Es esencial mantenerse humano: todos hemos de confirmar, con actos concretos y cotidianos, nuestra humanidad, nuestra condición humanitaria, nuestra sensibilidad ante el dolor y la tragedia ajena
Hoy te traigo al blog a Maximiliano Kolbe.
¿A santo de qué? Celebrábamos su festividad hace escasas fechas, sí. Pero no es esto lo que me motiva a ello: lo hago porque fue un hombre que ofreció, voluntariamente, su vida. En unos momentos en que otros −como hoy, como ayer− la arrebataban de forma cruel.
Seguro que recuerdas su historia: Estamos en la II Guerra Mundial, a mediados de 1941. Este sacerdote se encuentra preso en el campo de concentración de Auschwitz.
Los oficiales de las SS acaban de advertir que uno de los encerrados se ha dado a la fuga.
Aquella noche, los prisioneros vuelven angustiados a sus barracones: conocen bien cuál va a ser la represalia nazi. Si no dan con el huido, acabarán con la vida de diez de ellos, escogidos al azar.
La noche siguiente, un coronel de las SS les confirma que así va a ocurrir.
Franciszek Gajowniczek, uno de los elegidos para ser ajusticiados, se lamenta pensando en qué situación quedarán su esposa e hijos.
Maximiliano Kolbe está cerca y lo oye. Inmediatamente, da un paso al frente y se ofrece a morir en su lugar.
El oficial nazi acepta el intercambio y Maximiliano, de 47 años, es condenado, junto con otras nueve personas, a morir de hambre.
Pasadas varias semanas, al constatar que aún sobrevive, los nazis le administran una inyección letal. Es el 14 de agosto de 1941.
Afirmaba George Orwell: “Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”. ¡Con qué claridad lo percibió el padre Kolbe!
No te lo discuto.
Aunque un día haya de llegarnos a todos la muerte: natural.
Si quieres, puedes quitar los dos puntos que separan a la parca de su adjetivo. Un adjetivo muy sustantivo, pues que te arrebaten la vida va en contra de la naturaleza y de la dignidad humana.
… Pero es esencial mantenerse humano: todos hemos de confirmar, con actos concretos y cotidianos, nuestra humanidad, nuestra condición humanitaria, nuestra sensibilidad ante el dolor y la tragedia ajena. Quienes no lo hagan, lo más que alcanzarán es vegetar por el mundo como meros seres vivientes. Los que opten por la violencia, lo harán como alimañas, como bestias.
Sufro por Barcelona −y Cambrils−. Sufro con Barcelona. Que es decir que sufro por nosotros: desde luego, por todas las víctimas, por sus familias, por sus amigos… pero, también, por el conjunto de nuestra sociedad.
Escribía el poeta John Donne, en 1624:
“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Por eso, puedo decir:
Pero no quiero acabar ahí. Por coherencia. Por respeto a las víctimas y a nuestra sociedad, por la que hoy doblan las campanas.
Leía ayer en una novela: “¿… qué ha de hacer un centinela sino dar aviso de lo que observa? No hay centinelas pesimistas u optimistas… Hay centinelas despiertos y centinelas dormidos” (El despertar de la señorita Prim, de Natalia Sanmartín Fenollera).
¡Despierta, Europa! ¡Encuentra tus raíces! Sin duda, ahí tenemos buena parte del problema. Te remito al libro citado. Te hará pensar.
No pretendo −solo− transmitir un estado de ánimo. Hace mucho que en este blog te hablo del compromiso personal; de la responsabilidad individual, de la tuya, de la suya, de la mía: de la de todos.
El jesuita J.M. Olaizola escribía recientemente: «Valen mucho menos los “hay que”, “tendríamos que”, o “estaría bien”, que un “voy” (o un “vamos”) y un “’‘ahora’».
Tenemos −entre otros- un problema (y a él aludía esta persona en su cuenta de Twitter): «el problema es que el sentido común ve las noticias desde casa».
Tú, el otro, yo, en nuestra condición de ciudadanos, debemos −cada cual desde su situación− salir del confort de la casa. Y movilizarnos para crecer como ‘ingenieros del bien común’. Para ayudar a construir −o a reconstruir− la casa de todos: el mundo (empezando por el que nos rodea). Y, desde luego, para trabajar por la paz y la libertad en convivencia.
Para eso, hemos de comprometernos, de mojarnos.
A veces, precisamente, como el nadador Fernando Álvarez homenajeó a las víctimas de Barcelona y Cambrils: sin lanzarse a la piscina.
Más claro, agua.
Si este post te ha hecho pensar, por favor, difúndelo. Harás bien.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com
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