Se nos ha propuesto, para este tiempo de Navidad, una actitud fundamental, el asombro ante la belleza del Dios niño que se nos entrega
Este tiempo de Navidad está enmarcado por el Papa Francisco en la esperanza, antes y después de la Nochebuena. Ya en la audiencia general del 7 de diciembre señaló que la esperanza cristiana es la única que puede garantizar la sonrisa al mundo, porque Dio se ha hecho un niño que juega y sonríe: “La esperanza es la virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza; no saben lo que es”.
En su catequesis del 21 de diciembre de 2016, el Papa identificaba la encarnación del Hijo de Dios con la entrada de la esperanza en el mundo. Tal es el sentido de la Navidad: “Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De tal modo, Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que da una nueva esperanza a la humanidad. ¿Y cuál es esa esperanza? La vida eterna”.
Hoy se hace necesario explicar en qué consiste la vida eterna: una vida feliz, plena y definitiva, más allá del pecado y de sus consecuencias: el dolor y la muerte. Una vida que comienza ya ahora, aunque sólo de modo incoado, cuando se vive cabalmente la vida cristiana. La Natividad de Cristo, porque inaugura la redención salvadora, nos trae una esperanza fiable, visible y comprensible. No es una esperanza como las humanas, siempre limitadas y falibles, porque esta esperanza está fundada en Dios. Y eso nos permite vivir de una manera nueva en el presente, con la certeza de caminar con Cristo hacia el Padre que nos espera.
Así lo dice Francisco: “Esta esperanza, que el Niño de Belén nos da, ofrece una meta, un destino bueno para el presente, la salvación a la humanidad, la bienaventuranza a quien se fía de Dios misericordioso”. San Pablo resume todo esto con la expresión: «En la esperanza fuimos salvados» (Rm 8,24), de donde por cierto, sale el título de la segunda encíclica de Benedicto XVI: Spe salvi, salvados por la esperanza.
Y el Papa invita a preguntarnos, a cada uno de nosotros: “¿Yo camino con esperanza, o mi vida interior está parada, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar no solo, sino con Jesús?”
Este es en último término el sentido del “belén” que ponemos los cristianos en nuestros hogares, o en los escaparates y en las calles y plazas de nuestros pueblos: “El belén −observa Francisco− trasmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esa atmósfera de esperanza”. Belén es un lugar pequeño, porque Dios gusta de actuar a través de los pequeños y humildes.
Allí está María, Madre de la esperanza: “su corazón de muchacha estaba lleno de esperanza, toda animada por la fe”. Y también José, descendiente de Jesé y de David; “también él creyó en las palabras del ángel” que le mandaba poner el nombre a Jesús (que significa salvador), un nombre que trae la esperanza a la humanidad y a cada persona.
Y en el belén están los pastores, que representan a los humildes y pobres que esperaban al Mesías. En cambio, señala Francisco, “quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios. Metámonos esto en la cabeza: nuestras seguridades no nos salvarán; la única seguridad que nos salva es la de la esperanza en Dios. Nos salva porque es fuerte y nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con ganas de ser felices para toda la eternidad. Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y gozan cuando reconocen en aquel Niño la señal indicada por los ángeles” (cfr. Lc 2,12).
Los ángeles anuncian y cantan esa esperanza, mediante la alabanza y el agradecimiento a Dios, cuya venida al mundo inaugura su Reino de amor, de justicia y de paz.
Por eso, apunta el Papa, la Navidad es fiesta y tiempo de esperanza. “Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios pone en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada sí a Jesús que viene es un brote de esperanza. Confiamos en ese brote de esperanza, en ese sí: Sí, Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme” Y con ello, y con el Papa, podemos desear una ¡Feliz Navidad de esperanza a todos!
En la felicitación navideña a la Curia, el día 22, el Papa ha descrito la Navidad como la fiesta de la humildad amorosa o amante de Dios, que se ha hecho pequeño para que nos acerquemos a Él con confianza.
“El Niño que nace −apuntaba en la Nochebuena− nos interpela: nos llama a dejar las ilusiones de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras insaciables pretensiones, a abandonar la insatisfacción perenne y la tristeza por cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos vendrá bien dejar esas cosas para encontrar en la sencillez de Dios-Niño la paz, la alegría, el sentido de la vida”.
A pesar de tantas indiferencias y tinieblas que nosotros ponemos en el mundo, la Navidad tiene un sabor de esperanza, porque la luz de Dios brilla: “Su luz gentil no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil entre nosotros, como uno de nosotros. Nace en Belén, que significa casa de pan. Parece querernos decir así que nace como pan para nosotros; viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor. No viene a devorar ni a mandar, sino a alimentar y a servir. Así hay un hilo directo que une el pesebre y la cruz, donde Jesús será pan partido: es el hilo directo del amor que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros corazones”.
Y por todo ello se nos ha propuesto, para este tiempo de Navidad, una actitud fundamental, el asombro ante la belleza del Dios niño que se nos entrega.
“Acerquémonos a Dios que se hace cercano, detengámonos a mirar el belén, imaginemos el nacimiento de Jesús: la luz y la paz, la suma pobreza y el rechazo. Entramos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de la Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José estamos ante el pesebre, ente Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí”.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.
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