“Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz”
Otra vez, y en plenas fiestas de la Natividad de Jesucristo, unas manos han pintado sobre las paredes exteriores de una iglesia unas palabras que, sin duda, quieren ser blasfemas, pero que en realidad no manifiestan más que la pobre impotencia del hombre ante la realidad de Dios Vivo.
“La única Iglesia que ilumina es la que arde”
En la mente de quienes han escrito esas palabras, ni siquiera habrá tenido cabida algo de la verdad que encierra. La Iglesia “ilumina” porque el fuego del amor a Dios y a los hombres en Dios y por Dios, arde en el corazón de los cristianos. Ese “fuego”, el Espíritu Santo, da fortaleza para predicar en ambientes adversos, da serenidad para llevar con paz todas las contradicciones que puedan surgir, tanto desde fuera de la Iglesia como desde dentro, por divisiones e incomprensiones que se puedan presentar.
Ese “fuego” es el que da fuerzas para llevar una obra como Caritas en todos los rincones del mundo; que sostiene abiertos los hospitales en los que el peligro de contagio puede acarrear la muerte; que hace posible el testimonio diario de familias cristianas que acogen a los hijos discapacitados, que sostienen la soledad de los ancianos, etc. etc.
La pintada tuvo lugar en una de las parroquias del barrio de Vallecas, en Madrid. Y la reacción del párroco, un sacerdote joven, hombre de fe, con mucha actividad pastoral, estuvo en plena armonía con la recomendación del Papa, en el Mensaje de la Paz de este Año: la “no violencia”.
“Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz” (n. 1)
“El amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución cristiana”. Precisamente, el evangelio del amad a vuestros enemigos (cfr. Lc 6, 27) es considerado como “la carta magna de la no violencia cristiana”, que no debe entenderse como un “rendirse ante el mal (…), sino en responder al mal con el bien, rompiendo de este modo la cadena de la injusticia” (n. 4).
El párroco sabe muy bien que el espíritu cristiano de la paz está “fundado sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor” (Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1968). Y como lo sabe, pudo exhortar a los feligreses a la necesidad de perdonar a quienes habían profanado el lugar sagrado con esos pintadas, y en este perdón rezar por su conversión −es el mejor modo de amarlos de verdad−, para que también sus corazones se abran un día a la luz del Espíritu Santo, y lleguen a ser “iglesias” que arden para transmitir el amor de Dios al mundo.
No sé cómo los provocadores habrán acogido esta ejemplar reacción de párroco, pero mucho me temo que no les haya gustado nada. Quizá hubieran preferido una reacción “callejera” en contra, que hiciera un poco de ruido, y que les sirviera de motivo para seguir pintando todas las paredes de los templos de Vallecas. Así, podrían interpretar −y se habrían quedado muy contentos− que habían “hecho daño”, que “habían dado en el clavo” con su pintada.
Quizá sus cabezas tienen poca capacidad para penetrar el sentido cristiano, el verdadero sentido, de la paz; sencillamente, porque en los meollos de sus cerebros no quieren dar lugar alguno, ni “a la verdad, ni a la justicia, ni a la libertad, ni al amor”.
A la verdad, porque cada uno quiere tener y disponer de su “verdad”, que acaba siendo el capricho del momento; por supuesto, no quieren oír hablar de justicia; y siempre se pueden encontrar jueces que ven sus actos sencillamente un ejemplo de “libertad de expresión”; y eso de respetar el derecho de los demás a ser respetados, ni se les pasa por la cabeza: sería como poner un límite a su “libertad” de acción.
Una “paz” asentada en la “libertad”, tampoco les entra en la cabeza: ¿cómo puede haber paz si ellos no consiguen imponer su “opiniología” −la palaba “idea” es demasiado digna para depravarla en una “ideología”, y dominar las leyes e instaurar la “dictadura” de la ley; que es lo que se lleva ahora.
La Iglesia seguirá “ardiendo” hasta el fin del mundo; y seguirá “iluminando” con su “fuego”, a todos los que no se arranquen los ojos para no verla “arder”; a todos los que no quieran oír hablar nunca ni “de Verdad, ni de Justicia, ni de Libertad, ni de Amor”.