Entrevista con el Secretario de Estado vaticano en vísperas del 60 aniversario de los Tratados de Roma
«Los populismos son el signo de un profundo malestar percibido por muchas personas en Europa». Inquietudes «auténticas» que «no pueden ser eludidas», a las que se responde «con más y buena política» que no es la de las reacciones «a gritos» o la búsqueda inmediata del consenso electoral.
En vísperas del 60 aniversario de los Tratados de Roma, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, habla con el periódico ‘La Stampa’ sobre los desafíos que Europa debe afrontar.
¿Qué significa celebrar en la actualidad los 60 años de los Tratados de Roma, punto de partida de la unidad europea?
Significa afirmar que el proyecto europeo está vivo. Sabemos que hay dificultades, pero la idea sigue siendo actual. En la base de los Tratados de Roma estaba la voluntad de superar las divisiones del pasado y privilegiar un enfoque común sobre los desafíos de nuestro tiempo. La paz y el desarrollo de los que se ha beneficiado Europa son un fruto tangible de la firma del 25 de marzo de 1957. Así pues, la celebración de ese evento nos recuerda que todavía hoy es posible trabajar juntos, puesto que lo que une es más importante y también más fuerte de lo que nos divide.
La Unión a menudo es considerada como una gran estructura burocrática, que discute mucho sobre el déficit de cada uno de los Estados o de cuestiones económicas, pero no se concibe como verdadera comunidad. ¿Qué le parece esta imagen tan extendida?
Que la imagen de una Unión Europea burocrática esté tan ampliamente difundida debe cuestionar a los líderes europeos e impulsarlos a asumir un liderazgo más consciente. El alma del proyecto europeo, según la idea de los Padres fundadores, tenía consistencia en el patrimonio cultural, religioso, jurídico, político y humano sobre el que Europa se fue construyendo a lo largo de los siglos. Roma fue elegida como sede de la firma de los Tratados precisamente por ese motivo. Porque es el símbolo de este patrimonio común, uno de cuyos elementos fundamentales es, ciertamente, el cristianismo. El espíritu de los Padres fundadores no era tanto el de crear nuevas estructuras supranacionales, sino dar vida a una comunidad, compartiendo los propios recursos. Hoy es necesario replantear la UE siguiendo esa línea, más comunidad en camino que entidad estática y burocrática.
Gran Bretaña eligió salir de la Unión y en varios países europeos van surgiendo movimientos “populistas”. ¿Se trata solo de un peligro o del signo de un malestar que exige un cambio?
Los populismos son el signo de un malestar profundo percibido por muchas personas en Europa y que ha empeorado por los efectos de la crisis económica que perduran y por la cuestión migratoria. Son una respuesta parcial a problemas complejos. Por eso no se puede, en absoluto, menospreciar el resurgir de los populismos, porque también la historia reciente de Europa nos indica qué efectos devastadores pueden tener. Las inquietudes que logran captar son auténticas y no pueden de ninguna manera ser eludidas; más bien, deben constituir un estímulo para una reflexión más profunda con el objetivo de elaborar respuestas auténticamente políticas, es decir que sepan, al mismo tiempo, afirmar un ideal, indicar una perspectiva de acción y dar respuestas concretas.
El tema de la inmigración divide a los países de la Unión. A menudo Italia y Grecia son abandonadas al afrontar el fenómeno. ¿Qué le gustaría que sucediera?
La cuestión migratoria es un fenómeno muy complejo que no se puede reducir simplemente a un problema de cifras y de cuotas. Pone a prueba a Europa en su capacidad de ser fiel al espíritu de solidaridad y de subsidiaridad que la animó desde el principio. Claro, con los grandes flujos de los últimos años, se plantea un problema de seguridad que hay que tener en cuenta. Si, por una parte, no se puede ignorar a quien vive en la necesidad, por otra, existe también la necesidad de que los migrantes observen y respeten las leyes y las tradiciones de los pueblos que los acogen. Sin embargo, es evidente que la inmigración plantea también un desafío cultural, que tiene que ver con el patrimonio espiritual y cultural de Europa.
¿Cómo podría Europa volver a encontrar el espíritu de sus Padres fundadores?
Con más política, en el sentido auténtico del término. La política es, efectivamente, el servicio a la «polis» con abnegación. La buena política también se da con la ejemplaridad de los líderes. Los Padres fundadores nos lo demostraron concretamente. Pero desgraciadamente en la actualidad la política es reducida a un conjunto de reacciones, a menudo a gritos, y son el indicador de la carencia de ideales y de esa tendencia moderna al escaqueo. Esa política acaba siendo solo la búsqueda inmediata del consenso electoral.
¿Cómo afrontar el terrorismo fundamentalista y el miedo que genera?
Antes que nada, creo que es necesario identificar y erradicar sus causas más profundas. El terrorismo encuentra un terreno fértil, seguramente, en la pobreza, en la falta de trabajo, en la marginación social. Sin embargo, vemos, por ejemplo, con el fenómeno de los llamados «foreign fighters»[1], que hay una causa mucho más profunda de malestar que favorece el terrorismo, y es la pérdida de los valores que caracterizan a todo Occidente y que desestabiliza principalmente a los jóvenes. Desde que terminó la guerra, Europa ha tratado de «alejarse» del patrimonio cultural y de valores que la generó, y esto ha creado un vacío. Los jóvenes advierten y sufren dramáticamente las consecuencias de este vacío, porque, al no encontrar respuestas a sus justas preguntas sobre el sentido de la vida, buscan paliativos y sucedáneos. Por eso, el terrorismo se combate volviendo a dar a Europa, y a Occidente en general, esa alma que, un poco, se ha perdido, tras los fastos de la «civilización del consumo».
En los últimos años se ha hablado mucho de las raíces cristianas de Europa. ¿Qué significan y cuál podría ser el aporte de los cristianos para el renacer de Europa?
Esas raíces son la linfa vital de Europa. Es suficiente volver a leer los discursos que los protagonistas del 25 de marzo de 1957 pronunciaron en el Campidoglio para descubrir cómo veían en el común patrimonio cristiano un elemento fundamental sobre el cual construir la Comunidad europea. Después comenzó un lento proceso que trató de relegar cada vez más el cristianismo al ámbito privado. Y así fue necesario buscar otros comunes denominadores, aparentemente más concretos, pero que han llevado a ese vacío de valores al que nos referíamos antes, y con los resultados que tenemos ante los ojos de sociedades cada vez más fragmentadas. En este contexto, considero que los cristianos están llamados a ofrecer con convicción su testimonio de vida. «El hombre contemporáneo escucha con más ganas los ejemplos que a los maestros», decía Pablo VI. De los cristianos no se espera que digan qué hacer, sino que demuestren con sus vidas el camino que hay que recorrer.
Entrevista de Andrea Tornielli, en lastampa.it.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Combatientes extranjeros (ndt).
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