Me parece que es un buen programa para nosotros, los padres, preparar a los hijos para que puedan descubrir y afrontar su propio destino con libertad y responsabilidad lo antes posible
Jean Twenge, profesora de Psicología en la Universidad Estatal de San Diego, acaba de publicar un libro bajo el sugerente título de “iGen”, que está compuesto por el pronombre “yo” y la raíz de “generation”, y quiere evocar al iphone, ipad, ipod y demás compañeros tecnológicos de la generación nacida entre 1995 y 2012, objeto del estudio: la generación del yo tecnológico.
El título del libro se completa con un sugerente y extenso subtítulo en forma de pregunta que, en traducción propia, dice: “Por qué los chicos superconectados de hoy en día están creciendo menos rebeldes, más tolerantes, menos felices −y completamente faltos de preparación para la vida adulta− y qué significa esto para nosotros”.
La vida no me ha dado suficientemente de sí las últimas semanas como para haberlo podido leer, pero sí he leído alguna breve recensión, y una de las conclusiones a las que llega la autora es que estos jóvenes fuertemente ‘virtualizados’ maduran más lentamente: actualmente, un/a joven de 18 años tiene una personalidad equivalente a otro/a de 15 años de cualquier generación anterior, constata. De hecho, la autora acuña una gráfica expresión para describir este fenómeno, que, por otra parte, tampoco es nuevo ni exclusivo de nuestros jóvenes, no nos engañemos: “aversion to adulting” (aversión a la adultez, podríamos traducir).
La noticia de este libro me llegó cuando acababa de escuchar una referencia a otro, en este caso de un sacerdote estadounidense, Richard Rohr: “El retorno de Adán” (Adam`s return). En el libro, el autor estudia los ritos de iniciación de los varones a la vida adulta en las diferentes culturas. La tesis de fondo es que, históricamente, a las mujeres les ha introducido en la vida adulta su propia naturaleza, es decir, sus cambios hormonales y la maternidad, mientras que los hombres, que no experimentan transformaciones hormonales tan ‘pedagógicas’, han necesitado de un rito de iniciación a la vida adulta que les ubique ante la realidad y les evidencie y recuerde que es hora de abandonar la edad de la inocencia y de la autocomplacencia. Los ritos son variados, pero todos suelen tener un elemento esencial de alejamiento del cómodo entorno familiar y enfrentamiento al hostil mundo exterior. En la actualidad, piensa el autor, como no hay tal rito, a los jóvenes varones les cuesta distinguir la entrada en la vida adulta y la asunción de responsabilidades.
A mi juicio, sin embargo, hoy se ha diluido bastante, en este aspecto de maduración, la diferencia entre hombres y mujeres, y los mensajes que, según el autor, hay que transmitir en el rito de iniciación a la vida adulta, me parece, sirven igual para unos que para otras.
¿Y cuáles son esos mensajes, promesas o advertencias? Son cinco, según Rohr, y a cuál más interesante:
La vida es dura.
Tú no eres tan importante como piensas.
Tu vida no va sobre ti.
Tú no la controlas.
Vas a morir.
Me parece que es un buen programa para nosotros, los padres. Y no como rito de iniciación en un momento determinado, sino como un objetivo educativo. Recuerdo a un conferenciante que, en una ponencia sobre la adolescencia, empezó diciendo: “cuando se trae un hijo al mundo, solo hay un objetivo: ¡sacarlo de casa!” Es decir, prepararlo para que pueda descubrir y afrontar su propio destino con libertad y responsabilidad lo antes posible.
Diría que la secuencia podría sonar algo parecido a esto: “La vida es dura”, hijo, pero tú la has de vivir sin timideces ni apocamientos, olvidándote de ti mismo y dedicándote a los demás porque “tú no eres tan importante como piensas”, y los llantos y rabietas de tu infancia ya no tienen ese poder taumatúrgico de generar siempre una respuesta satisfactoria y consoladora de quienes te rodean.
Es hora también de que aprendas que “tu vida no va sobre ti”, puesto que, aunque te cueste creerlo, si sigues empeñado en ser el centro de gravedad de tu vida, acabarás siendo un pobre desgraciado que solo se tendrá a sí mismo como meta y volverás una y otra vez al punto de partida.
Y es que un día te darás cuenta de que “tú no controlas tu vida”, porque tu vida, que tomará algunos derroteros inesperados, está más hecha de los demás que de ti mismo; aunque, a medida que avancen los años y comprendas que no solo se muere la gente, sino que tú también “vas a morir”, comprenderás que el ser humano no tiene todas las respuestas y acabarás buscando a Aquél que te creó y te espera al final de tus días.
Sin agobios. Nosotros cumplimos con transmitírselo cuanto antes y como mejor sepamos hacerlo. Ellos, como toda la humanidad precedente, tienen −¡tenemos!− toda una vida para descubrirlo. Es la grandeza de la libertad humana. Mucho ánimo.