El Santo Padre prosigue su catequesis sobre la esperanza cristiana durante la Audiencia general de este miércoles
Queridos hermanos:
En la catequesis de hoy hemos considerado cómo la esperanza cristiana está abierta a la novedad más grande, porque está abierta a Dios que sabe crear siempre cosas nuevas y sorprendentes en nuestra vida y en la historia.
La Biblia nos muestra que el camino del creyente tiene una meta y un sentido. Es la Jerusalén del Cielo, donde nos espera lleno de ternura para enjugar nuestras lágrimas y darnos descanso en nuestras luchas y fatigas. Frente a tanto sufrimiento en el mundo, a tantos niños que sufren por la guerra, al llanto de las madres, a los sueños rotos de tantos jóvenes, a las penurias de tantos refugiados, la esperanza cristiana nos asegura que tenemos un Padre; tenemos un Padre que llora y se apiada de sus hijos, que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro distinto.
La esperanza nos lleva a creer con firmeza que la muerte y el odio no tienen la última palabra. Que el mal al final será eliminado como la cizaña del campo. Y, sobre todo, nos da a Jesucristo que nos acompaña y consuela en nuestro camino.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hemos escuchado la Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis, y dice así: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (21,5). La esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedad en la vida del hombre, crea novedad en la historia, crea novedad en el cosmos. Nuestro Dios es el Dios que crea novedades, porque es el Dios de las sorpresas.
No es cristiano caminar con la mirada hacia bajo −como hacen los cerdos: siempre van así− sin alzar los ojos al horizonte. Como si todo nuestro camino se acabase aquí, en un palmo de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no hubiese ninguna meta ni ningún puerto, y estuviésemos obligados a un eterno vagar dando vueltas, sin ninguna razón para tantas fatigas. Eso no es cristiano.
Las páginas finales de la Biblia nos muestran el horizonte último del camino del creyente: la Jerusalén del Cielo, la Jerusalén celestial. Viene imaginada ante todo como una inmensa tienda, donde Dios acogerá a todos los hombres para habitar definitivamente con ellos (Ap 21,3). Y esa es nuestra esperanza. ¿Y qué hará Dios, cuando finalmente estemos con Él? Usará una ternura infinita con nosotros, como un padre que recibe a sus hijos que han trabajado y sufrido mucho. Juan, en el Apocalipsis, profetiza: «Esta es la morada de Dios con los hombres. […] Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó. […] Mira, hago nuevas todas las cosas» (21,3-5). ¡El Dios de la novedad!
Intentad meditar este texto de la Sagrada Escritura no de manera abstracta, sino después de leer una crónica de nuestros días, después de haber visto el telediario o la portada de los periódicos, donde hay tantas tragedias, donde se reportan noticias tristes a las que todos corremos el riesgo de acostumbrarnos. Y he saludado a algunos de Barcelona: ¡cuántas noticias tristes de allá! He saludado a algunos del Congo, ¡y cuántas noticias tristes de allá! ¡Y tantas otras! Por nombrar solo dos países de los que estáis aquí… Intentad pensar en los rostros de los niños asustados por la guerra, en el llanto de las madres, en los sueños rotos de tantos jóvenes, en los prófugos que afrontan viajes terribles, y son explotados tantas veces… La vida desgraciadamente es también esto. Algunas veces dan ganas de decir que es sobre todo eso. Puede ser. Pero hay un Padre que llora con nosotros; hay un Padre que llora lágrimas de infinita piedad respecto a sus hijos. Tenemos un Padre que sabe llorar, que llora con nosotros. Un Padre que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro diverso. Esta es la gran visión de la esperanza cristiana, que se dilata a todos los días de nuestra existencia, y nos quiere levantar.
Dios no ha querido nuestras vidas por error, obligándose a sí mismo y a nosotros a duras noches de angustia. Por el contrario, nos ha creado porque nos quiere felices. Es nuestro Padre, y si nosotros aquí, ahora, experimentamos una vida que no es la que Él ha querido para nosotros, Jesús nos garantiza que Dios mismo está realizando su rescate. Él trabaja para rescatarnos.
Creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras pronunciadas por la parábola de la existencia humana. Ser cristianos implica una nueva perspectiva: una mirada llena de esperanza. Alguno cree que la vida contiene todas sus felicidades en la juventud y en el pasado, y que el vivir sea un lento decaimiento. Otros también consideran que nuestras alegrías sean solo episódicas y pasajeras, y en la vida de los hombres está inscrito el sinsentido. Esos que ante tantas calamidades dicen: “Pero, la vida no tiene sentido. Nuestra senda es el sinsentido”. Pues nosotros cristianos no creemos eso. Creemos en cambio que en el horizonte del hombre hay un sol que ilumina para siempre. Creemos que nuestros días más hermosos están aún por venir. Somos gente más de primavera que de otoño. Me gustaría preguntaros ahora −que cada uno responda en su corazón, en silencio, pero que responda−: “¿Yo soy un hombre, una mujer, un chico, una chica de primavera o de otoño? ¿Mi alma está en primavera o está en otoño?”. Que cada uno se responda. ¡Veamos los brotes de un nuevo mundo en lugar de las hojas amarillentas de las ramas! No nos quedemos en nostalgias, quejas y lamentos: sabemos que Dios nos quiere herederos de una promesa e incansables cultivadores de sueños. No olvidéis la pregunta: “¿Soy una persona de primavera o de otoño?” De primavera, que espera la flor, que espera el fruto, que espera el sol que es Jesús; o de otoño, que está siempre con la cara mirando hacia abajo, amargado y, como a veces he dicho, con cara de pepinillos en vinagre.
El cristiano sabe que el Reino de Dios, su Señorío de amor está creciendo como un gran campo de trigo, aunque en medio esté la cizaña. Siempre hay problemas, chismorreos, guerras, enfermedades… ¡hay problemas! Pero el grano crece, y al final el mal será eliminado. El futuro no nos pertenece, pero sabemos que Jesucristo es la gracia más grande de la vida: es el abrazo de Dios que nos espera al final, pero que ya ahora nos acompaña y nos consuela en el camino. Él nos conduce a la gran “tienda” de Dios con los hombres (cfr. Ap 21,3), con tantos otros hermanos y hermanas, y llevaremos a Dios el recuerdo de los días vividos aquí. Y será bonito descubrir en aquel instante que nada se ha perdido, ninguna sonrisa ni ninguna lágrima. Por muy larga que haya sido nuestra vida, nos parecerá haber vivido en un soplo. Y que la creación no se detuvo el sexto día del Génesis, sino que ha proseguido incansable, porque Dios siempre se ha preocupado por nosotros. Hasta el día en que todo se cumpla, la mañana en que se extingan las lágrimas, el instante mismo en que Dios pronuncie su última palabra de bendición: «Mira −dice el Señor−, yo hago nuevas todas las cosas» (v. 5). Sí, nuestro Padre es el Dios de las novedades y de las sorpresas. Y aquel día seremos felices de verdad, y lloraremos. Sí: pero lloraremos de alegría.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa. Con ocasión de vuestra peregrinación a Roma, os invito a renovar vuestra unión a Cristo. Que Él os guíe cada día hacia la felicidad de su Reino. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra, India y Vietnam. De modo particular, expreso una calurosa bienvenida a los peregrinos de la Cardjin Community International en el 50º aniversario de la muerte del Cardenal Joseph Cardijn y los animo en su generoso servicio al Evangelio. Que Jesucristo os confirme a todos en la fe y os haga testigos de su amor en el mundo. Dios os bendiga.
Una cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua alemana. En estos días contemplamos a María Reina del cielo. Cristo ha hecho a su Madre partícipe de su victoria sobre la muerte. Encomendémonos a la Madre celestial, para que, como Ella, al término de nuestro camino terreno, podamos alcanzar la meta de nuestra vida, según el plan de Dios. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, de modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Por intercesión de santa Rosa de Lima, cuya fiesta celebramos hoy, pidamos a la Virgen María que, aun en medio de las dificultades y oscuridades de la vida, mantengamos encendida la luz de la esperanza, la certeza de que Dios es nuestro Padre y nunca nos abandona. Que el Señor os bendiga. Muchas gracias.
Os saludo a vosotros, peregrinos de lengua portuguesa, presentes en esta Audiencia y, a través de cada uno, saludo a todas las familias de vuestros países. Dirijo un saludo particular a los fieles de la parroquia de Ribeirão y a los grupos de brasileños. Dejaos guiar por la ternura divina, para que podáis transformar el mundo con vuestra fe. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Líbano, de Siria y del Medio Oriente. La esperanza cristiana no se funda en el desprecio por la vida terrena o en la aspiración infantil de una vida eterna, sino en la certeza de que Dios no nos ha creado para ser presa de la tristeza, de la angustia, de la fragilidad ni de la muerte; se funda en la fe en que Dios Padre nos ha creado para construir ahora, con Él y con su fuerza, nuestra Patria del Cielo, donde “[Él] enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó. […] Mira, hago nuevas todas las cosas”». ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!
Saludo cordialmente a los polacos. Dentro de pocos días, el sábado y domingo próximos, muchos de vosotros, personal o espiritualmente, se reunirán en la llamada “Cana Polaca”, vuestro Santuario Nacional en Jasna Góra, para celebrar la Solemnidad de la Santísima Virgen María de Częstochowa y el tercer centenario de la coronación de su imagen milagrosa. Presentándoos ante el rostro de vuestra Madre y Reina, poneos en atenta escucha de su palabra: cualquier cosa que os diga Jesús, hacedla (cfr. Jn 2, 5). Que sea para cada uno una indicación en la formación de la conciencia, en poner en orden la vida personal y familiar, en la edificación del futuro de la sociedad y de la Nación. Os bendigo de corazón a cada uno y a toda Polonia.
Saludo ahora a los peregrinos italianos. En particular, a las Hermanas Franciscanas de Santa Clara, que participan en el Capítulo General de su Congregación, y las animo a manifestar de manera concreta el Evangelio de la esperanza y del amor. Están presentes numerosos Seminaristas: los participantes en el 25° curso de verano, los del Oratorio de San Felipe Neri y los de Verona: queridos chicos y jóvenes que os preparáis para el sacerdocio, entrenaos desde ahora en vivir el Evangelio con ardiente espíritu misionero y con una especial atención para servir a los pobres y necesitados. Y no dejéis de rezar cada día el Rosario. Saludo, además, a los miembros de la Asociación “Ali estese” (Alas extendidas) de Vittorio Veneto y a los otros grupos presentes, especialmente a las parroquias. Os deseo a cada uno que esta visita a las Tumbas de los Apóstoles sea ocasión propicia para una provechosa renovación espiritual.
Doy un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridísimos, elevemos la mirada al Cielo para contemplar el esplendor de la Santa Madre de Dios, que la semana pasada recordamos en su Asunción, y ayer la invocamos como nuestra Reina. Cultivad con Ella una devoción sincera, para que esté a vuestro lado en vuestra existencia cotidiana.
Dirijo, finalmente, mi pensamiento y expreso afectuosa cercanía a cuantos sufren a causa del terremoto que el lunes por la noche afectó a la Isla de Ischia. Recemos por los muertos, por los heridos, por los respectivos familiares y por las personas que han perdido su casa.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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