Cuando las personas nos mostramos abiertas hacia los demás, también hacia sus carencias o necesidades, no solo ganan “los demás”; ganamos todos
Hace un par de posts, te hablaba de la pobreza. De la pobreza y de Felisa.
No te traigo de nuevo a esta buena mujer para hablarte de “sus indigentes”. Al menos, de los “materiales”… Porque hay muchos tipos de pobreza: nunca olvides que una de ella es la soledad no buscada. ¿Te acuerdas de este post?
Las personas somos seres sociales, necesitamos relacionarnos y convivir; amar y sentirnos amados.
Cuando las personas nos mostramos abiertas hacia los demás, también hacia sus carencias o necesidades, no solo ganan “los demás”. Ganamos todos. Todos crecemos y todos somos -y nos sentimos- más felices.
Por el contrario, cuando actuamos de manera egoísta o nos dejamos corroer por la envidia, no solo podemos perjudicar a los demás, sino que nos hacemos un gran daño a nosotros mismos.
Esto, como verás enseguida, no solo lo digo yo.
Te hablé en su día de egoísmo (y de generosidad). Así que hoy toca lo de la envidia…
Permíteme 9 citas más. Y que empiece intentando provocarte una sonrisa. Y no es broma…
Las dos últimas citas (las que nos hablan de luz y de sombra) me vienen de perlas para narrarte esta historieta:
Se cuenta que una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; ella huía veloz y aterrada, pero la serpiente no pensaba sino en alcanzarla.
La luciérnaga pudo escapar el primer día; y el segundo; pero al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga detuvo su agitado y agotado vuelo y le dijo a la serpiente:
¿Te puedo hacer tres preguntas?
No suelo conceder deseos, pero como voy a devorarte, accedo a ello, respondió el reptil.
¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
¡No!, contestó la serpiente.
¿Te he hecho daño alguna vez?
¡No!, volvió a responder.
Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
¡Porque no soporto verte brillar!, fue la última respuesta de la serpiente.
Cuando algo parecido a esto te suceda, ¡no dejes de brillar! Sigue dando luz a quienes te rodean, incluso si eso molesta a algún depredador…
Que me ha contado una historia.
No se trata de una fábula, como la de la luciérnaga. Y no es, desde luego, fabulosa. Pero es real, como la vida misma, y nos puede hacer pensar:
La buena de Felisa tenía por costumbre visitar, semanalmente, a dos ancianas sin familia que vivían en una residencia.
Siempre que iba a verlas, les llevaba una revista como obsequio. O por mejor decir, no una, sino dos… ¡aunque del mismo ejemplar!
Ellas −¡a dónde nos puede conducir la envidia!− lo preferían así. Ninguna quería sentir que la otra hubiera recibido una publicación más interesante que la suya. Así que ambas querían la misma.
Y Felisa me decía: −¡Con lo bueno que hubiera sido, por el mismo precio, tener dos revistas distintas y poder intercambiárselas!
Pero lo que te cuento no acaba aquí.
Peor aún: Una de ellas, envidiosa de que se agasajase también a la otra, uno de los domingos en que Felisa acostumbraba a visitarlas, se acercó a la generosa mujer y le espetó, con indebidas ínfulas: −Mire, señora, si le va a traer usted revista a la Pilar, no me la traiga a mí. ¡Ya verá usted lo que le conviene!
A Felisa le convino seguir siendo generosa. Generosa y… obediente: Le siguió llevando una revista a la Pilar. Y punto. Pensó que eso era lo que más le convenía: no ya a ella misma (por más que se ahorrase un par de euros) sino, precisamente, a la anciana enojada.
La envidia había propiciado que, durante algún tiempo, aquellas dos mujeres apenas compartieran… el comedor y la sala de estar de la residencia. Y porque no había más remedio. Y a Felisa se le sobró “el vaso de la paciencia”.
En un par de meses, milagrosamente −yo creo que algo habría rezado la buena de Felisa, atenta hasta a estas cosas−, las dos abuelillas entraron en razón. Así que hoy leen el doble y hasta “han hecho amistad”. Nunca es tarde si la dicha es buena…
Desgraciadamente, las personas somos, a veces, capaces de castigarnos con nuestras propias miserias, con tal de que no disfrute el de al lado.
Me niego a acabar así: en este blog apostamos por fijarnos en la luz y no en las sombras. Aunque a veces estas nos sirvan de contraste para hacer un buen retrato.
Pero Dame tres minutos quiere ser, sobre todo, altavoz de tantos valores y actitudes positivas, a veces silenciadas, otras silenciosas, que muchas personas ponen en práctica. (¿Te acuerdas de esto?).
Son muchas las personas que, pensando en los demás, y atentas a sus necesidades, hacen callada y cotidianamente el bien y gozan de forma envidiable. Y no me malinterpretes el adjetivo…
Anda, déjame que, para concluir, te regale este breve vídeo, donde unos chavalines ofrecen una gran lección.
Siembra alegría y cosecharás felicidad.
En ello estamos. Y en llenar las redes −en este caso, las digitales− de buenas noticias.
¿Te animas a contarnos una en este blog? ¿O, al menos, a difundir el post?
¡Muchas gracias, en cualquier caso!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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