Hoy quiero recordar noticias de hechos sencillos, que nos recuerdan que Cristo está vivo en medio de nosotros, nos acompaña en nuestras debilidades, perdona nuestros pecados, y nos devuelve la esperanza cada día
En no pocas ocasiones las noticias sobre la Iglesia, que recogen con frecuencia las páginas de la prensa diaria, invitan a mirar con un cierto pesimismo el futuro. Vienen a ser como un inconfesado deseo-clamor anunciando su pronta desaparición, aunque nadie se atreve a fijar la fecha exacta.
Esas noticias −descenso de vocaciones sacerdotales, descenso de los matrimonios en la Iglesia, de los bautismos, “escándalos” por las actuaciones de algunos eclesiásticos, etc.− me recuerdan los clamores preparativos de la revolución francesa −que no fueron los primeros pero sí los más optimistas de alcanzar el objetivo− que, en su afán de eliminar la Iglesia de la faz del planeta, osaron hasta establecer un nuevo calendario que tenía como fin borrar del tiempo y de la historia la figura y la memoria de Jesucristo. El intento fracasó pronto y los restos de la revolución, que quedaron en pie, el siglo XX se encargó de eliminarlos. La Iglesia sigue viva.
Es cierto, también, que ese tipo de informaciones −se entiende las que son verdaderas, porque entre ellas se suelen incluir no pocas que son falsas− puede dar lugar a una pérdida de esperanza en la capacidad del ser humano para vivir el Bien, para no dejarse atrapar por el mal, y no poder así llegar a contemplar en paz, y en agradecimiento al Creador, la belleza de la creación, la belleza del Bien, de Dios, del Reino de Dios que Cristo vino a anunciar a este mundo.
Junto a esas noticias, y como contrastándolas, en la prensa de noticias religiosas suelen aparecer hechos llamativos que sugieren que la Iglesia sigue tan viva como siempre: conversiones de personas adictas a las drogas; cambio de vida de un “personaje” conocido por su vida frívola; el anuncio de un médico abortista que pide perdón por las matanzas realizadas a lo largo de años, y arrepentido cierra su “abortorio”, y se convierte en un paladín pro-vida, etc. etc. Estas noticias, sin duda, son motivo de acciones de gracias a Dios, que ha movido el corazón de esas personas para rectificar su conducta.
Hoy quiero recordar a mí mismo y a quienes lean estas líneas, otras noticias de hechos sencillos, corrientes, grandes y pequeñas conversiones a la Fe que apenas llaman la atención, y que a la vez nos recuerdan que Cristo está vivo en medios de nosotros, nos acompaña en nuestras debilidades, nos perdona nuestros pecados, y nos devuelve la esperanza cada día. Y nos dice que está dispuesto a sostener la Iglesia hasta el fin de los siglos, y a ayudarla para que mantenga siempre las puertas abiertas.
Un hombre y una mujer que se han dado cuenta que la mejor preparación para vivir un matrimonio fecundo en amor y vida familiar con los hijos, no es precisamente el vivir juntos antes del matrimonio. Y una vez deciden casarse en la Iglesia, vive cada uno en su casa, se preparan para un buen acto de Reconciliación con el Señor y así recibir en gracia de Dios el Sacramento del Matrimonio.
Un hombre que ha hecho gala de agnosticismo durante muchos años, que tiene un cierto parón en su vida −una enfermedad, un duelo, una gran alegría−, reflexiona, lee el Evangelio, redescubre a Jesucristo, y vuelve en pleno a la vida cristiana, y pide humildemente perdón por sus pecados.
Una mujer y un hombre que viven como pareja de hecho, que han visto cómo su hija, a la que no han querido bautizar, tiene unas buenas amigas que se están preparando para recibir la Primera Comunión. La niña tiene curiosidad, pregunta en el colegio y poco a poco llega a descubrir a Jesucristo, lo saluda arrodillada ante el Sagrario. En su ingenuidad, y en su buena Fe, la niña pide a los padres que no la dejen sola en la Primera Comunión. Sin darse mucha cuenta, asiste al desmoronarse de la falta de Fe de los padres que, gozosos, la acompañen con lágrimas silenciosas, en su Bautismo y en su Comunión.
El profesional de renombre que decide pedir el Bautismo en la parroquia más alejada del centro de la ciudad, para que el gesto pase inadvertido a los ojos de los hombres. Ya llegará el momento de dar testimonio público de su Fe.
La mujer que, camino de un “abortorio”, da marcha atrás, al ver a una madre que entra en una Iglesia acompañada por un hijo Down, y otro un poco tetrapléjico.
Un hombre y una mujer ya entrados en años, que hacen las paces, recomponen el hogar, al participar en el bautismo de su décimo nieto.
La enfermera, muy poco creyente, que llora y se convierte al Señor, cuando una anciana, poco antes de entrar en agonía, le pide que le acerque el rosario porque quiere morir en manos de la Virgen, y acompaña a la anciana hasta cerrarle los ojos. Los ojos de la enfermera se abrieron a la luz de Dios.
Estas noticias no aparecen en ningún lugar; no constan oficialmente en ningún archivo o registro. No se tienen en cuenta en ninguna estadística. Y, sin embargo, son los hechos que mantienen en marcha el andar de la historia de los hombres. Son la corriente subterránea de Gracia, de agua viva de la Gracia, que mantiene frondoso el jardín de la Iglesia; y abiertas sus puertas.
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.
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