Entrevista de Elio Guerriero al papa emérito Benedicto XVI
En Roma el cielo está cargado de nubes amenazadoras, pero cuando llego al Mater Ecclesiae, la residencia del Papa emérito, un inesperado rayo de sol resalta la armonía de la cúpula de San Pedro y los jardines del Vaticano. "Mi paraíso", comentó en una visita previa Benedicto XVI. Me conducen a la habitación, que es a la vez la biblioteca privada y yo, de forma espontánea, pienso en el título del libro de Jean Leclercq L’amore delle lettere e il desiderio di Dio, que el Papa mencionó en su famoso discurso en el Claustro de los Bernardinos en París.
El Papa llega tras unos minutos, saluda con la sonrisa y la cortesía de siempre y dice: "Voy por el quince". No entiendo, por lo que repite: "He leído quince capítulos". Estoy francamente sorprendido. Unos meses antes le había enviado buena parte del libro, pero nunca esperaba que lo leyese en su totalidad. Le ofrezco el resto de los capítulos y le digo que ahora le echo un poco de menos. Está contento con lo que ha leído, por lo que agrego: "¿Le importa si le hago algunas preguntas a modo de entrevista?" Él responde como siempre, amable y práctico: "Hazme las preguntas, después me lo envías todo y veremos". Por supuesto, yo sigo las indicaciones. Tiempo después me escribe prestando su consentimiento para la publicación. No me queda más que agradecerle la confianza depositada en mí.
Santidad, la última vez que visitó Alemania, en 2011, usted dijo: "No se puede renunciar a Dios". Aún más: "Donde hay Dios hay futuro". ¿No le ha desagradado profundamente tener que abandonar en el año de la fe?
Naturalmente tenía en mi corazón llevar a cumplimiento el año de la fe y escribir la Encíclica sobre la fe, que debía concluir el recorrido iniciado con Deus Caritas Est. En palabras de Dante, el amor que mueve el sol y otras estrellas nos empuja, nos conduce a la presencia de Dios, que nos da esperanza y futuro. En una situación de crisis la mejor actitud es ponerse ante Dios con el deseo de recuperar la fe, con el fin de continuar el camino de la vida. Por su parte, el Señor está dispuesto a acoger nuestro deseo, a darnos la luz que nos guía en la peregrinación de la vida. Es la experiencia de los santos, de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa del Niño Jesús. En 2013, sin embargo, había numerosos compromisos que no creía poder llevar a término.
¿Cuáles eran esos compromisos?
En particular, ya se había fijado la fecha de la Jornada Mundial de la Juventud, que debía celebrarse en el verano de 2013, en Río de Janeiro, en Brasil. A este respecto yo tenía dos convicciones muy precisas. Tras la experiencia del viaje a México y Cuba, no me sentía capaz de realizar un viaje tan exigente. Además, con el planteamiento de Juan Pablo II para estas jornadas, la presencia física del Papa era indispensable. No se podía pensar en un enlace televisivo u otras formas garantizadas por la tecnología. También ésta era una circunstancia por la cual la renuncia era para mí un deber. Finalmente, yo tenía la segura confianza de que incluso sin mi presencia el año de la fe llegaría a buen fin. La fe, de hecho, es una gracia, un don generoso de Dios a los creyentes. Por tanto, yo tenía la firme convicción de que mi sucesor, como ha ocurrido después, también llevaría a buen término lo querido por el Señor, la iniciativa por mí comenzada.
Visitando la basílica de Collemaggio en L'Aquila, usted puso el palio sobre el altar de San Celestino V ¿Me puede decir cuándo llegó a la decisión de tener que renunciar al ejercicio del ministerio petrino por el bien de la Iglesia?
El viaje a México y Cuba fue para mí hermoso y conmovedor desde muchos puntos de vista. En México quedé impresionado al encontrar la profunda fe de tantos jóvenes, haciendo experiencia de su gozosa pasión por Dios. Igualmente me impresionaron los grandes problemas de la sociedad mexicana y el compromiso de la Iglesia por encontrar, a partir de la fe, una respuesta a los retos de la pobreza y la violencia. No hay necesidad de recordar expresamente, sin embargo, cómo en Cuba quedé también sorprendido al ver la forma en que Raúl Castro quiere llevar a su país hacia un nuevo camino sin romper la continuidad con el pasado inmediato. También estaba muy impresionado por la forma en que mis hermanos obispos están tratando de encontrar una orientación en este difícil proceso a partir de la fe.
En esos mismos días, sin embargo, experimenté con gran fuerza los límites de mi resistencia física. Sobre todo, me di cuenta de que ya no era capaz de afrontar en el futuro los vuelos transoceánicos por el problema del huso horario. Naturalmente, hablé de estos problemas con mi médico, el Prof. Dr. Patrizio Polisca. De esta manera quedó claro que ya no sería capaz de tomar parte en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro en el verano de 2013, se oponía claramente el problema del huso horario. De ahí en adelante tuve que decidir en un tiempo relativamente corto sobre la fecha de mi retiro.
Después de la renuncia muchos imaginaban escenarios medievales, con portazos y acusaciones clamorosas. Hasta el punto de que los mismos comentaristas se sorprendieron, casi decepcionados, por su decisión de permanecer en el recinto de San Pedro, de vivir en el monasterio Mater Ecclesiae. ¿Cómo llegó a esta decisión?
Yo había visitado muchas veces el monasterio Mater Ecclesiae, desde sus orígenes. A menudo fui allí para asistir a las vísperas o para celebrar la santa misa para todas las religiosas que se habían sucedido unas a otras. Por último, estuve allí con motivo del aniversario de la fundación de las Hermanas de la Visitación. En su momento, Juan Pablo II decidió que la casa, que previamente había servido como vivienda del director de Radio Vaticano, se convertiría en un lugar de oración contemplativa, como una fuente de agua viva en el Vaticano. Sabiendo que en aquella primavera expiraba el trienio correspondiente a las hermanas de la Visitación, casi se abrió de forma natural en mi conciencia la idea de que éste sería el lugar donde poder retirarme para continuar a mi modo el servicio de oración al que Juan Pablo II había destinado esta casa.
No sé si también vio una foto tomada por un corresponsal de la BBC el día de su renuncia, en la que aparece la cúpula de San Pedro alcanzada por un rayo (Benedicto asiente con la cabeza). Esa imagen sugirió a muchos la idea de decadencia o incluso el final de un mundo. Ahora, sin embargo, puedo decir: si esperaban compadecer a un vencido, a un derrotado de la historia, yo veo aquí a un hombre sereno y confiado.
Estoy totalmente de acuerdo. Yo debería haberme preocupado realmente si no hubiese estado convencido, como dije al comienzo de mi pontificado, de ser un simple y humilde trabajador en la viña del Señor. Desde el principio era consciente de mis límites y los acepté, como siempre he intentado hacer en mi vida, en espíritu de obediencia. Después estaban las dificultades más o menos grandes del pontificado, pero también hubo muchas gracias. Me di cuenta de que todo lo que debía hacer no podía hacerlo solo, por lo que estaba casi obligado a ponerme en las manos de Dios, a confiar en Jesús, al cual me sentía ligado por una antigua amistad, cada vez más profunda, a medida que escribía mi volumen sobre él.
Luego estaba la Madre de Dios, madre de la esperanza, un apoyo seguro en las dificultades y de la que me sentía más cerca en la recitación del Santo Rosario y en las visitas a los santuarios marianos. Por último estaban los santos, mis compañeros de viaje de una vida: San Agustín y San Buenaventura, mis maestros espirituales, pero también San Benito, cuyo lema "No anteponer nada a Cristo" se me hizo cada vez más familiar. Y San Francisco, el pobre de Asís, el primero en intuir que el mundo es el espejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos.
¿Sólo consuelos espirituales, entonces?
No. Mi camino no estaba acompañado sólo desde lo alto. Todos los días recibía numerosas cartas no sólo de los grandes de la tierra, sino también de gente humilde y sencilla que me decían que estaban cerca de mí, que oraban por mí. De ahí también, en los momentos difíciles, la confianza y la certeza de que la Iglesia es guiada por el Señor y que, por lo tanto, podía poner en sus manos el mandato que me había confiado el día de la elección. Además, este apoyo continuó incluso después de mi renuncia, por lo que sólo puedo estar agradecido con el Señor y con todos los que me han expresado, y aún hoy, siguen manifestándome su afecto.
En su saludo de despedida a los cardenales, el 28 de febrero de 2013, usted prometió obediencia desde entonces a su sucesor. Entretanto, tengo la impresión de que usted también ha garantizado la cercanía humana y la cordialidad a Francisco. ¿Cómo es la relación con su sucesor?
La obediencia a mi sucesor nunca ha sido cuestionada. Pero después surge el sentimiento de profunda comunión y amistad. En el momento de su elección, como muchos otros, tuve un sentimiento espontáneo de gratitud a la Providencia. Después de dos papas procedentes de Europa central, el Señor volvía su mirada, por así decirlo, a la Iglesia universal, y nos invitaba a una comunión más amplia, más católica. Personalmente me sentí profundamente conmovido desde el primer momento por la extraordinaria disponibilidad humana del Papa Francisco hacia mí. Inmediatamente después de su elección trató de ponerse en contacto conmigo por teléfono. No habiendo logrado este propósito, volvió a telefonearme inmediatamente después del encuentro con la Iglesia universal desde el balcón de San Pedro y me habló con gran cordialidad.
Desde entonces me ha regalado una relación maravillosamente paterno-fraterna. A menudo viene aquí con pequeños regalos, cartas escritas personalmente. Antes de emprender grandes viajes, el Papa nunca deja de hacerme una visita. La bondad humana con la que me trata es para mí una gracia especial de esta última etapa de mi vida, por lo que sólo puedo estar agradecido. Lo que él dice sobre la disponibilidad hacia los demás, no son sólo palabras. Lo pone en práctica conmigo. Que el Señor le haga sentir cada día su benevolencia. Por esto rezo al Señor por él.
Fuente y traducción: benedictogaenswein.com.
Entrevista de Elio Guerriero, publicada originariamente en repubblica.it.
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