer la vida.
Pero esta virtud tan importante tiene también importantes enemigos. Pensemos en un joven acostumbrado a recibir todo inmediatamente, a quien no se le ha enseñado la virtud de la espera y la paciencia, su alma se va vaciando de anhelos e ilusiones y esto es un obstáculo para la esperanza. Otro enemigo es la apatía, que nos hace ver los días como monótonos y aburridos. Hemos de luchar contra esto, pues Dios nos ha creado para la felicidad y no para que perdamos el tiempo en pensamientos melancólicos.
La esperanza es la virtud del pobre, del campesino, del trabajador y del emigrante que se pone en camino buscando un futuro mejor, así como también la de quien está abierto a la acogida, al diálogo y al conocimiento mutuo; es la virtud que empuja a todos a “compartir el viaje” de la vida, por eso no tengamos miedo a compartir el viaje, no tengamos miedo a compartir la esperanza. Y ante las tentaciones, acudamos a Jesús, Él nunca nos abandona, y repitamos con confianza: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy pecador”.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Llevamos hablando mucho tiempo de esperanza; pero hoy quisiera tratar con vosotros de los enemigos de la esperanza. Porque la esperanza tiene sus enemigos: como todo bien de este mundo, tiene sus enemigos. Y me ha venido a la cabeza el antiguo mito de la caja de Pandora: la apertura de la caja desencadena muchos desastres para la historia del mundo. Pero pocos recuerdan la última parte de la historia, que abre como un rayo de luz: después de que todos los males salieron de la caja, un minúsculo don parece tomarse la revancha de todo ese mal que destroza. Pandora, la mujer que tenía en custodia la caja, lo descubre al final: los griegos la llaman elpìs, que quiere decir esperanza.
Este mito nos cuenta por qué es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que “mientras hay vida hay esperanza”, como se suele decir. Si acaso, al revés: es la esperanza la que mantiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se apoyasen en esta virtud, nunca habrían salido de las cavernas, y no habrían dejado huella en la historia del mundo. Es lo más divino que pueda existir en el corazón del hombre.
Un poeta francés −Charles Péguy− nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Dice poéticamente que Dios no se asombra tanto de la fe de los seres humanos, ni tampoco de su caridad; lo que verdaderamente le llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente: «Que esos pobres hijos −escribe− vean cómo van las cosas y que crean que irá mejor mañana». La imagen del poeta recuerda los rostros de tanta gente que ha pasado por este mundo −campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor− que luchó tenazmente a pesar de la amargura de un hoy difícil, lleno de tantas pruebas, pero animada por la confianza de que sus hijos tendrían una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban con esperanza.
La esperanza es el empuje en el corazón de quien parte dejando casa, tierra, a veces familiares y parientes −pienso en los emigrantes−, para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el empuje en el corazón de quien acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar… La esperanza es el empuje a “compartir viaje”, porque el viaje se hace entre dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos a su corazón, para entenderlos, para comprender su cultura, su lengua. Es un viaje para dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el empuje a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!
La esperanza no es virtud para gente con el estómago lleno. Por eso, desde siempre, los pobres son los primeros portadores de la esperanza. Y en ese sentido podemos decir que los pobres, hasta los mendicantes, son los protagonistas de la Historia. Para entrar en el mundo, Dios tuvo necesidad de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía, acomodado en tantas seguridades adquiridas. Pero los humildes preparaban a escondidas la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno hasta el borde del umbral de supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso que existe en el mundo: ¡las ganas de cambio!
A veces, haberlo tenido todo en la vida es una desgracia. Pensad en un joven al que no se le ha enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar por nada, que ha quemado las etapas y a los 20 años “ya sabe cómo va el mundo”; ha sido destinado a la peor condena: la de no desear nada. Esa es la peor condena. Cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece joven, pero ya ha caído el otoño en su corazón. Son los jóvenes de otoño.
Tener el alma vacía es el peor obstáculo para la esperanza. Es un riesgo del que nadie puede sentirse excluido; porque ser tentados contra la esperanza puede pasar incluso cuando se recorre el camino de la vida cristiana. Los monjes de la antigüedad denunciaron uno de los peores enemigos de la piedad. Decían: ese “demonio del mediodía” que va a destrozar toda una vida de compromiso, justo mientras el sol arde en lo alto. Esta tentación nos sorprende cuando menos la esperamos: los días se vuelven monótonos y aburridos, y ningún valor parece que valga la pena. Esa actitud se llama pereza que corroe la vida desde dentro hasta dejarla como una carcasa vacía.
Cuando eso pasa, el cristiano sabe que debe combatir esa condición, nunca aceptarla pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y la felicidad, y no para amargarnos en pensamientos melancólicos. Por eso es importante proteger el corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que nunca vienen de Dios. Y donde nuestras fuerzas parezcan flacas y la batalla contra la angustia particularmente dura, siempre podemos acudir al nombre de Jesús. Podemos repetir aquella sencilla oración, de la que hay huellas hasta en los Evangelios, y que se ha convertido en quicio de tantas tradiciones espirituales cristianas: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí pecador!” Bonita oración. “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí que soy un pecador”. Es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir las puertas y resolver el problema y hacerme mirar al horizonte, al horizonte de la esperanza.
Hermanos y hermanas, no estamos solos al pelear contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará esta virtud de la que tenemos absoluta necesidad para vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Adelante!
Me alegra recibir a los representantes de Caritas, aquí reunidos para dar inicio oficial a la campaña “Compartamos el viaje” −bonito nombre el de vuestra campaña: compartir el viaje−, que he querido hacer coincidir con esta audiencia. Doy la bienvenida a los emigrantes que piden asilo y a los refugiados que, junto a los agentes de Caritas Italiana y de otras organizaciones católicas, son signo de una Iglesia que intenta ser abierta, inclusiva, acogedora. Gracias a todos por vuestro incansable servicio. Ya habéis aplaudido, pero ellos sí que merecen de verdad un gran aplauso, de todos.
Con vuestro compromiso diario, nos recordáis que Cristo mismo nos pide acoger a nuestros hermanos y hermanas inmigrantes y refugiados con los brazos, con los brazos bien abiertos. Acoger justo así, con los brazos bien abiertos. Cuando los brazos están abiertos, están dispuestos a un abrazo sincero, a un abrazo cariñoso, un abrazo envolvente, como esta columnata de la Plaza, que representa a la Iglesia madre que abraza a todos al compartir el viaje en común.
Doy la bienvenida también a los representantes de tantas organizaciones de la sociedad civil comprometidas en la asistencia a inmigrante y refugiados que, junto a Caritas, han dado su apoyo a la recogida de firmas para una nueva ley migratoria más adecuada al contexto actual. Sed todos bienvenidos.
Me alegra saludar a los peregrinos de lengua francesa, provenientes de Francia y Suiza, especialmente a los jóvenes de Luzón. Que el Señor, a través de la intercesión de San Vicente de Paúl, os ayude a afrontar con valentía las desilusiones de la vida y a sembrar esperanza en torno a vosotros. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Escocia, Irlanda, Australia, Malasia, Filipinas, Sri Lanka, Vietnam, Canadá y Estados Unidos de América. Inicia hoy la campaña de Caritas Internacional, “Compartir el Viaje”, en apoyo de las familias obligadas a emigrar; os animo a uniros a esta iniciativa laudable como signo de solidaridad con estos hermanos y hermanas nuestros necesitados. Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Con cariño saludo a los peregrinos de lengua alemana. Una bienvenida especial a los numerosos jóvenes, en particular a los estudiantes de la Coelestin-Maier Realschule de Vilshofen, de la Paulus-Schule de Oldenburg y de la Domschule de Osnabrück. Se ve el cartel, allí: ¡bonito! Dios siempre está cerca, también en las dificultades y pruebas de la vida ordinaria. Con él vencemos toda desesperación. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará la esperanza. Que el Espíritu Santo os colme de su alegría.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Les pido que hoy tengamos un recuerdo en la oración por las víctimas y los damnificados que deja tras de sí el huracán que en estos días ha azotado el Caribe, y en modo especial Puerto Rico. Que Dios los bendiga.
Dirijo mi saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Arruda dos Vinhos y Sobral y a los diversos grupos de Brasil. Queridos amigos, la esperanza cristiana nos empuja a mirar al futuro como hombres y mujeres que no se cansan de soñar un mundo mejor. Que María, causa de nuestra esperanza, os guíe por ese camino.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que provienen del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, Dios nos creó para la alegría y la felicidad, y no para amargarnos con pensamientos nostálgicos. Y si las fuerzas flaquean y la batalla contra la angustia se vuelve especialmente dura, siempre podemos recurrir al nombre de Jesús, invocándolo: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí pecador!” ¡Que el Señor os bendiga!
Un cordial saludo dirijo a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, la esperanza cristiana se basa en la confianza en la omnipotencia y en la bondad de Dios. Cuando advirtamos dificultades y sufrimientos que amenacen nuestra esperanza, no dudemos de pedir al Señor que abra nuestros ojos al bien, que suscite en nosotros un nuevo deseo de felicidad y despierte las ganas de compromiso a favor de un mundo mejor, para nosotros y para los demás. ¡Dios os bendiga!
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los fieles de varias parroquias, a los sacerdotes que celebran el 25° aniversario de ordenación sacerdotal, a los participantes en el Capítulo general de los Misioneros de la Fe, a las Hermanas de Santa Isabel que hoy celebran el 175° aniversario de Fundación, a los Sacerdotes del Pontificio Colegio Misionero Internacional San Pablo Apóstol de Roma y a los miembros del Instituto Misionarias laicas de María Madre del Redentor. Os animo a todos a ser siempre fieles al carisma recibido, manifestando en los lugares de apostolado el amor misericordioso del Padre. Saludo a la Obra Nacional para el Mediodía de Italia, a los Financieros del Comando Región de Abruzo, a la Asociación Nacional de Carabineros de Tagliacozzo y a la comunidad filipina de Venecia.
Pongo finalmente mi saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el ejemplo de caridad de san Vicente de Paúl, que hoy celebramos como patrono de las asociaciones de caridad, os conduzca a vosotros, queridos jóvenes, a realizar los planes de vuestro futuro con un gozoso y desinteresado servicio a los más necesitados. Que os ayude a vosotros, queridos enfermos, a afrontar el sufrimiento con fe oblativa. Y os inste a vosotros, queridos recién casados, a construir una familia siempre abierta a los deberes de la hospitalidad y al don de la vida.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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