Tener la valentía y la naturalidad necesarias para decir que no sabemos algo, es una muestra de autenticidad
Leo un simpático relato sobre un docente que cierto día se atrevió a responder con un “no lo sé” a un alumno. Proviene de un libro escrito por el profesor de economía Steven Levitt y el periodista Stephen Dubner, y que lleva por título Piensa como un freak.
El escenario es una clase en la que se propone a los alumnos la siguiente narración: “Una niña llamada Mary va a la playa con su madre y su hermano. Viajan en un coche rojo. En la playa nadan, comen un helado, juegan en la arena y almuerzan unos sándwiches”. Y estas son las preguntas que se plantean al hilo de esta narración: 1) ¿De qué color era el coche? 2) ¿Comieron pescado con patatas para almorzar? 3) ¿Escucharon música en el coche? 4) ¿Tomaron limonada en el almuerzo?
Un extenso grupo de escolares británicos, de edades comprendidas entre los cinco y los nueve años, respondieron a esas cuatro preguntas. ¿Cuál fue el resultado? Afortunadamente, casi todos los niños respondieron correctamente a las dos primeras preguntas. Pero lo sorprendente es que el 76% de los alumnos respondió a las dos últimas preguntas con un sí o un no, con toda seguridad.
Habría que preguntarse qué les llevó a responder sí o no a preguntas a las que no podían tener respuesta.
Quizá es porque parece que una de las frases más difíciles de pronunciar es “no lo sé”.
Un 76% es mucho. A lo mejor por eso hay tanto “experto” que opina sobre muchas cosas de las que sabe muy poco. Y a veces nosotros mismos nos encontramos opinando con bastante seguridad sobre cosas que no conocemos bien. ¿Por qué? ¿Será porque el coste de decir “no lo sé” nos parece más elevado que el de equivocarnos? Es una prueba de que muchas veces la inseguridad, la presión del grupo, el miedo al ridículo o a perder estatus… nos hace hablar de lo que no sabemos, aparentar lo que no somos, aun sabiendo que esa es una de las mejores maneras de hacer el ridículo y acabar perdiendo nuestra reputación.
Y hay una cuestión añadida. Mientras no se reconoce lo que todavía no se sabe, es bastante más difícil aprender. No debería ser ninguna humillación decir que no conocemos bien determinado asunto, pero que nos ha interesado y nos vamos a enterar bien. Es lo característico, por ejemplo, de un buen docente. Los profesores más sabios son los que saben que les queda mucho por aprender, y precisamente por eso aprenden tanto. Cuando sale un tema que no dominamos por completo, lo natural y lo constructivo es manifestar que no lo sabemos todo, pero que el tema es muy interesante y que, en ese momento, o más adelante, buscaremos el modo de profundizar en él.
Tener la valentía y la naturalidad necesarias para decir que no sabemos algo, es una muestra de autenticidad. Además, si nos dedicamos a enseñar y no sabemos algo, o no lo recordamos con precisión, lo más pedagógico es reconocerlo sin hacer aspavientos. Y manifestar interés por saberlo o recordarlo, y efectivamente después hacerlo: esa es la mejor enseñanza. De lo contrario, engañamos, no aprendemos, hacemos el ridículo y contribuimos a propagar la insensatez.
Un poco de sinceridad, de humildad y de ganas de aprender, seguramente nos viene bien a todos. En eso conviene ser un poco freak, un poco friki, salir de la burbuja, aprender a decir “no lo sé”, pensar con independencia, y profundizar más en el conocimiento y las razones de las cosas. Estar dispuesto a cambiar de opinión si nos ofrecen razones, a renunciar a lo que nos hagan ver que no es digno de nosotros, y a aprender a explicar bien por qué somos cómo somos y decimos lo que decimos.