Urge cultivar lo propiamente humano, despertar en los educandos el amor a lo verdadero, lo bueno y lo bello, sobre todo con el buen ejemplo de sus padres y profesores
La sociedad de hoy se caracteriza por un cambio sin precedentes en todos los aspectos de la vida, que es efecto de dos revoluciones: la tecnológica y la de la información. Los conocimientos se renuevan, acumulan y difunden a un ritmo acelerado, lo que hace que el entorno se esté volviendo ajeno para muchas personas. Piénsese, por ejemplo, en el desarrollo de internet. Para algunas personas mayores no es fácil pasar de las cartas manuscritas a los correos electrónicos.
La expresión “sociedad de la información” suele inducir a un error: confundir la información con el conocimiento. El profesor Alejandro Llano ha señalado, entre otras, una diferencia esencial entre ambos conceptos: la información es algo externo y técnicamente acumulado, mientras que el conocimiento es una actividad vital, un crecimiento interno.
Gustave Thibon diferenció entre instrucción y cultura, aclarando que la instrucción es exterior, impersonal y sin diferencias de nivel, mientras que la cultura implica participación vital del sujeto, modificación interior y profundización contínua.
Frente a la cultura de los eruditos Gregorio Marañón propuso la cultura de los humanistas: el erudito mide su saber por el número de cosas que conoce, mientras que al humanista no le importa saber mucho, sino saber solo las cosas esenciales.
Es preciso, por tanto, integrar (sin confundir) información y conocimiento, instrucción y cultura. De no hacerlo, seguiremos estando expuestos a ser víctimas de lo que Julián Marías llamaba “la tentación utilitarista”. Desde ella lo único que importa es conseguir resultados prácticos y satisfacer necesidades materiales. Y como esto se logra con medios, surge fácilmente la fe ilimitada en la técnica. Veamos un ejemplo simpático:
Dos náufragos llegan a una isla desierta habiendo salvado únicamente el ordenador del barco. Uno de ellos se pone a manejarlo con gran entusiasmo, porque cree que su futuro depende de la información que le proporcione la máquina. Tras varios días de preguntas y respuestas, le dice a su compañero: “menos mal que hemos conseguido salvar el ordenador; gracias a él sabemos que tenemos una posibilidad entre un millón de ser salvados”.
La consulta insistente en internet para saber más sobre la resolución de un problema puede afectar negativamente a nuestra salud. Al acceder a más datos de los que el cerebro puede procesar, corremos el riesgo de ser afectados por el “Síndrome de fatiga por exceso de información”, que conlleva estrés, ansiedad y pérdida de concentración. Para evitarlo hay que renunciar a seguir acumulando información y optar por pedírsela a un experto.
Saber seleccionar y estructurar la información de acuerdo con un buen criterio no se aprende con profesores instructores o “enseñantes”. El enseñante repite y transmite las lecciones que ya están escritas; en cambio, las lecciones del maestro son expresiones de búsqueda personal de la verdad.
Del profesor se espera hoy que dé prioridad a lo formativo sobre lo informativo. Ello incluye saber interpretar algunas informaciones para transformarlas en conocimiento. Este objetivo está reclamando el resurgimiento de los saberes humanísticos, que son básicos para el incremento de la creatividad y de la capacidad de innovación.
Hoy es más necesario que nunca recuperar la cultura humanista: la que afirma la primacía del espíritu sobre la materia y de la ética sobre la técnica. Implica enseñar a los alumnos a distinguir entre cultura y subcultura. La cultura busca el saber, la verdad del ser, mientras que a la subcultura sólo le interesa la verdad útil y/o placentera.
En una sociedad que contrapone virtud y felicidad y que confunde felicidad y placer, es prioritario fomentar el desarrollo de algunas virtudes que son manifestación de rebeldía positiva. La educación de la sobriedad es rebeldía frente al consumismo; la educación del pudor es rebeldía frente a la escalada del erotismo.
Hoy se necesitan maestros de humanidad (“artesanos de humanidad”, según el Papa). Urge cultivar lo propiamente humano, despertar en los educandos el amor a lo verdadero, lo bueno y lo bello, sobre todo con el buen ejemplo de sus padres y profesores.
¿Por qué Sócrates no pasa de moda como prototipo de maestro? Porque, como afirma Georges Gusdorf, su recuerdo no está asociado a la clase de primero, de sexto o de filosofía. Sócrates se limitaba a lo esencial: era maestro en humanidad.
Gerardo Castillo Ceballos, en heraldo.es.
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