La fuerza evangelizadora de las JMJ da pie a seguir firme en la esperanza de que esos encuentros abran el corazón de muchas personas jóvenes para recibir la Luz de Cristo y seguirle después, cada uno según su camino
La Iglesia no ha dejado jamás de llamar a la puerta de los corazones jóvenes, en todos los países y a lo largo de todos los tiempos Y así seguirá haciendo hasta el fin.
En estos días ha vuelto a hacerlo de manera muy explícita: anunciando el tema del próximo Sínodo de Obispos, que se celebrará en Roma en octubre del próximo año 2018, con un Documento Preparatorio que lleva por título: Los jóvenes, la Fe y el discernimiento vocacional.
Y enseguida señala que “la Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Nueva”.
El reto, realmente, es grande. La fuerza evangelizadora de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que inició san Juan Pablo II, y han mantenido vivas Benedicto XVI y Francisco, da pie a seguir firme en la esperanza de que esos encuentros abran el corazón de muchas personas jóvenes para recibir la Luz de Cristo y seguirle después, cada uno según su camino.
De este Documento Preparatorio se hablará no poco en este tiempo de preparación; ahora me gustaría solamente subrayar tres detalles, como tres notas de una sinfonía, que he echado en falta en todo el texto, y que podían elevar los horizontes de vida de los jóvenes.
El primero el recordar a los jóvenes que todos los cristianos estamos llamados a la Santidad, o sea a un trato personalísimo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; a vivir con Él y a ser transmisores de su Amor a los demás.
El documento parece poner la atención sobre todo en la respuesta de los jóvenes a las llamadas, “al sacerdocio, al matrimonio, a la vida consagrada”. La “llamada universal a la santidad”, no queda limitada por un “estado” de vida.
La segunda nota que he echado en falta es una llamada vigorosa y firme a la castidad, que el cristiano anhela vivir en cualquier “estado” en que se encuentre. Y se echa más en falta si se tiene en cuenta el ambiente social que los jóvenes encuentran a su alrededor, y que todos apreciamos claramente todos los días.
“Sí, querido jóvenes, no cerréis vuestros ojos a la enfermedad moral que acecha a vuestra sociedad hoy, de la cual no puede protegeros tan sólo vuestra juventud. Cuántos jóvenes han torcido sus conciencias y han sustituido la verdadera alegría de la vida por las drogas, el sexo, el alcohol, el vandalismo y la búsqueda vacía de las meras posesiones materiales” (Juan Pablo II, Homilía en la Santa Misa, Galway, 30-IX-1979).
La gran misión que la Iglesia tiene en este campo es precisamente ayudar a todos a descubrir la santidad en una sexualidad vivida en plenitud del Amor de Dios, en el matrimonio. Llegar vírgenes al matrimonio; fidelidad matrimonial; que el cuerpo dé gloria a Dios... son verdades, son realidades, siempre vigentes en el vivir cristiano, y que hoy −por desgracia, o por miedo a no hablar de ellas− parecen muy olvidadas.
Y el tercer detalle, nota sinfónica, se refiere al estudio, a la preparación para desarrollar un auténtico trabajo profesional en servicio de toda la sociedad. En nuestro país el fracaso escolar es serio; la mediocridad del estudiante universitario es quizá más seria todavía. Una llamada a encontrar a Dios en el estudio, en el trabajo, elevaría también la mirada del hombre, de la mujer, joven, y le empujaría a participar en esa gran obra de la creación, y de la santificación del mundo, a la que les invita Dios, en Nuestro Señor Jesucristo.
La vía está abierta. Así lo recuerda el Documento: “A través del camino de este Sínodo, la Iglesia quiere reiterar su deseo de encontrar, acompañar y cuidar de todos los jóvenes, sin excepción. No podemos ni queremos abandonarlos a las soledades y a las exclusiones a las que el mundo les expone. Que su vida sea experiencia buena, que no se pierdan en los caminos de la violencia o de la muerte, que la desilusión no los aprisione en la alienación: todo esto no puede dejar de ser motivo de gran preocupación para quien ha sido generado a la vida y a la fe y sabe que ha recibido un gran don”.
Con la perspectiva del encuentro vivo con Cristo −“llamada a la santidad”−, con el anhelo de pureza de cuerpo y alma −castidad− y con el deseo de hacer crecer los talentos recibidos de Dios: −el estudio−, el hombre, la mujer joven de hoy, nunca se verán abandonados “a las soledades y a las exclusiones que el mundo les pueda imponer”. Serán un testimonio de la Luz, de Cristo, y eso les llenará de verdadero amor el Corazón.
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.
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