El amor, el auténtico, no tiene miedo al esfuerzo y a las tribulaciones, no tiene miedo a morir, para luego volver a una nueva vida
A menudo, las películas románticas presentan historias que recalcan perfectamente unos clichés preestablecidos.
Pensemos, por ejemplo, en la clásica escena en que uno de los dos futuros esposos abandona el altar para ir al encuentro de la persona que realmente ama, que llega corriendo al lugar donde se iba a celebrar la boda para interrumpir la ceremonia. Uno de los filmes con este final es −por ejemplo− una comedia romántica del 2001, The Wedding planner, con Jennifer López, dirigida por Adam Shankman.
Después hay otro guión visto y revisto: un hombre y una mujer, que estuvieron locamente enamorados, se vuelven a reunir tras años de separación. Fatalmente la pasión se reaviva, y tras superar una serie de problemáticas vinculadas a las nuevas condiciones de vida de uno y otro, por fin ambos estarán de nuevo juntos. Letters to Juliet, una película de 2010, dirigida por Gary Winick, relata una historia de este tipo.
Luego está la típica historia que nace entre dos amigos/enemigos, que se detestan, pero al mismo tiempo se sienten atraídos, y que acaban por enamorarse tras afrontar una aventura que les obliga a pasar mucho tiempo juntos, llevándoles a conocerse mejor y a apreciarse más. Un ejemplo de este género es Princesa por sorpresa 2, película 2004 dirigida por Garry Marshall.
Y luego están el hombre o la mujer divorciados o con un matrimonio en crisis que vuelven a descubrir el amor, pero fuera de su matrimonio… Desilusionados y frustrados, encuentran a alguien que les lleva a creer de nuevo en el amor. Aquellos sentimientos fuertes, muertos en la primera unión, resucitan ahora en la segunda relación. Una historia de este tipo es, por ejemplo, la película All you need is love, dirigida por Susana Bier.
No raramente estos clichés se entrelazan y se solapan. Pero vamos a concentrarnos en el último.
No es ésta la sede adecuada para exponer unos conceptos archiconocidos por quienes se ocupan de terapia familiar o de pareja, pero es evidente que todo matrimonio puede atravesar períodos de crisis, más o menos largos y más o menos intensos.
Ningún vínculo −tampoco un vínculo de tipo nupcial, caracterizado por convivencia y exclusividad− carece de problemas, y es claro que a cualquier esposo le puede suceder que deje de sentirse feliz al lado de su cónyuge. Incluso puede dejar de reconocer como la persona amada al hombre o a la mujer que está a su lado.
La pregunta que surge espontánea es: ¿Cuál es la solución?
Hay que especificar que estamos hablando de matrimonio, no de noviazgo: dos novios, en efecto, están viviendo una fase de conocimiento, durante la cual es lícito tomar nota de que no se dan las bases necesarias para seguir adelante, y a veces dejarse es signo de valentía y humildad… Dos personas casadas, en cambio, han llegado a jurarse amor eterno. Para desear que un amor no tenga fin, y para prometerse −contra cualquier duda y temor− una fidelidad sin límites, probablemente se ha encontrado algo único y valioso en ese vínculo; algo que, quizá, merece ser redescubierto y desempolvado cuando quede sumergido bajo las escorias generadas por las dificultades de la vida.
Es cierto que también puede suceder que dos personas se equivoquen al elegirse…. Quizá por ingenuidad o imprudencia, un hombre y una mujer pueden llegar a casarse casi sin darse cuenta, sin que se dieran las premisas para una unión duradera.
También es posible que, en el seno de una unión dictada por motivos diferentes del enamoramiento, dos personas lleguen a descubrirse y aprendan a amarse. Esta última opción, narrativamente ausente en el imaginario creado por el Romanticismo, ha encontrado respuesta en la realidad: la historia enseña que no todas las parejas creadas por motivos dinásticos o de Estado fueron infelices, ni todos los matrimonios de campesinos celebrados por "interés" o por la fuerza de las cosas han sido necesariamente desgraciados. Esta dinámica puede presentarse también hoy, aunque más raramente.
En cualquier caso, son muchísimos los casos en que se añora un "gran amor", el que llevó a prometerse, con fervor y convicción, pasar juntos el resto de la vida.
¿Por qué no valorizar más en el cine el esfuerzo por resucitar un matrimonio? ¿Por qué elegir la escapatoria del "segundo amor", en vez de mostrar que es bello y posible resucitar un matrimonio?
¿Por qué presentar a la primera mujer y al primer marido como monstruosos, ciegos e insensibles, y de este modo convencer al espectador que es totalmente imposible resucitar esa relación?
Las personas pueden cambiar, pero a menudo los directores usan como artificio narrativo la figura de la antigua esposa, versión madrastra de Cenicienta o la figura del ex marido versión ogro malo, para que el espectador apoye sin condiciones la segunda historia.
En otro artículo ya nos dirigimos a ustedes, queridos directores, invitándoles a ser más originales. De nuevo nos permitimos apelar a su capacidad creativa, para pedirles que nos ayuden con sus películas a contemplar la belleza de un amor que sabe resucitar a partir de las cenizas, como Nicholas Sparks ha sabido mostrar hábilmente en una novela de la que ya hemos hablado.
Sin duda, hablar de un segundo amor, fresco y recién nacido es más fácil… porque es más simple enamorarse desde cero de una persona nueva, que enamorarse nuevamente de una persona que se ha comenzado a detestar o que ya no somos capaces de reconocer.
Pero el amor, el auténtico, no tiene miedo al esfuerzo y a las tribulaciones, no tiene miedo a morir, para luego volver a una nueva vida. El amor, el de verdad, no se mide por el cosquilleo que sentimos en el estómago, por la sintonía y por el romanticismo… se mide por la capacidad de apretar los dientes en un momento de crisis, por la capacidad de esperar y de luchar contra toda posible tentación, y así poder alzarse de nuevo siempre a la vez.
Queridos directores, no tengan miedo de contarnos un amor así.
Fuente: familyandmedia.eu.
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